domingo, 17 de mayo de 2015

El ojo invisible de la materia


Los gorriones vistos de tan cerca tenían
un aspecto verdaderamente monstruoso.
Girogio de Chirico (Hebdómeros)


El plano de la hoja, los espacios de una escultura, los negros intensos de un grabado, los dibujos con oleo sobre un papel o cualquier otro atributo de la trama visual son, sin duda, momentos de un lenguaje autónomo. La obra ordena una dimensión de la realidad, que no es una representación de ella pero, sin embargo, la invoca secretamente. El límite de cada obra es el límite del mundo, porque fuera de las singularidades nacidas en la trama visual, el orden de las cosas depende de la mirada: de un ojo humano encarnado en un cuerpo. Una perspectiva particular que convierte los significados dados, naturalizados, en nuevas formas poéticas.
En las obras de José Benito, la materia ya contiene ese sentido vertiginoso del decir, la dimensión metafísica para crear un mundo, el poder transformador de cambiar las pupilas por lenguas. La obra es la puesta en evidencia de las ideas que impregnan esa sustancia, que la organizan en el génesis de la visión, para otorgarle entidad, entre las cosas que existen.
Específicamente, en el caso de Benito, las texturas se presentan a la mirada, como una membrana primaria. Las rugosidades, las líneas o las hendiduras componen complejas superficies, laberintos que no acaban nunca. Esas geografías son pieles, que protegen las no-formas del origen, la inexistencia de lo existente, lo invisible. Aferrada a la materia, la epidermis texturada de un dibujo o una escultura provoca erupciones que develan sutilmente su interior pero también esconde, un misterio.
El desarrollo de variadas técnicas y formatos, la potencia híbrida de su lenguaje y la constante creación, son características que sitúan al artista en el campo de la invención constructiva. Así, Benito habita el laberinto donde los arquetipos primeros y las geometrías ancestrales revelan una incesante vocación por el origen; por aquello que nunca perderá su esencia.

Una y otra vez, lo mismo aparece y al hacerlo, se diferencia. En el seno de la creación y en la persistencia de la imagen, confiamos en la visión que todo lo abre.