viernes, 5 de octubre de 2018

Muda



Pronto llegará el día en que los actores creerán
que su máscara y sus vestidos son ellos mismos”
Epícteto


El invierno comienza a decaer y la tarde se alarga con los últimos rayos, logro enhebrar  hilo rojo en la aguja y por la tela rasgada una remota luz se cuela; el mundo se mezcla en esa materia compuesta de elementos dispares. Recuerdo la herida abierta: el catálogo de categorías y distinciones que atraviesan nuestras vidas. Pienso, aquí y ahora, qué es naturaleza y qué cultura. ¿Qué fragmento de bordado puede ser separado del aire o el leve viento que lo rodea? Ahora la tela se expande y tiene una forma determinada: un vestido, una pollera, una corbata. Distingo un guardapolvo infantil o un uniforme médico, algunas prendas fijan una función u oficio, otras atrapan el cuerpo y lo cubren. Son otra piel, mudan, nos presentan ante la mirada ajena, modelan nuestra silueta y ella se expresa a través de cada pliegue del paño y viceversa. La cultura y la naturaleza arrullan una sinfonía singular en los recovecos de la época y la moda, se traman para reinventarse una y otra vez.
En el “Libro de los Pasajes” Walter Benjamin apunta dos ideas interesantes, “la moda es la precursora del surrealismo” y “el sello distintivo de la moda entonces: insinuar un cuerpo que nunca jamás conocerá la desnudez total”. La primera sugerencia nos permite pensar la moda como artefacto propiciador de realidades ensambladas: diseños, trajes y vestuarios en el arrebato del sueño, lo desconocido y lo mágico. La afirmación surrealista sitúa a la moda y sus encantos en la vereda opuesta al consumo y el capital, fuera de la lógica lineal del mercado, asociada a nuevos conocimientos y experiencias. El otro enunciado atañe al desnudo y con ello a un sinfín de referencias vinculadas a la historia del arte, de la imagen, la religión, la psicología, la ciencia, etc. Giorgio Agamben desarrolla el problema en “Desnudez” donde advierte que el vestido en la tradición occidental existe para señalar una perdida. Cuando el hombre edénico es expulsado del paraíso pierde el velo invisible de la gracia divina inmediatamente suplantado por el vestido. Estar vestido significa, entonces, estar en ausencia de gracia. La historia de la pintura podría ser la referencia más perfecta y profusa para mostrar los hermosos y terribles vericuetos del paganismo aferrado al tiempo.   
En la obra “Muda” de Macarena Santamaria y Julia Cisneros, una instalación de prendas intervenidas con bordados, aflora la materia modificando la trama de lo dado. Ellos resolvieron el enigma de lo preexistente componiendo una sinfonía de dibujos espaciales, coloridos y texturados.  Las prendas florecen con cada bucle de hilo y se disponen a crear un paraíso cálido y artificial para esos cuerpos expulsados de las fauces del origen ¿Cómo es posible semejante tarea, ese deseo inocente de contemplación y goce? El bordado puede ser la respuesta, el tiempo de meditación en el ir y venir del hilo, las figuras que aparecen en el horizonte de la tela donde la mente imagina perderse y reencontrarse, esas horas y minutos dedicados a la laboriosa meditación. Marosa Di Giorgio escribe “La araña se detuvo, mas luego reemprendió la labor, sobresaltada y empecinada. De su cuerpo nacía un crochet. / Mamá aprovechó mucho de ese crochet. / Y bordó con lo robado fundas y sábanas, enaguas, corpiños.” Macarena y Julia son araña y madre, al mismo tiempo, tejen y destejen, bordan y escriben, cosas extrañas, enredadas y misteriosas en la superficie de una prenda convencional. Modifican la apariencia de las cosas, mudan su sentido establecido, el fin y sus aparentes construcciones, también hablan y citan un mundo de artesanas y bordadoras, de ancestros y trabajadoras que oprimen la aguja de la alegría para tramar mundos de colores. Elena Poniatowska visita a “Las señoritas de Huamantla” y dice: “Entre los pliegues de la tela burda aparece un brocado más blanco que la leche blanca y, sobre éste, diminutas guirnaldas de hojas bordadas con hilo de oro. Sacan las agujas de la labor, todas del mismo número, y hacen que el hilo de oro atraviese una y otra vez la suntuosidad de la tela”. Juntos, en la comunidad del hilo transformador, trajes y prendas ingresan al paraíso perdido, donde los cuerpos vestidos adoran su gracia pagana.





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