domingo, 17 de abril de 2016

Ana Eva Finquelstein y los archivos impuros




Eva Finquelstein y los archivos impuros

Un blog denominado Titulo conforma el extenso archivo de Eva Ana Finkelstein, una joven artista cordobesa abocada a la perfomance y el vídeo arte. Título nació en el contexto del ciclo  Aún sin título coordinado y gestionado, desde 2011, por Soledad Sánchez Goldar, referente ineludible del arte de acción en Córdoba.
Antes de cada video, o en ese orden impreciso que regula la web, Finquelstein se ocupa de indicar y especificar el contenido de las entradas, aclarando instancias técnicas y conceptuales para un recorrido posible de su trabajo.
Alrededor de 20 piezas constituyen el blog con sus respectivos índices. Cada partitura medial, cada película, tiene una duración promedio de 45’ y son videos-collages compuestos por registros realizados en situaciones diversas: perfomance, eventos sociales, inauguraciones,  ensayos, archivos de la web, obras de diferentes artistas, autobiografías y una gran cantidad de citas del mundo del arte.
Un grupo  conformado por Lucrecia Requena, Jesica Marcantoni y Mel Pasardi protagonizan las mayorías de las acciones. Las tres artistas, cada una con un reconocible lenguaje corporal, aportan la potencia de sus cuerpos, aquello que el movimiento inscribió con particular brillo en la piel.
Por su parte, Finquelstein ejecuta la pieza como una gran editora, cada pequeña pieza integra un texto inmenso. Esa narración magnánima, inabarcable, funciona como archivo pero también como relato autobiográfico. Así, en el epicentro de Título ocurre al mismo tiempo la Historia y la historia, como  torbellino o espuma de la creación.
Quizás suene algo inapropiado o contradictorio ¿qué significa participar al mismo tiempo de la Historia y la historia? ¿No es acaso la redundancia sólo un juego de lenguaje?
Lo que propongo es que la Historia, el término con mayúscula, representa el intento de generar un relato objetivo de los hechos: con un aparato formal de categorías y conceptos se obtiene cierta regularidad y explicación que, suponemos, se corresponde con la verdad. La historia, con minúscula, es la aparición de acontecimientos mínimos y singulares que representan a una minoría o a su referente, y su valor de verdad es la experiencia.
La impureza, constitutiva de estos archivos, no sólo obedece a una estrategia formal sino que, en primera instancia, satisface el deseo de Eva de encarnar su propia historia. El nudo biográfico de sus archivos, la máquina visceral, que los pone en movimiento se corresponde con la  tensión constitutiva del arte contemporáneo, en general, y la perfomance y vídeo arte, en particular.
Ambos fenómenos, perfomance y vídeo arte, apelan a la temporalidad de lo vivido y al espacio propio construyendo sinfonías políticas que se alojan en atmosferas existenciales diversas. Como manifestaciones contemporáneas son esencialmente críticas del mundo del arte, de sus pretensiones hegemónicas, propagadas en museos, galerías, bienales, aparatos conceptuales, políticas culturales e inclusive de los propios artistas. Pero el modo en que la crítica se dispone, o aparece, no es sencillamente como mera reacción o enunciación objetiva de lo negado sino como absoluta encarnación.
Siento luego existo. Los cuerpos están siempre allí para confirmar nuestra existencia. Siempre hay cuerpos, porque sin cuerpo no hay mundo, ni mundo del arte, ni ningún otro mundo posible. Lo dado para la perfomance no es el espacio-tiempo de la física, ni el cuerpo de la biología o la ciencia sino cada uno de nuestros cuerpos sintientes.
En el archivo de Finquelstein se juntan, en la sistematización misma de un archivo, las formas y métodos que posibilitan las estructuras narrativas de la Historia, sus modelos cognitivos abstractos, con la mirada singular de quien organiza dicho archivo. En esa coordenada no sólo ocurre un fenómeno creativo sino también poético, rítmico, que enuncia en su propia lógica material un arte local factible.
Un arte local que no se mide a sí mismo en términos de emergencia, marginalidad o periferia sino como centralidad invaluable de su existir. Advierte y afirma: el mundo del arte pervive en mi sangre y no a la inversa, mi cuerpo no es recipiente neutro de nociones ajenas es él quien otorga vida a cada enunciado, a cada posible término de una teoría.    
En este sentido las cita, los juegos o referencias que fluctúan por ese universo inabarcable denominado Título, modifica radicalmente el entorno de la cita, para que lo mencionado ingrese al cuerpo de la obra, convirtiéndose en ella, en su sustancia concreta.  
En sus archivos impuros Finquelstein descubre una nueva forma de “antropofagia”, una versión pop a la antropofagia de Oswald de Andrade, manifiesto central de las vanguardias brasileras. El monstruo que todo lo engulle es un ordenador, un espacio virtual, que lo digiere rápidamente, y lo destruye con sus sombras de olvido. 
En “Imágenes de América Látina” Raúl Antelo nos recuerda que en Brasil, en la década del 30, las vanguardias traducían impuramente Sigmundo y no Sigmund, refiriéndose a Freud. Reafirmando que, ninguna lectura o interpretación es independiente de la posición de un cuerpo, de un lector. La supuesta transparencia interpretativa se contamina de visiones que la modifican pero que también mantienen vivo el tejido simbólico. La “o” que interviene el nombre real inventa un nuevo mundo en ese límite que consideramos el nombre propio, enriquece la identidad y el bagaje de sus teorías.   
El capítulo diez del blog Título se denomina Valter Veenjamin y confirma la apropiación, la teoría que habita la musculatura, los huesos, los ojos de quien siente.  El entrecruzamiento entre la Historia y la historia actualiza la operación de la cita colocando el nudo vivencial como primer aparato interpretativo, no sólo del arte sino del mundo simbólico que nos atraviesa.
En este sentido, la tradición, el establishment del arte contemporáneo y el mercado  pierden, en un giro perfomático, sus preciadas cualidades de originalidad y valor confundiéndose con lo engullido y apropiado.
Bataille opone lo alto a lo bajo y descubre que las imágenes reservan un duplicado de un mundo que se erigió sometiendo y reprimiendo en nombre de una racionalidad luminosa. La cabeza protege esa razón antropológica de un mundo en decadencia mientras los cuerpos buscan refugio en la poesía y el arte. Lo bajo ese imperio bello donde prospera el barro y las raíces se apoderó de él y con una hermosa obra sello su pacto con el cuerpo y la carne. Las ideas viven en el corazón y son impuras como nuestra confusión en el abrazo. Titulo, es el título de un blog-archivo que ha perdido la cabeza para habitar las impurezas de lo que minuto  minuta circula el espacio  e inventa la vida; de lo que hay y se acepta pero también se quiere y se festeja.

sábado, 9 de abril de 2016

Los viajes de Timo



Hace tiempo, enero de 1999, viajé a casa de mi hermano en el mar. Fue una experiencia extraña, los turistas y el calor asediaban; la nube vaporosa del verano confundía los cuerpos  con las latas y las bolsas dejadas en la playa. Yo estaba ahí intentando divisar los límites de una ola o la diferencia entre un caracol y una piedra pero las categorías de la ciencia fallaban. La mezcla, o confusión, entre lo natural y lo artificial no dejaban lugar a una pureza anterior, todo lo que había era eso, una forma de vida sustentada por una nueva visión de la realidad.
Busqué unos libros para llevarme a Córdoba, entre ellos, Enrique de Ofterdingen de Novalis, la aventura iniciática motivada por el sueño de un joven que decide conocer el origen de la poesía. El héroe recorre tierras extranjeras, el destino no se configura al final, es el viaje mismo. 
Empecé segundo año de Bellas Artes en la Escuela Figueroa Alcorta, Fabián Liguori era  profesor de grabado, uno de los docentes más comprometidos de la carrera. Me sorprendió su manera de explicar las consignas, la introducción meticulosa para el  uso de cada herramienta. Recuerdo una ocasión que tomó una trincheta y un papel  y desarticuló, de todos los modos posibles, el mecanismo del artefacto: hoja metálica, filo brillante, carcasa de plástico, piel sobre el instrumento y las fibras del papel que se abrieron.
Desde aquella vez hasta Los viajes de Timo, desplegada actualmente en la sala de la Galería El Gran Vidrio, se advierte una continuidad, una idea que se desarrolla en el tiempo. Ese mismo año (pondría el año) expuso Tirapiedras, en el Subsuelo de la Casona Municipal. Cuando estaba mirando las xilografías de monumental escala y complejos planos superpuestos, un artista de su misma generación se acercó y me dijo: -Es muy buena la muestra, lástima que Fabián siga insistiendo con el grabado. En aquel entonces desconocía al interlocutor al que respondí que su mirada carecía de proyección, evidentemente, aquello que ambos estábamos contemplando no se reducía a la disciplina.
Sigo creyendo lo mismo, ahora que mi visión encandilada por Los Viajes de Timo descubre un potente mecanismo simbólico, de jeroglíficas geologías, fuera de cualquier categoría. La maestría técnica, la perfección de las herramientas desplegadas, no impiden la nítida percepción de un exceso artístico, la construcción de un lenguaje.
Lo que vemos inquieta y se apodera de nosotros, frente a la extensión de ese mundo es necesario experimentar una percepción alternativa, similar a la que nos exige la ficción científica o filosófica.
Toda la exposición es un escenario artificial, inducido por efectos y funciones que operan con las mismas reglas del mundo real. Las referencias gráficas a los video-juegos, el comic, la publicidad y los íconos populares determinan los límites de ese universo. A partir de la ejecución de ciertas reglas comunes y la disposición de elementos específicos se pone en marcha el artilugio, la ficción.
Timo, al igual que Enrique de Ofterdingen, viaja por la escritura y los símbolos buscando poesía, algo parecido a sí mismo. Todas esas manchas de colores, los letreros de la publicidad, la velocidad de las operaciones virtuales, la textura monótona de los teclados, los íconos de la computadora, la luz de los carteles, las insignias políticas e ideológicas, lo han ido devorando, transformando y resucitando.    
Al parecer no hay muchas más opciones que aceptar las reglas del juego, como pensó Nietzsche necesitamos construir ficciones para sobrevivir. El intelecto humano, demiurgo de la realidad, nos concede la ciencia y la religión para aferrarnos a la vida. Pero si no logramos advertir las fisuras de los grandes sistemas o no le concedemos una mirada creativa a la  existencia, el mundo se vuelve oscuro y tenebroso.
Lo que debemos evitar, sobre todas las cosas, es que nuestros prejuicios se solidifiquen en los estratos últimos de nuestras creencias. En este contexto la práctica artística consistiría en desarmar los grandes packs de verdad visual que los diferentes registros de la realidad disparan constantemente.
Lo humano además, nos advierte Liguori, se define por sus grados de violencia. Para que un universo artificial adopte el ritmo humano, la cadencia de los hombres contemporáneos, es necesario imprimir violencia entre las reglas de ese mundo.
De todas maneras el juego y la realidad son permeables, porosos. La verdad o falsedad de uno y otro son evasivos a una ley de correspondencia o representación, entre la palabra y la cosa.  Lo que nos informa de nuestra percepción real es la posición del cuerpo en el espacio, la textura de nuestro mundo, el juego que somos capaces de jugar, no el valor de verdad de nuestros enunciados.
Como ya dijimos el mundo del arte no es ajeno al problema de la ficción. Si la trincheta que usamos a diario en nuestro taller  fue construida por hombres que trabajan como máquinas, si el papel y las tintas de las obras son generados por desbastadoras tecnologías y si las ferias de arte son evidentes arquitecturas panópticas, todos nosotros estamos en problemas. 
La gran maraña de símbolos, late con fuerza, vive al acecho, para convertirnos una y otra vez en enemigos de nosotros mismos.
En un reciente libro Desde el ángulo de los mundos posibles Anne Cauquelin dice: “según Cicerón en 12.954 años el mundo termina en una gran explosión apocalíptica (diluvios e incendios), después de la cual otro “Gran Año” recomienza con el nacimiento de un nuevo mundo. Pero ¿es este un nuevo mundo o el mismo?”
Al salir de la exposición de Liguori me pregunto ¿El viaje de Timo es, también, nuestro viaje? La pregunta forma parte del juego. Si he logrado preguntarme algo es porque estoy implicada, interpelada por la razón de mis propias voces. Si la respuesta acaeciera entonces entraríamos en el peligroso círculo de la lógica donde, sospechosamente, todo funciona.
 A los seres que habitamos alguno de estos mundos posibles nos aguarda la basta inclusión de todos los puntos de vista. La vida no es una propiedad humana, es la ampliación efectiva de todo lo que tiende a resistir el intercambio de materia.
En Blade Runner, una pieza maravillosa del cine de ficción, los replicantes son robots que han sido construidos para suplantar a los humanos en actividades peligrosas o desagradables, pero no aparentan diferencia con los mortales. El protagonista, contratado para detectar replicantes, se enamora de una muy hermosa. Esa pequeña fisura provocada por el deseo desubica lo humano y lo no-humano creando una tercera interface, una nueva realidad. Los viajes de Timo son así una interface apasionada entre una mente que inventa un lenguaje y un cuerpo que lo arroja al fenómeno de la percepción.    
Más allá, en el fin del mar, una ola golpea reiteradamente las arenas doradas de una duna. Las gotas se expanden dispersando el límite del mar y el agua se aleja hasta desaparecer. Aunque, desde el punto de vista de la gota, todo acaba de empezar.

Mariana Robles