martes, 14 de mayo de 2013



Dalmacio Rojas nos condujo, en una visita guiada, por los laberintos de su exposición “Tiempo Acumulado” en las salas del Museo Caraffa.
Una serie de pinturas sobre chapas encontradas ordenan las ventanas a su universo acumulado, en un tiempo que siempre retorna a la infancia. Otras instalaciones configuran intersticios de esa memoria que fue tejiendo, en la duración, la materia de los acontecimientos. Una montaña de tierra, en el suelo fresco, sostiene objetos de madera pintados, tótem, muñecos, juguetes, figuras o restos de un ritual. Sobre la pared, encendiendo la escena, se inscribe en neón claro las silabas preciosas de la palabra cielo. Silenciosamente, se iluminan los elementos, con el tenue resplandor de una metáfora.
En la sala contigua, más pinturas, iguales pero diferentes. Cada imagen superpone a la matriz una representación o una negación de las formas, manchas o rostros de niños, paisajes arrebatados a ciertos conjuros lejanos. En ese espacio, reducido a las escasas redes de una atmosfera expandida, Dalmacio construyó un habitáculo, una casa, amontonando cosas, como un niño que inventa un juego. Allí lo que existe se parece a su imaginación. Sobre el piso una rayuela de planchuelas salpicadas y numeradas, sobre la pared el número de esa casa y una guarda roja trepando al techo.
Más adelante, en la misma sala, una construcción de madera pintada, erigida sobre una mancha roja, que representa, para Dalmacio, una fuerza violenta; un golpe del hacha, tirado en el piso, la rompió.
Sus esculturas gotean, como los cuerpos sangran y sus pinturas espían, como sueñan los hombres. Estar aquí es ir viajando y mirando por las ventanillas de un ómnibus, los dibujos transparentes que la velocidad superpone en el espacio, nos cuenta Dalmacio, que observó desde siempre el comportamiento de las cosas visibles.
Continuamos transitando cada sala, vagones explosivos de un transporte único, en un cuarto absolutamente negro, una obra, sola, presenciando el abismo. Una madera tallada, una plancha de grabado trabajada con siluetas acumuladas y superpuestas. Restos de íconos, una bandera, cuerpos, árboles y textos invertidos, nombres, las presencias que subsisten en la televisión, el fantasma atiborrado del mundo moderno.
No hay barroquismos, Dalmacio, se marea, se descompone con ese horror vacui sistematizado que acumula las formas en un mismo plano. La mirada fue tomado todo su organismo, colonizando la carne y en el gesto de cada uno de sus trazos se advierte que el ojo se desparramó por sus músculos.
“Tiempo acumulado” es una experiencia que comienza en la infancia y desde allí inventa miles de técnicas y estrategias para quedarse, merodeando en el espectro irreverente de la edad que no culmina.
La exposición está dedicada al escritor Cordobés Daniel Moyano, compañero de ruta, como señala un epígrafe. Un amigo, que guío las lecturas del artista de William Faulkner a Stephen Mallarme, desde Arthur Rimbaud a Jorge Luis Borges.
Ya en el final, no hablamos más y advertimos que las obras se mueven entre nosotros. Dalmacio, inmóvil, se ríe.