jueves, 8 de agosto de 2024

Me lo dijo un viento

 


 

Por culpa del viento de fuego que penetra en su herida, en ese

instante, Tu Mano traza un ancla y ni una cruz en mi

cabeza.

 

Héctor Viel Temperley

 

 

El paisaje se presenta como una inscripción, una señal gráfica, la huella de un mensaje, revelando las coordenadas de un estado de cosas, un suceso. La composición organizada de árboles, piedras, montañas y animales no es necesaria y, simplemente, un artilugio de belleza contemplativa; una organización armónica y equilibrada. Su imagen, compone infinitas formas caligráficas que, dan cuenta de una potencia latente en los escombros del mundo, entre el hombre y la naturaleza, en el corazón de lo vital.

La relación se presenta en términos de una pregunta que, en sombras de materia reptante, imprime nuevos nexos entre lo humano y el mundo. Las señales, vienen entre restos de bosques y plantas que, se dispersan en el aire, “Me lo dijo un viento” admite Alejandro Nazrala, en su serie de dibujos[1] y tintas con grafito y cenizas. En este sentido, no sólo existe una huella en el papel que, se presenta como testimonio exhausto de lo que, lentamente desaparece, sino que también hay una voz, la frecuencia del viento.

Las sierras de Córdoba, el cordón gigantesco de rocas, yuyos, ríos y arboledas nativas que, rodean la ciudad tiene, además, de una imagen, una voz. La voz del trueno y la lluvia que apaga el fuego y hace florecer las verbenas al costado de la ruta. Los valles poblados de seres e historias emiten sonidos de la fuerza que se mueve con ellos. El viento, admite Nazrala, cómplice de una narrativa esencial recoge en la dicción volátil de su anatomía, el mensaje.

Es una voz impura, trae aullidos de un bosque que se incendia; el viento furioso de cenizas traduce una lengua antigua que, ha nacido con él, y la despliega en la fuerza inmemorial de sus torbellinos. Sin embargo, esa elocución de fuego en el bosque oscuro, no es la de cualquier viento sino, la de “un viento”, es decir, es la versión singular de una definición general. No es el viento de la ciencia o la meteorología, es más bien, el de la poesía y la alquimia. Nos dice el poeta entrerriano Juan L. Ortiz:

 

-          El viento llora, padre…

-          Si, alaridos como de vidrio…

-          Sin nadie, padre…

-          ¿Igual que caminos, solos, de piedra?

-          ¡Entro el viento, ay, padre, como silba

-          ¿Dónde terminaran los silbidos, dónde?

-          ¿Es otro padre el viento, ay, fuerte, que me lleva

a sus arenas, amarillas, hundidas?

-          Hundidas en una ausencia demasiado larga

y lastimada…

-          ¿Y qué es la ausencia, padre?

-          El viento es un alma, hijo, desesperada…

 

El viento y el alma, una expresión poética que acontece en su propia luz verdadera, el viento es el alma de los bosques nativos, es la liviandad misma recorriendo y reconociendo cada brote que nace en él. El viento silva fuerte, llega desde un lugar a otro arrasando con las partículas, pero también con grandes construcciones, de lo minúsculo a lo enorme, el viento mueve el mundo.

El viento que, Nazrala escucha, es esa alma desesperada de Juan L. en este, sentido y como decía antes, es una voz impura, porque el viento recoge las cenizas del bosque calcinado para convertirla en alfabeto. Así, irrumpe en la frontera entre lo humano y lo natural para dar cuenta de las implicancias mutuas entre esos mundos, es el alma que desesperada anuncia las heridas de la tierra.

Reconoce, también Nazrala, que en ese dialogo con la materia del paisaje lo roto del mundo. En este punto, es interesante, traer a Donna Haraway cuando escribe:

Las urgencias tienen otras temporalidades, y estos tiempos son los nuestros. Estos son los tiempos que tenemos que pensar, estos son los tiempos de urgencias que necesitan historias.

La historia de los dibujos de Nazrala es la de imaginar que, la voz de un viento, trae palabras de cenizas en las noches interminables de incendios, para diseñar nuevas imágenes de territorios urgentes. El dibujo que, materializa la voz del tiempo, no es sólo eso, es la grafía impertinente de un alma desesperada que, en la hoja, graba las figuras extintas, pero, al mismo tiempo, diseña una memoria ancestral para recomponer lo que se destruye, habitar las sombras es el proyecto.

En el mismo sentido, en que, nuevamente Haraway, piensa la necesidad de crear nuevas configuraciones multi-especies para habitar un mundo dañado, el artista participa de una conversación necesaria con el viento.

La tradición alquímica, por su parte, considera un tipo de viento muy particular, micro-remolinos en el corazón de las partículas atómicas. Imaginemos, entonces, el viento de las sierras que trae cenizas y que, a su vez, ellas tienen pequeños torbellinos en su interior. Un viento de vientos hablando al hombre. Ese recóndito lugar del viento es creador en el mismo sentido en que, creían los pensadores de la alquimia, porque mientras los remolinos exteriores son de un alma desesperada, los que habitan la materia obedecen a un patrón geométrico y regular. Así, las modulaciones entre una y otra situación, dan lugar, al ritmo entre el caos del viento exterior y el orden del viento interior. Las fuerzas opuestas de la materia conducen a la vida, como en antiguas cosmogonías, aunque esas fuerzas impliquen un ciclo de destrucción. El enigmático William Blake escribió:

La naturaleza de la infinitud implica que cada cosa tenga su propio torbellino; cuando un viajero atraviesa un torbellino semejante, ve cómo éste detrás de él toma la forma de sol o de luna o de universo de sublimidad astral (…). Así como el ojo humano ve el norte y el sur abarcar su propio torbellino, del mismo modo la tierra es una superficie infinita, ilimitada, tal cual aparece al fatigado viajero.

El viento de las sierras de Córdoba, el huracanado mensaje que, aviva las llamas de la desidia, emite los sonidos desesperados de todo lo que arde. Ese viento, se desplaza entre las ramas vivientes de algarrobos, quebrachos, molles y espinillos con su liviana anatomía de aire y reconoce cada nervadura de las vegetales, cada recoveco de lo viviente como un oráculo infinito de lo que existe.  

Ese viento nació con el primer soplido de la creación, su naturaleza sagrada recoge el mensaje de los espíritus del bosque, con su neutra voz de remolino, reproduce el canto de los pájaros, el crujido de los insectos, el aullido de los animales, el zumbido de las abejas trabajadoras, el repiqueteo de la tierra. Esa es una narrativa posible para librar lo dañado de las narrativas irreversibles.

Todo lo que el viento escucha tiene vida o mejor dicho es la vida misma que adquiere formas diversas. En ese exceso que, abruma por su maravillosa extensión y voluptuosidad, un viento dice.

Eso es, al menos, de lo que Nazrala intenta hacernos participe, de la idea de que, existe un lenguaje de la naturaleza y que, a través, de “un viento” podemos escucharlo. Los dibujos laten en esas coordenadas parlantes, recordando la agitada lengua del fuego. No son representaciones, son testimonios gráficos de lo infinito del lenguaje, de todo lo que, en el mundo, tiene algo para decir. Escuchar y dibujar son actividades que, se complementan porque, justamente, lo escuchado, lo que un viento dice al hombre, se materializa en los dibujos, sin ellos el registro del torbellino desaparece.

La cualidad material de las grafías muestra rasgos en movimiento, un trazo urgente que se desplaza anotando las visiones encarnadas, las negras curvatura del horizonte calcinado. Son documentos del viento caminando en las sierras y de los vientos pequeños que habitan las cenizas; de las cosas que desaparecen y nacen en el límite indeciso de las especies y lo humano.

En su diccionario de símbolos Juan Eduardo Cirlot recoge el siguiente significado:

En su aspecto de máxima actividad, el viento origina el huracán –síntesis y conjunción de los cuatro elementos-, al que se atribuye poder fecundador y renovador de la vida.

Así, la recomposición se encuentra alojada en la misma definición, viento es el todo que se desparrama para reparar lo dañado, ocupándose de lo inminente, escuchando la extensión indómita de lo huracanado, sin indiferencia.

Algo, ahí afuera, modula un lenguaje dislocado y precario, quien escucha responde a los vientos que lo habitan, como si su interior fuera de cenizas, en este mundo terriblemente herido.

 





[1] “Dinturas” es la denominación que el artista piensa para la conjunción manifiesta entre sus dibujos y pinturas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario