lunes, 15 de abril de 2019

Caranday o la ficción del origen


Caranday o la ficción del origen
Geografía entre artesanía, instalación y poesía

Retomando un viaje de su infancia, un hermoso camino serrano rodeado de montañas y ríos, Claudia Santanera se traslada a una escena imaginada y antigua. Un sendero la conduce al Valle de Punilla, desde Capilla del Monte a Charbonier donde se desvía 25 km alejándose de la ruta 38 y llega a Copacabana, pueblo artesano, en el departamento de Ischilín. El cielo es diáfano y las palmeras de Caranday hacen del paraje un delirio surrealista, un delicioso fotomontaje. Los artesanos de esa zona son conocidos por la producción de cestos tejidos con finas y dóciles hojas de verde Caranday. Desde hace mucho tiempo, un período increíblemente remoto para sostener un oficio, y poco certero en cuanto a datos concretos, la cestería es el corazón de toda actividad. En ella se resume la economía y el desarrollo sustentable de la comunidad pero especialmente se emancipan sus lazos culturales en el tiempo: pasado, presente y futuro enredados en las hebras del tejido. Algunas investigaciones, principalmente una de los antropólogos Andrés Laguens y Mirhta Bonnin dan cuenta de la presencia indígena, habitantes del gran norte cordobés y, a través de ellos, sabemos que una cosmogonía anterior a la europea tendía redes con la naturaleza y el entorno[1]. El tejido de Caranday es una huella contundente de ese antepasado extinto que logra persistir en la urdimbre y la trama vegetal y, por último, en el espiral, patrón formal que configura el movimiento circular de cada canasto.
El tejido de palma se enseña de generación en generación y cada vez que la operación se repite se renueva el ritual de una técnica preestablecida. El método es simple pero riguroso, el artesano es el medio por el cual el lenguaje de las formas se expresa, sin embargo, se actualiza al manifestarse en un nuevo y único gesto corporal. El cruce entre el pasado y su actualización es un verdadero acontecimiento fenomenológico: el tejido es la condición de posibilidad de un encuentro entre lo fue, es y será. En este sentido, el tejido se convierte, a su manera, en el recurso para una historia de la comunidad que retoma la lógica de una temporalidad que no es ni lineal, ni cristiana. Reproduciendo, una y otra vez, el primer tejido se tiende una hebra invisible que recupera la unidad perdida entre el hombre y su ambiente, la meditación que sobreviene con el tejido, el silencio de la labor artesanal, permite la perdida de todo concepto. El que teje se sumerge en un silencio de árbol, un profundo sonido de tierra, un sereno estado de cielo.
Dice Daniel Vera en su luminosa introducción a “Ensayo sobre el origen de las lenguas” de Jean-Jacques Rousseau, La tendencia pasional y la toma de partido por el origen poético del lenguaje lleva a Rousseau a postular la prioridad del sentido figurado sobre el literal, aunque tal vez hubiera sido mejor decir del sentido oblicuo o desviado sobre el recto, ya que hablar de literalidad encierra una alusión anacrónica a la escritura, síntoma también de corrupción lingüística pero más tardío: en todo caso la literalidad dependería del sentido recto, en la medida en que concebirlo allana el camino hacia la escritura. (2008:11). Lo que Rousseau admite y defiende es un origen poético del lenguaje: Primero se habló poéticamente y sólo mucho tiempo después se trató de razonar. (2008:29). El tejido de caranday, el espiral reiterado es análogo al sentido oblicuo del lenguaje esbozado por Vera, Rousseau nos confirma que el lenguaje no nació por necesidad sino por pasión. La forma oblicua de la poesía, en relación al discurso científico, se anida en el origen y traza sentidos que van más allá de la materia del lenguaje, es el estado meditativo, es la trama empoderada de los artesanos ancestrales.      
Lo que sucede en la órbita del tejido no es una realidad paralela a la contingencia contemporánea, es un modo particular y creativo de habitarla. El tejido es una actividad concreta pero además es un devenir cognitivo, el objeto es el resultado visible de una lógica propia y material. La urdimbre y la trama se mueven en dos universos enlazados que escriben y describen una visión interna/externa (que nos posee y que nos excede, a la vez) y que configura una manera particular de ser en el mundo. En este sentido, el tejido es equiparable al lenguaje poético, por su cualidad de morada, en “Construir, Habitar, Pensar” dice Martin Heidegger Habitar, haber sido llevado a la paz, quiere decir, en lo libre que cuida toda cosa llevándola a su esencia. El rasgo fundamental del habitar es este cuidar (mirar por). Este rasgo atraviesa el habitar en toda su extensión. (1994:131). Los objetos de Santanera, creados con la colaboración de los artesanos de Copacabana, dan ese paso hacía lo inconmensurable, hacía el abismo, donde la función estricta del cesto se pierde, se transforma y deforma. Ornamentos gigantes caen, se achatan y expanden, se abren y florecen, ninguna función los ata, ningún fin práctico los retiene; como la poesía condensan el tiempo porque sí.
Cada canasto-escultura de Santanera es un adentro y un afuera similar, idéntico a sí mismo, una anatomía regular y simétrica. Podríamos pensar que, cada uno de ellos, anula a su manera las contradicciones del dualismo filosófico moderno. Admitamos que, cada canasto es un enunciado y una prueba fehaciente de lo que existe. Una creación dichosa para los sentidos, que se comporta como una unidad sin fisuras, una totalidad espiral en el movimiento de urdimbre y trama. En su curioso “Diccionario de símbolos” Juan Eduardo Cirlot escribe sobre el significado de espiral: Forma esquemática de la evolución del universo. Forma clásica con la que se simboliza la órbita de la luna. […] Este signo es esencialmente macrocósmico. En forma mítica, estas ideas se han expresado con las palabras siguientes: “Del seno del abismo insondable surgió un círculo formado por espirales…” (2014: 201, 202). Mientras que, la figura central de la representación moderna y europea es la retícula, ascética y geométrica, en la artesanía ancestral del antiguo Valle de Copacabana es el espiral, circular y dinámico. En las variantes reales de la retícula tiempo y espacio son determinaciones matemáticas anteriores a cualquier experiencia, el ejemplo más claro es la pintura del Renacimiento; en el tejido de las cestas tiempo y espacio son experiencias singulares que surgen al hacer, no hay un esquema del mundo previo al tejido. Así, el tejido produce un adentro y un afuera no contradictorio entre sí, una continuidad parecida a la cinta de Moebius, que disloca los dualismos dados entre afuera y adentro, hasta perderse en lo perenne. Santanera busca esa misma sensación de totalidad alojada en el corazón de la infancia, el viaje a Copacabana es la activación del ritual, el fuego de una llama nunca extinta, para ver su poesía en el nacimiento del mundo, brillando. 
En la historia del arte occidental podemos advertir bucles de ficciones temporales muy llamativos, por ejemplo en las vanguardias europeas de principio Siglo XX que, en su intención de abandonar los prejuicios de la cultura hegemónica, llegan a sentencias retóricas similares a las prácticas de la antigua América precolombina. Desde Paul Cézanne a Marcel Duchamp la visión es una experiencia, debemos mirar como niños y advertir patrones reales en la naturaleza deseaba Cezzane[2] o investigar la percepción libremente arengaba Duchamp. Sobre el creador de los rady-made anotó Elena Filipovic “parecía querer explicitar que la condición de posibilidad de la visión es el acercamiento del cuerpo –o sea, la visión es decididamente corpórea. Para Duchamp, la interrogación de la autonomía de la visión iba mano a mano con una reelaboración de ese sitio tan autorizado para mantenerla –el espacio de exhibición cartesiano”. (2008: 63) Los magnéticos montajes de “Anémic Cinéma” son una modalidad experimental de esas investigaciones perceptivas,  forzando los límites del sentido de lo visual convierte la representación lineal en puro espiral en movimiento.
Santanera imagina una ficción del origen donde la infancia tramada en el paisaje serrano despierte balbuceante. La unidad entre ese lengua antigua propiciadora del ritmo de infancia, cadencia y ríos sonando, es posible gracias a las ficciones mudas, o condición de posibilidad de toda habla, que Santanera ejecuta como variantes morfológicas. El conjunto de cestos es una partitura en el espacio, es el reflejo de un lejano lugar en las sierras de Córdoba instalado ahora en las salas de un museo, donde nuevamente parlan. El poeta araucano Abel Kurüuinka escribe Toda la tierra es una sola alma / somos parte de ella. /No podrán morir nuestras almas /cambiar sí que pueden /pero no apagarse /una sola alma somos/como hay un solo mundo. (2014:69) Eso es lo que hacen los tejedores de cestas, encienden cada alma en la fibra sedienta del Caranday. Dice, también, Pascal Quignard: Todos colaboramos en la realización de una obra única. Heráclito decía que aun los que duermen trabajan en una obra y colaboran con lo que produce el mundo. El hombre es tan indiferente como el sol, el viento o un animal salvaje. (2006: 34). Así los tejedores sostienen ese tiempo y espacio ritual, irreproducible en las regiones de la geometría, ordenan visiones cosmogónicas dentro de sí, ven el magma del mundo nacer con cada tejido y salvan silenciosamente la correspondencia entre la estrella y su reflejo, entre las raíces y sus ramas que se desvían al cielo. 
El cuerpo interviene de manera contundente en el hacer artesanal, en la práctica concreta de elaboración, se diferencia radicalmente de la matriz intelectual. En este contexto, donde la mirada y el lenguaje se ramifican en la carnalidad, donde el cuerpo escribe, teje y enuncia Santanera piensa un tipo de escritura material que no se limita a la relación de signos y significados sino que, más bien, se acerca a la descripción de Silvia Rivera Cusicanqui sobre Waman Puma de Ayala: “Éste es un poeta, en el sentido aristotélico del término: creador del mundo, productor de los alimentos, conocedor de los ciclos del cosmos. Y esta poiesis del mundo, que se realiza en la caminata, en los kipus que registran la memoria y las regularidades de los ciclos ancestrales, se nos figura como una evidencia propuesta. […] Desde antiguo, hasta el presente son las tejedoras y los poetas-astrólogos de las comunidades y pueblos, los que nos revelan esa trama alternativa y subversiva de saberes y de prácticas capaces de restaurar el mundo y devolverlo a su propio cauce. (2015: 184). Santanera al crear su propia ficción del origen, donde poesía y paisaje se confunden, recurre a la cestería como modelo lingüístico-corporal. En el aparato hermético del tejedor el origen aparece una y otra vez, poesía entre hebras, crece y se ramifica.
Cada tejido sucumbe al desborde. La magnitud de la obra revela ese exceso pero también impiadosamente su falta, la herida abierta, al mostrarnos descarnadamente que ni el monumento ni la espectacularidad de la escala podrán romper jamás la estricta insignia del ritual: la repetición. Arturo Carrera en “Ensayos murmurados” se pregunta: ¿Qué es la legibilidad? ¿Hay un límite tangible entre lo legible y lo ilegible? ¿Dónde está tu sentido sino en su desborde “original”? y, más adelante, Lévy Strauss en su precioso libro “Mirar, escuchar y leer”, nos habla de cómo la criatura humana teje el dolor. Es la imagen industriosa e íntima del tejido de una cesta: la frágil cesta de hojas, de hilos, de mimbre. Y allí está, otra vez, también, la imagen de San Juan de la Cruz tejiendo día a día sus cestillas. (2009: 59 y 128). El dolor es también lo que el ritual sintoniza, la fuerza impredecible del nacimiento, la geografía olvidada en la distancia materna, la potencia de lo que escapa y nos supera, aunque el cuerpo dice y el cuerpo hace la alegría de tejer y de crear, entonces, las penas se colman, se van al río de todas las gotas.
Claudia Santanera escribe el espacio con sus cestos, vuelve a esos cestos palabra y silencio, y toda la operación combinatoria de la escritura en instalación textil en palma de Caranday. Silvio Mattoni argumenta en relación de los poemas de Francis Ponge algo que nos ayuda a entender la magnitud del ejercicio: La escritura hace de la palabra un objeto tridimensional cuyo volumen se proyecta en el espacio inhumano del silencio. La página es el palacio diáfano donde las cosas vivirán su silencio, donde el podrá dejar de padecer lo que dice. (2000: 13). Aquí nuestro palacio es el museo pero también la experiencia fantasmagórica y alegórica del valle de los artesanos ancestrales. Un hermoso poema “Mamá teje” de Beatriz Vallejo dice: Sólo existen tus manos, / la hebra que trae, a cadencias / el murmullo de un dialecto lejano. / Más allá del mar. / Al pie de la mecedora, / con la muñeca de ojos fijos / viajo contigo en tu ovillo. / yo que soy una flor/ en tus laderas de esmeralda /entiendo mirándote/el lenguaje de la bruma.(2012:30) Es esa tenue bruma, como la frágil nubecita en los ojos de un bebe recién nacido, eso que se pronuncia en el límite y se desdibuja en la emisión, un eco tímido e íntimo, que se despliega vital en la anatomía de las cosas, se pega al mundo, amalgama para no separarnos jamás de él.

Bibliografía
Carrera, Arturo. Ensayos Murmurados. Editorial Mansalva. Buenos Aires. 2009.

Cirlot, Juan Eduardo. Diccionario de símbolos. Grupal/Siruela. Ciudad Autonoma de Buenos Aires. 2014.

Filipovic, Elena. Una obra que no es una obra “de arte”. Fundación Proa. Buenos Aires. 2008.

Heidegger, Martin. Conferencias y artículos. Ediciones Serbal. Barcelona. 1994.

Hess, Walter. Documentos para la comprensión del arte moderno. Ediciones Nueva Visión. Buenos Aires. 1998.

Kurüuinka, Abel. Reuëmn. Poesía de mujeres Mapuche, Selk’Nam y Yámana. Edición de Cristian Aliaga y Juan Pablo Huirimilla. Espacio Hudson. Lago Puelo, Chubut. 2014.

Laguens, Andrés y Bonnin, Mirtha. Sociedades indígenas de las sierras de centrales. Arqueología de Córdoba y San Luis. Universidad Nacional de Córdoba. 2019. 

Mattoni, Silvio. Prólogo. Francis Ponge. Métodos. La práctica de la literatura,  el vaso del agua y otros ensayos. Adriana Hidalgo editora. Buenos Aires. 2000.
 
Quignard, Pascal. Retórica Especulativa. El cuenco de plata. Buenos Aires. 2006.

Rivera Cusicanqui, Silvia. Sociología de la imagen. Miradas ch’ixi desde la historia andina. Tinta Limón ediciones. Buenos Aires. 2015.

Rousseau, Jean- Jacques. Ensayo sobre el origen de las lenguas. Universidad Nacional de Córdoba. Encuentro Grupo Editora. 2008.

Vallejos, Beatriz. El collar de arena. Obra reunida. Editorial Municipal de Rosario. Ediciones UNL. Rosario. 2012.


[1] El hecho de que los sitios de cazadores recolectores más importantes se hallaran en cuevas, como Intihuasi y Ongamira , no significa que la vida en sitios al aire libre en este momento no tuviera sus raíces en tradiciones más antiguas, como el caso del sitio cementerio, en Copacabana, con una ocupación inicial hace alrededor de 6.000 años…(2019:253)
[2] En “Documentos para la comprensión del arte moderno” compilado por Walter Hess Cezzane dice: Pero pintar según la naturaleza no significa copiar el objeto, sino realizar sensaciones cromáticas. –Existe una verdad puramente pictórica de las cosas. - ¡Qué difícil es, sin embargo, acercarse a la naturalesza sin prejuicios! Uno tendría que ser capaz de ver como un recién nacido. (1998:24,25)