miércoles, 16 de octubre de 2019

Hamacas, espadas y estanterías. O de como las cosas se transforman con el afecto




¿Un objeto podía amar un hombre?
Toda la historia del animismo
se encerraba en esa pregunta.
César Aira (Artforum)


Una particular configuración visual nos permite acceder al despliegue de tres universos, tres operaciones disimiles sobre los entramados conceptuales y materiales, en el espacio y el tiempo, pero especialmente acceder a tres tipos de relaciones con los objetos. Así, Antonio Castillo Coo, Gisella Scotta y Marisol San Jorge exponen procesos, proyectos, métodos en el marco de Estudio Abierto, instalaciones que juegan con diversas combinatorias. El diálogo, entre las obras, se propicia por su capacidad vincular, en el modo en que algunos signos activan a otros y los repertorios de sentido se abren y se potencian.  
El artista chileno Antonio Castillo Coo ordena las variantes espaciales en torno a un complejo de camas-hamacas denominado “Proyecto Siesta” conformado por una arquitectura provisoria e inestable; una carpa emplazada en la sala sostenida por dispositivos lúdicos de pequeñas manos de madera y un colchón en forma de letra que escribe: Siesta. Toda la inclasificable tradición de la Patafísica considera la siesta como esa manifestación del día y la luz donde las ideas logran, al fin, su máxima plenitud, la unidad. Escribió Macedonio Fernández: De la noche estrellada no nació metafísica; en la Siesta duerme lo individual; nace el panteísmo. La Siesta Evidencial envuelve. En este sentido, la obra de Castillo Coo invita a perderse de uno mismo y dejar que los objetos diseñados dispensen a nuestros cuerpos nuevos estados. La siesta se presenta como ese momento del día donde la maquina productiva se apaga, como en los pueblos y el campo, donde es posible que los cuerpos reposen recuperando la posición horizontal, en contraposición con la directiva hegemónica de la vertical, También, donde las sombras desaparecen ofreciendo a nuestra experiencia del día una alucinada confusión entre cosas, cuerpos y todo lo que vemos o existe.
Por su parte, Gisella Scotta propone una fascinante ficción denominada “Duelo Estético” donde dos mujeres luchan por un jarrón de flores, esa es la historia basada en ciertos hechos reales y que actualiza la idea de duelo como un enfrentamiento feroz. Dichas historias de duelos pueden encontrarse desde los relatos bíblicos como el juicio de Salomón hasta el origen mismo del nacimiento de la crítica artística en argentina. En todos los casos, el duelo parece poseer la condición de cambiar el rumbo de las cosas, se presenta como un momento definitorio entre el antes y el después de la acción. La violencia, el repertorio de heridas, las convulsiones propias de la lucha, operan de una manera que no sólo puede ser entendida como destructiva; las mitologías, la biología, la ciencia, también conceden a sus orígenes luchas entre fuerzas opuestas que definen lo creado. La instalación de Scotta nos muestra la genealogía de ese duelo singular generado en torno a un jarrón con flores, sin embargo, más allá del valor del objeto en cuestión, las protagonistas encarnan en toda su magnitud la lógica cristalizada de los enfrentamientos. Espadas, jarrones, vestidos, pieles rozagantes y voluptuosas conforman el exótico y sensual dispositivo de este duelo estético.
Finalmente, Marisol San Jorge, artista y propulsora de estudio abierto, presenta una serie de obras que rememoran y establecen, en los objetos maternos el sentido literal de un mundo, una especie de herencia simétrica que compone la sinfonía de los vínculos más ancestrales. La artista descubre en el inventario doméstico de su madre, en los adornos de repisas estrictamente ordenadas, un lenguaje. Las cosas, el modo en que se instalan en el espacio, el ritmo que atesoran en el tiempo interpelando la mirada o la forma en que se relacionan entre ellas, una al lado de otra, configuran una literatura de lo humano. Ese paisaje material que nos pone en relación, que no nos deja solo y que, al mismo tiempo, sabe de nosotros, porque están con en nosotros.  Sus imágenes, siluetas y objetos, dispuestos en extrañas versiones de sí mismos, traman fabulas irracionales, imaginando mundos posibles, encriptados en lo real. La abertura como configuración significante de la obra, interpelando al ojo, la mirada creadora y fundante de nuevos horizontes y de otros pensamientos. Las tres obras pueden inscribirse en la denominación de ficción, en el sentido que Jacques Ranciére la define como capaces de socavar lo real, ver otras modulaciones de lo fáctico, una interesante observación dice: Las prácticas del arte […] contribuyen a diseñar un paisaje nuevo de lo visible, de lo decible y de lo factible. Ellas forjan contra el consenso otras formas de “sentido común”, formas de un sentido común y político. La presentación y diálogo entre Castillo Coo, Scotta y San Jorge, funciona como una ficción ampliada en el espejo de sus propios procesos y en las condiciones de posibilidad de los discursos contemporáneos, cada uno abriendo la mirada entre las disposiciones del afecto, las heridas y el ojo, de lo que mira y es mirado, lo que avanza construyendo tramos de un rizoma inacabado y mordaz entre hamacas, espadas y repisas.   








martes, 15 de octubre de 2019

Libro Párpado


Libro Párpado

Se abren y se cierran, lentamente, reposan en el sueño y luego, vuelven abrirse, como flor de insistentes pétalos, se abren y se cierran, intermitentes hendiduras de luz o ráfagas de oscuridad en la sombra latentes, hieren o anidan la mirada en cada espacio, esos párpados que se abren y se cierran, saludando a lo real. Un dibujo de cenizas, una pluma roja, el habla derrotado de la tinta, espectros de oscuridad en esa abertura siempre cerrándose, aparecen. Ese límite, imposible donde todo lo visto se constituye en perdida de lo no visto, un derrame de cosas líquidas; lo que la apertura encandila y lo que lo clausurado ignora. Nuevamente, se abren y se cierran, una y otra vez, sobre la letra, en el cuerpo, abiertos y cerrados, otra vez, los párpados en los ojos. Esos pequeños abismos en movimiento que, en la sumatoria de lo posible y en la dialéctica del parpadeo, sólo pueden solaparse tras la muerte, el modo definitivo de resolver en la mirada los problemas de lo oculto, de la perdida profanadora de la unidad y la claridad, porque de otra manera, mirar siempre es la incisión latente en lo vivo. Así, lo reiterado, modela una urdimbre agonizante, un imperceptible tejido donde la temblorosa danza de la mirada se despliega con elegancia diversa; imposible de cuantificar, arrolladora en su singularidad, espantosa y bella en su carnalidad. Si volviéramos a inventar el espacio y el tiempo, desde el punto de vista de esa urgencia visual, pensaríamos que el rizoma es una simple esquematización irrisoria, un tumor encriptado en el fulgor de lo que se abre y cierra, una y otra vez.
¿Cómo fue que el mirar se recortó sobre el diagrama geométrico y se confirmó así, en el simple mirar, que todo permanecía quieto? ¿Quién insinuó, alguna vez, que mirar era un estado de quietud, al margen de toda gestualidad? Si, por el contrario, ese latido carnal rememora, en la inagotable emanación de su potencia, todo nacimiento. El ojo golpea, suavemente, esa piel rosada y húmeda, contracciones en el útero craneal, jadeando hasta el límite de lo posible. Mirar a través del párpado es, esa presión viscosa que propicia, en la traducción de lo visto, que lo real se refleje como un reducto impuro y gelatinoso. En esa pendular morfología del abrirse, el ojo se emparenta con la lengua o la placenta; órganos, residuos, funciones anómalas en las cavernas mojadas del cuerpo. No olvidemos la tibia matriz de la piel, las cosquillas de las pestañas, las salvajes lágrimas excediéndose desde adentro hacia afuera, segregando, ardiendo en lo mirado. Cada pestañeo es creación, golpe hendidura en lo frondoso, allí la abstracción perdió su rumbo, no pertenece a nuestra atmosfera.
Ahora sí, lo visual esa máquina inquieta que siempre se balancea entre la línea y la mancha, y en la humedad la forma enfoca o desenfoca el paisaje, pero también la dimensión del ver que se guarece en el interior, el modo que la narrativa, impulsada por el ojo, se despliega. Los párpados, condición de posibilidad de toda mirada, porque de ellos depende todo no-mirar, lo que se oculta para nosotros en el corazón de lo visto, o lo que no podemos seguir viendo cuando perdemos la atención que se fija en las cosas. La mirada avanza y retrocede y en esa retirada del mundo, avanza desenfocada, tanteando en lo borroso, ese paisaje propio de las siestas, de las siestas infantiles en una casa en las sierras. Las siestas sin sombras y encandiladas, donde los niños ven cosas fantasmagóricas y sagradas, susurradas por Macedonio Fernández: “Para mí la siesta es llamado al camino de la evidencialidad mística, y está en el ángulo de oscuridad y deslumbramiento, lo oscuro por reverberación, la claridad del darse del ser por supresión de la figura y rumbo que se nos antoja imposible.
Libro Párpado de Natalia Lorio y Verónica Meloni, libro epistolar y diagonal es la escritura de ese ir y venir, oscuridad y luz implicadas en el gesto, sin embargo, no se dispone en la contraposición o contraste, más bien, advierte que en lo nocturno de lo que se cierra vaga el fantasma de lo iluminado. Ese recuerdo óptico de lo incandescente, las siluetas de sombras inconexas fraguan cualquier convención totalizadora de lo visto. En Libro Párpado lo irreductible es soberano, lo legible y lo ilegible se solapan en lo que se abre y lo que cierra. Libro Párpado se presenta como la escritura de la experiencia, artefacto diseñado para descomponer y desprender el globo ocular del cauce del rostro, de la visión en el sentido, en que se dispone de lo visual como legible. Libro Párpado, ojo que se desplaza por todo el cuerpo, tumor o injerto que se aleja de las cavernas rocosas del cerebro, estalla. ¿Párpado o lengua?
El ojo en Libro Párpado busca otros vínculos corporales; ojo en los pies, en la panza, en el sexo, ojo que huye hacía la sangre torrencial de ese cadáver que habita. Ese ojo, también, se adormece en la lengua, acercando lo que hablamos a lo que vemos. ¿Qué forma de mirar es la escritura? ¿Qué tipo de habla es la mirada? En Libro Párpado escribe Lorio: “Porque no pensar en la escritura como un espacio de chisporroteo de una palabra que cae como una gota sobre una superficie más o menos tersa, o el hueco ya horadado por una obsesión que (nunca) escribe lo mismo”, unas páginas más adelante, Meloni en su dibujo dice “Recibe este viento infectado de carne”. Lo que escribimos, lo que vemos, alojado en los pliegues de lo carnal, anudados en el quiasma ilimitado del parpadeo.  
El párpado y su piel reversible entre adentro y afuera, íntimo y externo, descubre el día en la noche, así, el tiempo se incorpora en dosis de movimiento, sinfonías de rayos y escorzos. La linealidad se tritura en infinitos fractales, poderosas gotas impresionistas, inconclusas. La causalidad se demora en esos fragmentos de abertura que capta la instantánea en el amanecer de lo sensible e inaprensible deja fugar eso que se oculta, el ojo y el mundo mezclándose. Lo que se queda prendido, como brotes de enredadera, lo que se enciende fugaz, vuelve al interior, pero nada es apresado, simplemente crece y florece, se seca y muere y quizás, vuelva a crecer. Jorge Barón Biza, en El desierto y su semilla, fundó su propio Libro Párpado, ese lugar único desde donde presenciar el horror y escribió sobre su padre “Para recordarlo, mi memoria empezó por el globo de sus ojos, muy blanco y marcado cuando quería infundir terror y se esforzaba por mirar sin piedad. A partir de esas esferas blancas, la remembranza pasó a otros puntos prominentes –las cuencas de los ojos, el puente de la nariz- y de allí una cascada creadora fue generando las ventanas de la nariz, las mejillas… hasta que se completó mi reconstrucción deductiva, en la que cada forma llamaba a la siguiente. Solo entonces advertí que el origen, la esfera blanca del globo de los ojos, carece de mirada.”  Es terrible y vital, la abertura sobre lo que se cierra el parpado, húmedo y humano, espinas pestañas que hablan las cosas del mundo, sin saber que, en ello hay algo que ignoran por completo.