Un clima
misterioso recorre las pinturas; enigmáticos fotogramas de un mundo de agua y
cuerpos despojados, se despliega. Las imágenes anuncian la secuencia en el
tiempo de una historia que las atraviesa y así, una invocación murmurada, nos
recuerda a Bañistas de Paul Cézanne, Bañistas en Asnières de Georges Seurat, Las bañistas de Maurice de Vlaminck, Las grandes bañistas de Auguste Renoir, Bañistas de Pablo Picasso, para nombrar
algunas. Cada representación de bañistas refleja un sentido propio de esa
relación con la intemperie, de esa frecuencia del cuerpo con un exterior acuoso
y vasto, de la libertad sin fronteras entre la materia: tierra, aire, agua y el
reflejo asolado inundándolo todo. Sin embargo, las pinturas de Lucas Jawloski
no nos hablan de una naturaleza voluptuosa e inestable, del lánguido placer de
los cuerpos extendidos al sol, de las mareas barrocas y líquidas entre los
cabellos de jóvenes mujeres. Los Bañistas de Jawloski más bien interpelan
una interioridad sumergida, se retraen a un estado primario de desamparo en
esos pasadizos y cobertores artificiales de piletas, en un estar acompañado que
se enrarece por la cercanía de un otro desconocido o peligroso, por el vaivén
del reflejo en aguas turbias. El cine, se presenta como una influencia
primaria, esa capacidad para distinguir el instante del exabrupto existencial,
de la pregunta antes de ser formulada, de un retorno al instante donde la
mirada descubre un horizonte, lejano y potente. Los cuerpos de Jalowski responden
a un criterio de formas trazadas, anunciadas sobre la superficie como huellas
de seres esfumados o ya desaparecidos, un drama sutil y silencioso se agolpa en
la textura carnal de la propia pintura. La sensualidad es invadida por el velo
de la duda, la piel, la mirada, la temperatura, los olores responden a una realidad
autónoma y persistente, pero arrojado a la blanda templanza del agua, el
sujeto, duda. Duda de su límite evidente, de su contorno refulgente que lo
sostiene en su propio ser y finalmente de que el magnificente “todo” dirima una
batalla ferviente sobre el solitario “uno”. El terror incierto y latente de que
esa masa uniforme y callada, la materia creadora también sea, en su secreta
manifestación, destructora; devorando lentamente sin piedad a sus hijos como
Saturno en las fauces erráticas de la locura.
viernes, 5 de octubre de 2018
Puntos cardinales: márgenes para un mundo propio
La historia del paisaje y la historia de
la representación se retroalimentan desde sus orígenes, diferentes fusiones,
significados y caminos modelan y ordenan su relación que, más allá de las
numerosas variaciones socio-culturales, nos acompaña hasta nuestros días.
Evidentemente, la importancia radica no sólo en la investigación proveniente de
la realidad, la posibilidad de observar e indagar el mundo que nos rodea, sino
también en conocer algo más sobre nosotros mismos; nuestro sistema perceptivo y
sensibilidad. Entre el paisaje y el artista se teje una relación aún más
molecular e intensa y es aquella que anuda la visión a la materia. Son hermosas
las notas que Irene Kopelman, autora de la exposición Puntos Cardinales, realiza en el contexto de sus exploraciones, ella
nos cuenta sorprendida que ha logrado reconocer el paredón donde antes estuvo
dibujando y escribe: …se ha vuelto tan parte de mi sistema perceptivo que no
hay margen de error en la locación. Me duermo viendo líneas en una superficie
roja, es impresionante, nunca deja de impresionarme lo que el dibujo hace en
nuestro sistema. La idea de
reconocimiento es poética en su trabajo, con diferentes situaciones artísticas,
dibujos, pinturas y esculturas, Kopelman ensambla un territorio en los límites
de una nueva geografía: en Pampa de Achala y Sierras Chicas, en Ischigualasto y
una zona cercana a Jáchal, San Juan, finalmente, en Puerto Madryn. El sentido
de su mapa, las operaciones espaciales que en él se plantean, excluye la
posibilidad de un recorrido lineal. Los reiterados dibujos y esquemas que se repiten,
sesión tras sesión, en un sitio determinado o a una especie particular, florecen
a la luz de la insistencia de Kopelman frente a la inestabilidad del mundo. Su
relación con la ciencia, su constante apertura al campo del conocimiento,
obedece a un interés por rescatar del último extracto jerárquico, tanto teórico
como fenoménico, a las irregularidades detectadas según ciertas normas
epistemológicas, su heurística no obedece patrones pero los reconoce para
evadirlo. Con su método dejamos atrás la retícula geométrica, el modelo
abstracto y matemático moderno, aunque queremos entender lo que la piedra tiene
de mineral o la raíz de vegetal también investigamos el lenguaje de sus formas,
sus diferencias y singularidades en un universo complejo y fractal. Saber hasta
donde llega la ciencia, hasta donde el arte, el ojo y la mano, observando y
dibujando una y otra vez.
Muda
“Pronto llegará el día en que los actores creerán
que
su máscara y sus vestidos son ellos mismos”
Epícteto
El invierno comienza a
decaer y la tarde se alarga con los últimos rayos, logro enhebrar hilo rojo en la aguja y por la tela rasgada
una remota luz se cuela; el mundo se mezcla en esa materia compuesta de
elementos dispares. Recuerdo la herida abierta: el catálogo de categorías y
distinciones que atraviesan nuestras vidas. Pienso, aquí y ahora, qué es
naturaleza y qué cultura. ¿Qué fragmento de bordado puede ser separado del aire
o el leve viento que lo rodea? Ahora la tela se expande y tiene una forma
determinada: un vestido, una pollera, una corbata. Distingo un guardapolvo
infantil o un uniforme médico, algunas prendas fijan una función u oficio, otras
atrapan el cuerpo y lo cubren. Son otra piel, mudan, nos presentan ante la
mirada ajena, modelan nuestra silueta y ella se expresa a través de cada
pliegue del paño y viceversa. La cultura y la naturaleza arrullan una sinfonía
singular en los recovecos de la época y la moda, se traman para reinventarse
una y otra vez.
En el “Libro de los
Pasajes” Walter Benjamin apunta dos ideas interesantes, “la moda es la
precursora del surrealismo” y “el sello distintivo de la moda entonces:
insinuar un cuerpo que nunca jamás conocerá la desnudez total”. La primera
sugerencia nos permite pensar la moda como artefacto propiciador de realidades
ensambladas: diseños, trajes y vestuarios en el arrebato del sueño, lo
desconocido y lo mágico. La afirmación surrealista sitúa a la moda y sus encantos
en la vereda opuesta al consumo y el capital, fuera de la lógica lineal del
mercado, asociada a nuevos conocimientos y experiencias. El otro enunciado
atañe al desnudo y con ello a un sinfín de referencias vinculadas a la historia
del arte, de la imagen, la religión, la psicología, la ciencia, etc. Giorgio
Agamben desarrolla el problema en “Desnudez” donde advierte que el vestido en la
tradición occidental existe para señalar una perdida. Cuando el hombre edénico
es expulsado del paraíso pierde el velo invisible de la gracia divina
inmediatamente suplantado por el vestido. Estar vestido significa, entonces,
estar en ausencia de gracia. La historia de la pintura podría ser la referencia
más perfecta y profusa para mostrar los hermosos y terribles vericuetos del
paganismo aferrado al tiempo.
En la obra “Muda” de
Macarena Santamaria y Julia Cisneros, una instalación de prendas intervenidas
con bordados, aflora la materia modificando la trama de lo dado. Ellos
resolvieron el enigma de lo preexistente componiendo una sinfonía de dibujos
espaciales, coloridos y texturados. Las
prendas florecen con cada bucle de hilo y se disponen a crear un paraíso cálido
y artificial para esos cuerpos expulsados de las fauces del origen ¿Cómo es
posible semejante tarea, ese deseo inocente de contemplación y goce? El bordado
puede ser la respuesta, el tiempo de meditación en el ir y venir del hilo, las
figuras que aparecen en el horizonte de la tela donde la mente imagina perderse
y reencontrarse, esas horas y minutos dedicados a la laboriosa meditación. Marosa
Di Giorgio escribe “La araña se detuvo, mas luego reemprendió la labor,
sobresaltada y empecinada. De su cuerpo nacía un crochet. / Mamá aprovechó
mucho de ese crochet. / Y bordó con lo robado fundas y sábanas, enaguas,
corpiños.” Macarena y Julia son araña y madre, al mismo tiempo, tejen y
destejen, bordan y escriben, cosas extrañas, enredadas y misteriosas en la
superficie de una prenda convencional. Modifican la apariencia de las cosas, mudan
su sentido establecido, el fin y sus aparentes construcciones, también hablan y
citan un mundo de artesanas y bordadoras, de ancestros y trabajadoras que
oprimen la aguja de la alegría para tramar mundos de colores. Elena Poniatowska
visita a “Las señoritas de Huamantla” y dice: “Entre los pliegues de la tela
burda aparece un brocado más blanco que la leche blanca y, sobre éste,
diminutas guirnaldas de hojas bordadas con hilo de oro. Sacan las agujas de la
labor, todas del mismo número, y hacen que el hilo de oro atraviese una y otra
vez la suntuosidad de la tela”. Juntos, en la comunidad del hilo transformador,
trajes y prendas ingresan al paraíso perdido, donde los cuerpos vestidos adoran
su gracia pagana.
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