lunes, 6 de febrero de 2023

Blandas pesadillas en un mundo sin sueños

 

Sobre “Chisporroteo (Pequeñas grandes contradicciones y mentiras verdaderas) de Pablo Peisino

 

 

La infancia es el pozo del ser… El pozo es un arquetipo,
una de las más graves imágenes del alma humana.
Esas agua negras y profundas pueden determinar
el carácter de una infancia. En su reflejo hay un rostro pasmado.
Gastón Bachelard

Para algunos pensadores y artistas de principios de Siglo XX la infancia se convirtió en un espacio y un tiempo de resistencia política y espiritual, contra el inminente avance del capitalismo. En un reconocido ensayo de Roger Callois “Tesoros Secretos” se establecen las diferencias entre esos dos mundos; el de los niños y el del capital. Dice Callois que, mientras los niños procuran un valor mágico a las cosas que los rodean, en especial, algunos objetos desechados, los adultos viven atrapados en una red temporal marcada por el ritmo de la producción en serie, donde las cosas equivalen a productos, a
su estricto valor de uso. El problema, podríamos anunciar, se vislumbra en esa jugada del sistema que logra apropiarse de todos los discursos, incluso de aquellos que consideramos críticos. Pablo Peisino nos infunde la pregunta por esas tensiones históricas y sociales que, se entrelazan, en el espectro de la publicidad, la comunicación y lo visual, en términos generales; por las estrategias que nos permiten seguir consumiendo sin atender a los modos inhumanos de producción de esas mercancías. El
capitalismo también entendió que la infancia es la potencia de toda libertad, la alternativa al tiempo lineal de una cosmovisión estructurada por la ciencia positivista, el cristianismo y el capital. Sin embargo, y por esa razón, la infancia como latencia de lo extraño y el misterio, como acontecimiento fundante, no puede restringirse a un período cronológico, a una etapa de vida acotada, y en ella, todo intento de sumisión huele a fracaso. Cuando Peisino escribe, en una de sus obras, sobre una abrigada y colorida colcha, letras con restos de telas: “El arte es una forma de vida. Una forma de ver el
mundo”, vuelve sobre esa posibilidad de resistencia. Con ese gesto, atiende a una alternativa vital, no sometida al mandato estructurante del mercado. Sus obras, se componen de ese bagaje artesanal y rudimentario que ofrece al espectador las huellas de un cuerpo, los hilos que la mano hilvanó, en contraposición con las uniformes puntadas de una máquina. Walter Benjamin produjo las ideas más interesantes sobre la infancia y se lamentaba que la “socialización burguesa” fuera en contra del carácter de los niños.

Susan Buck Morss escribe lo que Benjamín afirmaba que, “La cognición infantil era una potencia revolucionaria porque era táctil, y por eso estaba vinculada a la acción, y porque, en vez de aceptar el significado dado de las cosas, los niños aprendían a conocer los objetos asiéndolos y usándolos de un modo que transformaba su significado”. También el bordado es un desplazamiento de las formas abstractas del arte moderno patriarcal, de los programas establecidos en las coordenadas del mercado, a una acción materna en el seno de lo domestico capaz de expandirse en lo viviente. En este mismo sentido, León Rozitchner, en “Marx y la infancia” escribe “para que mercancías haya fue preciso primero amenazar de muerte el ensoñamiento materno prolongado en los seres y las cosas para que la pesadilla del espectro patriarcal borre toda huella del amor de la infancia en las cosas que produce el hombre”. Entre la visión de la pesadilla y las huellas del ensoñamiento materno las obra de Peisino se vuelven hondonadas de materia pensantes y lúdicas.






 

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