viernes, 5 de octubre de 2018

Los Bañistas




Un clima misterioso recorre las pinturas; enigmáticos fotogramas de un mundo de agua y cuerpos despojados, se despliega. Las imágenes anuncian la secuencia en el tiempo de una historia que las atraviesa y así, una invocación murmurada, nos recuerda a Bañistas de Paul Cézanne, Bañistas en Asnières de Georges Seurat, Las bañistas de Maurice de Vlaminck, Las grandes bañistas de Auguste Renoir, Bañistas de Pablo Picasso, para nombrar algunas. Cada representación de bañistas refleja un sentido propio de esa relación con la intemperie, de esa frecuencia del cuerpo con un exterior acuoso y vasto, de la libertad sin fronteras entre la materia: tierra, aire, agua y el reflejo asolado inundándolo todo. Sin embargo, las pinturas de Lucas Jawloski no nos hablan de una naturaleza voluptuosa e inestable, del lánguido placer de los cuerpos extendidos al sol, de las mareas barrocas y líquidas entre los cabellos de jóvenes mujeres. Los Bañistas de Jawloski más bien interpelan una interioridad sumergida, se retraen a un estado primario de desamparo en esos pasadizos y cobertores artificiales de piletas, en un estar acompañado que se enrarece por la cercanía de un otro desconocido o peligroso, por el vaivén del reflejo en aguas turbias. El cine, se presenta como una influencia primaria, esa capacidad para distinguir el instante del exabrupto existencial, de la pregunta antes de ser formulada, de un retorno al instante donde la mirada descubre un horizonte, lejano y potente. Los cuerpos de Jalowski responden a un criterio de formas trazadas, anunciadas sobre la superficie como huellas de seres esfumados o ya desaparecidos, un drama sutil y silencioso se agolpa en la textura carnal de la propia pintura. La sensualidad es invadida por el velo de la duda, la piel, la mirada, la temperatura, los olores responden a una realidad autónoma y persistente, pero arrojado a la blanda templanza del agua, el sujeto, duda. Duda de su límite evidente, de su contorno refulgente que lo sostiene en su propio ser y finalmente de que el magnificente “todo” dirima una batalla ferviente sobre el solitario “uno”. El terror incierto y latente de que esa masa uniforme y callada, la materia creadora también sea, en su secreta manifestación, destructora; devorando lentamente sin piedad a sus hijos como Saturno en las fauces erráticas de la locura.



Puntos cardinales: márgenes para un mundo propio


La historia del paisaje y la historia de la representación se retroalimentan desde sus orígenes, diferentes fusiones, significados y caminos modelan y ordenan su relación que, más allá de las numerosas variaciones socio-culturales, nos acompaña hasta nuestros días. Evidentemente, la importancia radica no sólo en la investigación proveniente de la realidad, la posibilidad de observar e indagar el mundo que nos rodea, sino también en conocer algo más sobre nosotros mismos; nuestro sistema perceptivo y sensibilidad. Entre el paisaje y el artista se teje una relación aún más molecular e intensa y es aquella que anuda la visión a la materia. Son hermosas las notas que Irene Kopelman, autora de la exposición Puntos Cardinales, realiza en el contexto de sus exploraciones, ella nos cuenta sorprendida que ha logrado  reconocer el paredón donde antes estuvo dibujando y escribe: …se ha vuelto tan parte de mi sistema perceptivo que no hay margen de error en la locación. Me duermo viendo líneas en una superficie roja, es impresionante, nunca deja de impresionarme lo que el dibujo hace en nuestro sistema. La idea de reconocimiento es poética en su trabajo, con diferentes situaciones artísticas, dibujos, pinturas y esculturas, Kopelman ensambla un territorio en los límites de una nueva geografía: en Pampa de Achala y Sierras Chicas, en Ischigualasto y una zona cercana a Jáchal, San Juan, finalmente, en Puerto Madryn. El sentido de su mapa, las operaciones espaciales que en él se plantean, excluye la posibilidad de un recorrido lineal. Los reiterados dibujos y esquemas que se repiten, sesión tras sesión, en un sitio determinado o a una especie particular, florecen a la luz de la insistencia de Kopelman frente a la inestabilidad del mundo. Su relación con la ciencia, su constante apertura al campo del conocimiento, obedece a un interés por rescatar del último extracto jerárquico, tanto teórico como fenoménico, a las irregularidades detectadas según ciertas normas epistemológicas, su heurística no obedece patrones pero los reconoce para evadirlo. Con su método dejamos atrás la retícula geométrica, el modelo abstracto y matemático moderno, aunque queremos entender lo que la piedra tiene de mineral o la raíz de vegetal también investigamos el lenguaje de sus formas, sus diferencias y singularidades en un universo complejo y fractal. Saber hasta donde llega la ciencia, hasta donde el arte, el ojo y la mano, observando y dibujando una y otra vez.







Muda



Pronto llegará el día en que los actores creerán
que su máscara y sus vestidos son ellos mismos”
Epícteto


El invierno comienza a decaer y la tarde se alarga con los últimos rayos, logro enhebrar  hilo rojo en la aguja y por la tela rasgada una remota luz se cuela; el mundo se mezcla en esa materia compuesta de elementos dispares. Recuerdo la herida abierta: el catálogo de categorías y distinciones que atraviesan nuestras vidas. Pienso, aquí y ahora, qué es naturaleza y qué cultura. ¿Qué fragmento de bordado puede ser separado del aire o el leve viento que lo rodea? Ahora la tela se expande y tiene una forma determinada: un vestido, una pollera, una corbata. Distingo un guardapolvo infantil o un uniforme médico, algunas prendas fijan una función u oficio, otras atrapan el cuerpo y lo cubren. Son otra piel, mudan, nos presentan ante la mirada ajena, modelan nuestra silueta y ella se expresa a través de cada pliegue del paño y viceversa. La cultura y la naturaleza arrullan una sinfonía singular en los recovecos de la época y la moda, se traman para reinventarse una y otra vez.
En el “Libro de los Pasajes” Walter Benjamin apunta dos ideas interesantes, “la moda es la precursora del surrealismo” y “el sello distintivo de la moda entonces: insinuar un cuerpo que nunca jamás conocerá la desnudez total”. La primera sugerencia nos permite pensar la moda como artefacto propiciador de realidades ensambladas: diseños, trajes y vestuarios en el arrebato del sueño, lo desconocido y lo mágico. La afirmación surrealista sitúa a la moda y sus encantos en la vereda opuesta al consumo y el capital, fuera de la lógica lineal del mercado, asociada a nuevos conocimientos y experiencias. El otro enunciado atañe al desnudo y con ello a un sinfín de referencias vinculadas a la historia del arte, de la imagen, la religión, la psicología, la ciencia, etc. Giorgio Agamben desarrolla el problema en “Desnudez” donde advierte que el vestido en la tradición occidental existe para señalar una perdida. Cuando el hombre edénico es expulsado del paraíso pierde el velo invisible de la gracia divina inmediatamente suplantado por el vestido. Estar vestido significa, entonces, estar en ausencia de gracia. La historia de la pintura podría ser la referencia más perfecta y profusa para mostrar los hermosos y terribles vericuetos del paganismo aferrado al tiempo.   
En la obra “Muda” de Macarena Santamaria y Julia Cisneros, una instalación de prendas intervenidas con bordados, aflora la materia modificando la trama de lo dado. Ellos resolvieron el enigma de lo preexistente componiendo una sinfonía de dibujos espaciales, coloridos y texturados.  Las prendas florecen con cada bucle de hilo y se disponen a crear un paraíso cálido y artificial para esos cuerpos expulsados de las fauces del origen ¿Cómo es posible semejante tarea, ese deseo inocente de contemplación y goce? El bordado puede ser la respuesta, el tiempo de meditación en el ir y venir del hilo, las figuras que aparecen en el horizonte de la tela donde la mente imagina perderse y reencontrarse, esas horas y minutos dedicados a la laboriosa meditación. Marosa Di Giorgio escribe “La araña se detuvo, mas luego reemprendió la labor, sobresaltada y empecinada. De su cuerpo nacía un crochet. / Mamá aprovechó mucho de ese crochet. / Y bordó con lo robado fundas y sábanas, enaguas, corpiños.” Macarena y Julia son araña y madre, al mismo tiempo, tejen y destejen, bordan y escriben, cosas extrañas, enredadas y misteriosas en la superficie de una prenda convencional. Modifican la apariencia de las cosas, mudan su sentido establecido, el fin y sus aparentes construcciones, también hablan y citan un mundo de artesanas y bordadoras, de ancestros y trabajadoras que oprimen la aguja de la alegría para tramar mundos de colores. Elena Poniatowska visita a “Las señoritas de Huamantla” y dice: “Entre los pliegues de la tela burda aparece un brocado más blanco que la leche blanca y, sobre éste, diminutas guirnaldas de hojas bordadas con hilo de oro. Sacan las agujas de la labor, todas del mismo número, y hacen que el hilo de oro atraviese una y otra vez la suntuosidad de la tela”. Juntos, en la comunidad del hilo transformador, trajes y prendas ingresan al paraíso perdido, donde los cuerpos vestidos adoran su gracia pagana.