jueves, 8 de agosto de 2024

La Costanera

 

La Costanera

Silvina Sazunic

 

 

I. Un fondo hipnótico

 

Poetizar es el propio

dejar habitar.

Martin Heidegger

 

Silvina Sazunic viaja desde Londres a Buenos Aires y durante su estadía que, se prolonga por cuestiones personales, desarrolla un proyecto fotográfico “La Costanera”. En realidad, una narración polifónica entre fotografías, textos y la perfomance experiencial que, sostiene esa relación entre ella, cámara fotográfica y quienes fueron   retratados. Transcurre el año 2001 en la ciudad, hito social y político por la crisis económica que atraviesa al país. En ese contexto, el encuentro entre desconocidos entregados al acto de la mirada y la escucha, se torna fraterno y poderoso. Esos meses, donde las estaciones, se suceden para mostrar diferentes paisajes sobre el fondo hipnótico de piedra que prolonga las historias, Sazunic estimula la imaginación con una cámara analógica. Las fotos fueron tomadas con el cuidado de lo irreversible, cada haz de luz sobre la emulsión fotosensible no puede borrarse, porque ya hirió, de alguna manera, la materia para siempre. A diferencia, de los dispositivos digitales, con lo analógico, no es posible captar numerosas imágenes y luego elegir entre los remanentes que, cierto azar desprevenido, capturó. Por el contrario, en este caso, los dos trayectos de ese viaje al corazón de lo visible, se dan en simultaneo: tomar la fotografía y elegir la expresión exacta, se corresponden con lo fotográfico.

Sazunic ejerce la persistencia y la atención para captar el gesto y el momento preciso en que, el otro aparece frente a ella, o mejor dicho con ella, en esa dimensión a orillas del Río de la Plata. En “La Costanera” ese sitio cargado de historias.

El sistema analógico funciona, en este sentido, como una definición mágica porque revela lo indefinible, lo imperceptible a simple vista, ciertas versiones de lo oculto que merodean y nos rodean. Sin embargo, y al mismo tiempo, en la trama tecnológica del artefacto se encuentra a disposición una clave existencial, en este caso, la premisa de que, el ser es una medida en lo ilimitado. Heidegger, escribió que los humanos habitamos poéticamente el mundo, esa poesía que nos define en tanto ser, es para el hombre y la mujer moderna la única medida posible para revelar lo sagrado. La poética, entonces, de “La Costanera” se funde con los recursos técnicos en un mismo acto, la mirada, el paisaje y el tiempo se reconocen como morada del ser.

 

II.  Un espacio de ofrendas  

 

El proyecto “La Costanera” no se compone únicamente de fotos, pero es con la potencia de los retratos que la obra, se emancipa hacía las palabras. Cada cuerpo se encuentra acompañado por un relato propio, algunos parecen venir desde los ojos, otros desde las manos, hablan con el cuerpo. Por momentos, las historias son confesiones, expresiones de deseo o dan cuenta de sucesos recientes, algo que acaba de suceder. En esta dimensión confidencial y afectiva, es donde “La Costanera” se convierte en un altar, en un espacio de ofrenda.

Los textos podrían ser intercambiables, lo son en algunos casos. Algunos testimonios son reales, otros son ficticios, otros vienen de otro tiempo y otro cuerpo, pero todos coinciden en un punto, más allá, de la verdad donde la luz de la revelación todo lo mezcla y lo transforma. Una voz única, particular o artificial, ya no importa tanto, si interesa que, coincida con el fulgor de ese cuerpo y de esa experiencia.

El paisaje, el río fundacional, el tiempo en el ritmo del agua que se agita inmemorial, se transfigura frente a la cámara. Es, ahí, cuando las piedras se vuelven a la vida, en la escucha de las voces mortales.

Las piedras macizas y perennes del muro no sólo contienen ese río que, crece inconmensurable y que, se abre al mar, inundando las costas, sino que, además retiene las morfologías iridiscentes de sus transeúntes. Establece, entre la naturaleza y el hombre, un artificio para reflexionar y descansar, una dimensión de lo urbano donde lo humano recala hacia su propia interioridad.

Cada retratado, del cual suponemos una biografía, exhibe su potencial narrativo abrazándose a un “aquí y ahora”, más allá, de lo humano, porque el relato es con esas piedras, ligado a esa vida inmóvil del muro. Cada narración desprevenida, implica al paisaje y a la arquitectura, en un nudo rítmico de diseño ancestral, entre lo inorgánico y lo orgánico. Un diálogo que, organiza su propio devenir en un acto colaborativo entre hablantes, dando voz a las imágenes y oídos a los muros.

 

 

 

III. Un portal cuántico

 

Los veo venir lenta, muy lentamente:

¿y no hago esfuerzos por apresurar su llegada cuando

escribo de antemano los auspicios bajo los que les

veo nacer y los caminos por los que les veo venir?

Friederich Nietzsche

 

Las personas retratadas sobre “La Costanera”, locación primordial, conocida y reconocida por la mayoría, se encuentran implicadas, fenomenológicamente con ese espacio. Lo que las fotografías de Sazunic logran captar no es una simple relación transitoria sino, más bien, una revelación existencial. Cada fotografiado se vuelve hacia los otros, habitantes de una dimensión desconocida, entregados al tiempo inadvertido de sus miradas. Por esa razón, es que la imagen tiende a abrirse como un portal cuántico tanto a nuevas experiencias como a nuevas miradas actualizándose entre los pliegues de un tiempo propio. Los espectadores, quienes contemplan las imágenes, son parte de un presente posible y de un futuro extrañado, fuera de foco, pero se reconocen en la disolución fantasmagórica como herederos de una historia.  

En el relato aparecen amigos, amores, esos mismos amores que ya no están, la infancia, el deseo de ser otrxs, una mascota adorada, hijos, hijas, padres y madres, el recuerdo imperioso que los refleja siendo otros y ellos mismos, singulares y únicos. En la narración una bocanada de luz se abre paso entre las sombras y sobre el rastro ciego de melancolía, el muro gris de piedra filtra las emociones de nosotros humanos demasiado humanos.

 

 

IV. Un efecto pictórico y sensual

 

Es interesante detenerse, en el repertorio de gestos que ofrece “La Costanera”, el lenguaje corporal que produce otra narrativa, superpuesta a la oralidad y la escritura. El gesto, como una fisura en el tiempo lineal, desdibuja las determinaciones del lenguaje y que, en su compleja geografía, no sólo incluye el movimiento del cuerpo sino, también, la cabellera indómita, las texturas y colores, los ornamentos y las prendas que, cubren el cuerpo como una segunda piel.

La ropa de cada retratado, los pliegues de esas telas sobre los pliegues de la piel producen un efecto pictórico y sensual. Los detalles desapercibidos que, se cuelan en los movimientos configuran tramas de materia oculta, una huella del misterio. Los pliegues de la ropa imprimen vitalidad a esos cuerpos detenidos en las inmediaciones del lente. Cada rugosidad indica que, esos cuerpos no son monumentos, que serán inmortalizados por la fotografía, porque ese “hay” y ese “ahora” que configura las coordenadas de la piel, indican la absoluta presencia de un cuerpo vivo.

Por otro lado, las prendas ofrecen rastros de una época, nos indican sobre el día, el cielo, el clima. Dicen de donde viene, transparentan la noche donde se cuela el deseo, transitan el engranaje de lo cotidiano, acarician la fiesta y la tragedia. Aby Warburg popularizó la idea de que “Dios habita en el detalle”. En sus inabarcables relaciones imaginarias, entre rastros de algunos tiempos inmemoriales y otros más cercanos, detectó que pliegues, flores, viento, rayo y serpiente no son meros decorados. Traen consigo, el volcán primitivo de los hombres que temen y sueñan, de las incesantes luchas con los gigantes desconocidos de la psique y de la historia.

Los gigantes y los detalles, todos paseando desprevenidos por los muros porosos y enigmáticos de “La Costanera”.

 

V. Los guardianes de los cuerpos

 

La historia del Tierra es una historia del arte,

experiencia artística eterna. En este contexto, cada especie

es a la vez el artista y el curador de las otras especies.

 E inversamente, cada especie es su vez una obra de arte y

 una perfomance de las especies cuya evolución representa.

Emanuele Coccia

 

“La Costanera” inventa un paisaje, un volumen de piedras y cemento que, traza una línea explícita entre el cielo y la tierra. Una frontera que imprime al mundo una relación atmosférica con las nubes; el horizonte, en esas inmediaciones, cambia siempre de intensidad. Las fotografías, revelan un fondo hechizado en blanco y negro, sin embargo, los tonos se perciben con fuerza y contraste en cada una de las imágenes. Todos los cielos son distintos como los rostros, los ojos y las manos.  

Entre el cielo y el muro geométrico y arquitectónico de “La Costanera”, se advierten diferentes versiones de espacios verdes, árboles, arbustos o plantas más pequeñas que, aparecen a la vista. Frente a la máquina de fotografía que, captura con cierta inmediatez la imagen, el árbol estuvo años para convertirse en esa majestuosa forma vegetal. Hojas, ramas y espinas regulan la naturaleza como guardianas de los cuerpos, como pares de la vida inmensa que, se posa, transitoriamente en la tierra.

En muchas fotos resulta impresionante como despunta una armonía entre la figura y el fondo. Es probable, que esa armonía, en realidad, sea fruto de una unidad prevaleciente entre hombres y naturaleza, restituyéndose en la imagen para dejar de ser, por fin, figura y fondo. La unidad se vuelve sobre sí misma, dejando hablar a los cuerpos que miran el tiempo y sus brisas lejanas.

Cada variación celeste es, también, una lengua. La lengua de las nubes y sus gotas de lluvias, la señal de las tormentas en el cielo, el rayo de Zeus, las constelaciones que, con suerte, volveremos a divisar nocturnas, las fases de la luna. Todo lo que, el cielo, es.

 

VI. Audacia y poesía

 

Todo está ahí: devenir real.

Y devenir real es devenir legítimo,

es ver su existencia corroborada,

consolidada, sostenida en su ser mismo.

David Lapoujade

 

El proyecto “La Costanera” es, entre otras cosas, un dispositivo para pensar tipos de existencias. Un tipo de “existencia menor”, en el sentido en que las define David Lapoujade, un muro que contiene las desmesuradas del agua y las desmesuras de las pasiones. Una separación que, une con audacia y poesía, los límites de mundos diversos para conceder a las historias la fuerza de un designio.

Las fotografías de “La Costanera” muestran un cuadro alrededor de los retratados como si el paisaje quisiera abrazarlos, salvarse de los estragos mercantiles y turísticos, para descubrir otros relatos posibles. Las fotografías insinúan esas búsquedas haciendo del lugar un sujeto y ya no un objeto para el entrenamiento.   

Las personas que vemos en esas fotos han sido reveladas hacía nosotros en ese horizonte que, se constituye sobre “La Costanera”, un espacio que ha sido humanizado.

¿Cómo ven los ojos grises de la costanera, que fotografías tomaría desde esa orilla costera? ¿Cómo siente cada dedo, cada cadera que, se apoya en los bordes gastados de su cuerpo de piedra?

Hay días donde los arbustos de atrás se reflejan en el agua, otros más oscuros donde se percibe un plano compacto entre el reflejo y la vegetación. Las luces cambian como en una experiencia impresionista. “La Costanera” permanece para reflejarlo todo con su ojo atento. Es ella quien nos devuelve al flujo del tiempo, a las curvaturas mágicas de lo indómito y secreto, con su anatomía de geografía abierta.

 


 


 

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