jueves, 17 de diciembre de 2020

Hacía múltiples direcciones

 


-Usted es mago.

-No, yo soy el conejo.

Alberto Greco

 

Según antiguas consideraciones de la alquimia todos los alfabetos derivan de una escritura originaria, cada tabla combinatoria de signos ostenta una posibilidad infinita que, en algún momento de sus derivas azarosas, coincidiría con esos caracteres ancestrales. Otro suceso, en el mismo sentido, indica que toda escritura es una evolución de una matriz generadora de esa primera grafía y que, la progresiva mutación a algún estado actual, no borró las huellas fantasmales de aquel origen. Es decir, que al escribir nuestras caligrafías materiales superponen en el lenguaje tiempos múltiples, variedad de creencias, calendarios agrícolas y lunares, mapas de barrocas constelaciones, dioses del maíz o la caza. Una arquitectura de mixturas que permite la aparición de tiempos y espacios encriptados en los signos. Así, ciertas acciones o programas de búsqueda acontecen bajo la forma heurística de lo que toda combinación es posible, participando indefectiblemente de las lógicas del juego o el juego como lógica de lo infinito. Una regla determinada y fielmente acatada es la fórmula perfecta   para que las figuras lúdicas multipliquen su caudal aleatorio. Allí, variación y persistencia sobreviven en el tejido de las operaciones permitidas, ampliando cada vez más el límite de lo imaginable. La obra de Susana Gamarra “Bosque” se asocia, o reivindica, esas tradiciones herméticas, lúdicas, secretas, donde el arte se confunde con la magia y la magia con las geometrías generativas para componer de modo singular una trama caleidoscópica, entre las luces y sombras del conocimiento. Un intercambio de métodos y recorridos que suponen el crecimiento de los árboles multiplicándose en el corazón del bosque, hacía el claro del cielo y las raíces ocultas en la tierra. Las figuras develadas muestran las funciones reales de una combinatoria en el dominio de los naipes: anverso y reverso de su imagen. Trébol y pica de color negro, corazón y diamante en rojo, son las inscripciones fundantes del juego donde se inicia un recorrido que no necesariamente es progresivo. La experiencia de la obra, según la artista, no termina aún y quizás nunca acabe; todas sus búsquedas esquivan la culminación o cierre de la escena lúdica y lo que se abre es el diagrama invisible de la tirada de naipes como un estrepitoso golpe de dados.

El bosque es un rizoma o una versión más compleja de la noción botánica que Deleuze y Guattari acuñaron para dar al pensamiento una multiplicidad de filamentos. Un modelo que se deslumbra y enreda con la actividad creativa de la naturaleza, para desplazar la rudimentaria retícula cartesiana. “Bosque” de Susana Gamarra se extiende como un tablero que propone cuatro direcciones: 1) Pintura del reverso de un naipe que, apoyado sobre la pared, esconde un dibujo de reyes; 2) Copa de vidrio con líquido negro donde se ha desteñido un papel de magia; 3) Pliegues geométricos, collages con fragmentos de cartas que muestran una gran variedad de caligrafías y 4) Vestigios de un video donde la artista ensaya sus conocimientos de magia, adquiridos en una escuela de Buenos Aires.

En las derivas del juego el vínculo con la magia aparece, los naipes son el elemento de trabajo del nigromante y en ellos Gamarra se sumerge para explorar sentidos latentes, en el derrotero inagotable de la baraja. El primer camino, el del reverso, promete esas visiones extrañas que colmaron las aventuras de Alicia al país de las maravillas, la curiosidad del niño y del artista por aquella realidad que se esconde al otro lado de la lógica formal. El segundo sendero, es hacía la copa con los restos flotantes del papel de magia, por un lado, la transformación de la materia, por otro, el cáliz sagrado que ofrece a quien lo descubra las verdades de la hidromancia. En la tercera dirección, encontramos las combinaciones y variables graficas del collage, irrumpiendo en la linealidad o contorno de la imagen hasta convertirse en signos de un nuevo lenguaje. Por último, la escuela de magia, el estudio del origen de todo procedimiento y toda práctica irracional, basada en la espectacularidad de la sorpresa y la inutilidad, un terreno donde magia y arte logran igualarse. En “Tesoros Secretos” Roger Callois: Como los objetos místicos, el tesoro deriva su valor del hecho de no ser conocido. El niño toma precauciones infinitas para levantar el papel pintado, cavar el estuco de la pared y guardar allí el depósito prodigioso, y volver a pegar en la mejor forma posible el tapiz sabiamente roto en la forma más aparentemente fortuita o cuidadosamente cortada siguiendo el contorno de los dibujos. De la misma manera, Susana Gamarra se aferra al voluptuoso crecimiento de “Bosque” donde algunas veces se pierde y otras se encuentra, descifrando mensajes de antiguos oráculos, moviendo las piezas de un juego interminable.




 


 

 

 

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