sábado, 17 de febrero de 2018


Difícil tiempo nuevo
“El porvenir despliega ante sus ojos
La anchura temible del desierto
Y se busca a sí mismo, enfurecido
Y vaga solitario y se extravía.”
Novalis
Hace unos meses hicimos un recorrido por el Museo Superior de Bellas Artes “Evita-Palacio Ferreyra” con mis alumnos de “El arte en la Historia I”, de la Escuela “Figueroa Alcorta”. Ese día descubrí de una manera diferente, como vista por primera vez, una pintura de Deodoro Roca llamada “Ongamira”, de 1935. A partir de ese momento algo cambió en mi percepción sobre Deodoro pero también ante la posibilidad de entender las ideas revolucionarias o los sujetos que encarnan una revolución. Empecé a leer sus textos y a fascinarme con su capacidad para iluminar su entorno como dimensión geográfica y como un devenir constante en el tiempo: Deodoro logró vaticinar las consecuencias de ese presente al que asistió, como quien puede advertir las sombras invisibles de los hechos. Su disposición concreta hacía la pintura y el hecho de que su interés por el arte excediera la crítica, la estética, inclusive la gestión, para internarse con sus propias manos en la deriva del paisaje, resulta muy significativo. La pintura “Ongamira” es rocas, tierra, árboles y cielo: un paisaje contundente realizado en el Norte cordobés. En aquella época trasladarse de la ciudad hacía los alrededores implicaba un verdadero esfuerzo ya que las condiciones tecnológicas y de ingeniería diferían ampliamente de las actuales. Todos sabemos que un viaje no es una abstracción y que muchas veces lo importante o emocionante es ese suspenso del tiempo en el que nos distraemos observando las cosas desconocidas o re-descubiertas que advierten nuestros sentidos. Así es como imagino a Deodoro contemplando las indescriptibles montañas entre San Roque y Cosquín, la variedad de colores terráqueos del Valle de Punilla, esa maraña indefinida e infinita que forman los árboles, la luz incandescente y el aire azul de las sierras pero especialmente lo imagino descubriendo el cielo nocturno y escribiendo en la noche sus necesarios sueños revolucionarios.
Esa combinación irreductible entre político visionario, artista, enérgico y juvenil crítico del capitalismo y la burguesía, lo ubican en esa constelación enigmática donde la única respuesta puede ser la de situarlo en la nocturna soledad de Ongamira. Cuando veo esas manchas oscuras de su pintura, esos empastes que se abren a la no-representación, a una belleza rústica esquiva a los paradigmas y cánones, me parece detectar eso que José Lezama Lima nombraba Tokonoma: una dimensión pequeña como un agujero en la pared a partir del cual se prolonga el infinito. También al ver esas versiones informes pienso en las premisas de Georges Bataille, en las antípodas de la razón y las derivas dionisíacas de Nietzsche, a quien seguro Deodoro leía: ¿no es acaso una gran revolución acechar las leyes de los hombres con las errantes imágenes de la naturaleza? Un lujurioso Tokonoma interior que se cuela desde la sangre entusiasmada a las estrellas lejanas. La soledad pareciera ser la geografía ideal de Deodoro, una soledad poblada donde la fuerza de lo racional descansa, ese silencio donde todo se percibe excesivo.
Luego pasaría el tiempo desde el día en que asomé a su pintura “Ongamira”, yKikí Roca, su nieta, nos abre nuevos espectros de Deodoro, otro punto en esa galaxia poderosa de pensamientos, intensiones y batallas. Kikí expone y ofrece reproducciones de la revista Flecha. Por la paz y la libertad de América dirigida por Deodoro en 1936, varios años después de la Reforma Universitaria y la redacción de su inigualable Manifiesto. La exposición de Kikí es un acercamiento y homenaje a la inabarcable obra de su abuelo pero también es la mirada amorosa de quien atesora momentos y encuentros con su progenitor, de quien desea traer la vitalidad revolucionaria de Deodoro a un presente sediento de ideas y acciones. De las paredes cuelgan los facsimilares impresos en papel de diario como pliegues de un paisaje o placas tectónicas de las palabras que esperan nuevas miradas lectoras. Los títulos de algunos artículos nos invitan a diversas asociaciones con el presente: “Restricción del movimiento obrero en Mendoza”, “La época del Zarismo ha sido superada”, “Revolución de Octubre”, “¿Hacía una revolución socialista?” “Iniciativa Del comité de Pro Paz de Buenos Aires” “Artistas y Trade Unions”, entre otros. El último artículo mencionado, escrito por Francis J. Gorman, es una interesante reflexión sobre las condiciones laborales. Transcribo un párrafo: “Un primer paso en contra de esta esclavización de las masas es la organización militante de los trabajadores profesionales e intelectuales. Nunca puedo subrayar este punto demasiado. Es una necesidad vital, si queremos vencer la decadencia actual e impedir el renacimiento de la oscura Edad Media.” Más interesante aun, cuando la discusión podría remitirse a hechos que nos atañen actualmente, el retorno a un oscurantismo sin escapatoria.
El trabajo de Kikí además incluyó una perfomance en la sala del Museo Genaro Pérez junto a su hija Carmela. La acción consistió en modificar la morfología externa de un monumento tradicional con el busto de Deodoro. A la perenne figura ellas agregaron un pasa- montañas color negro y de lana, un atuendo irreverente propio de la guerrilla y la barricada y que coincide plenamente con la actitud fresca y juvenil de Deodoro. De esta manera, quitaron a la figura anquilosada del monumento sus reminiscencias estáticas y heroicas.

La sensibilidad de Deodoro, esa insistencia por las ideas y las acciones, su prolífica obra y su consecuente vida encierran un misterio, ese que toda persona excesiva y maravillosa preserva para sí. Creo que un halo de esa totalidad incandescente fue arrebatado a la singular tierra entre Córdoba y Ongamira. Ese territorio tan amado que repitió como mantra, en sus escritos y posicionamientos políticos: “Sud América”, contiene la imagen de esas constelaciones lejanas y en movimiento, el polvo seco de Punilla, los claveles del aire abrazados a las ramas, los cactus de flores naranjas y amarillas contrastando en el camino. Esa “Sud América” concreta y cercana le permitió a Deodoro descifrar un lenguaje pictórico y poético imposible de reducir a una sola voz, en una sola dirección y por ese motivo sigue floreciendo y anudando las estrellas libertarias del Sur.


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