Se detuvieron absortas ante el milagro.
Leticia Cossettini
Leticia Cossettini
En la circunferencia de un círculo
se confunden su principio y su fin.
Heráclito
se confunden su principio y su fin.
Heráclito
Quatrienal Shanzhai, instalación de Martín Legón, es un
entramado visual que cuestiona la idea tradicional de autor, se presenta como
un espacio de interacción entre los espectadores, las obras, las ideas y el
museo. A partir del concepto chino Shanzhai que posee múltiples definiciones
entre las cuales piratería, copia o parodia pueden ser resaltadas, la
exposición se desliza disponiendo el mayor alcance del concepto y su valor de
verdad en la experiencia del simulacro. Lo que nosotros llamamos original, o
principio, en China no tiene un significado especial, la función circular del
lenguaje, su inmanencia con la realidad, reponen un flujo constante de
reproducciones entre imágenes y conceptos, en movimiento. Así, la instalación
Shanzhai emplaza una posibilidad creativa y poética para operar
transversalmente a los discursos hegemónicos. El propio axioma nos conduce a un
exceso de sentido, evitando una única dirección y abriendo diversas geografías
en el contexto introducido.
El autor
resalta una diferencia sustancial con occidente, nos dice: “En China la
categoría de contradicción no forma parte de las categorías del pensamiento”.
Nosotros sabemos que nuestro pensamiento, su significado, depende del llamado
principio de “no-contradicción”; aquello que consideramos racional y verdadero
están íntimamente ligados a su aplicación. Recordemos los tres principios de la
lógica Aristotélica: a) “Principio de Identidad” significa que algo no puede
ser y no ser al mismo tiempo y dentro de la misma relación; b) “Principio de
no-contradicción” es imposible que un atributo pertenezca y no pertenezca al
mismo sujeto en el mismo tiempo y dentro de la misma relación; c) “Principio
del tercero excluido” dos proposiciones no pueden ser ambas verdaderas al mismo
tiempo y dentro la misma relación. Así, Legón advierte que la ausencia de un
principio equivale a la invalidez de la totalidad del conjunto de normas: todas
las obras dispuestas al mismo tiempo y en la misma relación (el museo) son y no
son de su autoría, como también son y no son de cualquier oportuno espectador.
Ahora bien, si aceptamos la hipótesis le concedemos la interesante experiencia
de un tiempo circular, donde la simultaneidad dispone actualizaciones fugaces
de una realidad que todo el tiempo se nos escabulle y escapa.
Si la poética desfasada de algunas obras de arte responde
a un aspecto incierto, inclasificable y oscuro, la materia retiene el poder
limitante del lenguaje y con eso la diferencia sustancial entre mi cuerpo y la
obra, entre yo y los otros. De alguna manera el abandono del ego sería siempre
la consecuencia final del ejercicio artístico, sólo que, en la disposición
histórica o museística establecemos normas externas y categorías fundantes, no
necesariamente para un fin epistemológico sino principalmente para desterrar en
nosotros el abismo del fin, el miedo a los otros, la inminencia aterradora de
la muerte.
Entre las obras y su autor, la maquinaria visual y las letras que dibujan un nombre, ahora existe un espacio complejo, una tormenta y lo invisible. La contradicción se ha esfumado y las sombras borrosas aparecen: lo invisible tensiona lo visible. Friedrich Nietzsche nos advirtió hace tiempo que entre las hordas luminosas de Apolo se expanden las apetencias incontrolables de Dionisio, todo ello al mismo tiempo y en la misma relación. Más tarde, Martin Heidegger insiste en las oraculares premisas de Heráclito y la epifánica condición del ser, que nunca puede embarcarse dos veces tras las aguas del mismo río. La poesía es más humana que la ciencia. En sus especulaciones sobre el lenguaje Heidegger insiste en que Friedrich Hölderlin y Georg Trakl reponen un espectro que la ciencia moderna olvida. Escribe Hölderlin: “El hombre ha experimentado mucho / De los dioses ha nombrado mucho/ Desde que somos un dialogo / y desde que podemos oírnos los unos a los otros”. Antes que los principios de la lógica Aristotélica, Heráclito proclamaba un poema a los hombres y su mundo, que era también un dialogo propiciador de entendimiento y vida.
Entre las obras y su autor, la maquinaria visual y las letras que dibujan un nombre, ahora existe un espacio complejo, una tormenta y lo invisible. La contradicción se ha esfumado y las sombras borrosas aparecen: lo invisible tensiona lo visible. Friedrich Nietzsche nos advirtió hace tiempo que entre las hordas luminosas de Apolo se expanden las apetencias incontrolables de Dionisio, todo ello al mismo tiempo y en la misma relación. Más tarde, Martin Heidegger insiste en las oraculares premisas de Heráclito y la epifánica condición del ser, que nunca puede embarcarse dos veces tras las aguas del mismo río. La poesía es más humana que la ciencia. En sus especulaciones sobre el lenguaje Heidegger insiste en que Friedrich Hölderlin y Georg Trakl reponen un espectro que la ciencia moderna olvida. Escribe Hölderlin: “El hombre ha experimentado mucho / De los dioses ha nombrado mucho/ Desde que somos un dialogo / y desde que podemos oírnos los unos a los otros”. Antes que los principios de la lógica Aristotélica, Heráclito proclamaba un poema a los hombres y su mundo, que era también un dialogo propiciador de entendimiento y vida.
En “Ante la
Imagen” Georges Didi-Huberman presenta una exhaustiva crítica a la historia del
arte, la noción de “no-saber” apuntada en el epígrafe de Georges Bataille es un
posible punto de partida. “Siempre ante la imagen estamos ante el tiempo” dice
Didi- Huberman, ¿qué significa? La capacidad de mutación del concepto Shanzhai
podría ser una respuesta, la mirada y la experiencia hacen cortocircuito en el
derrotero de la linealidad histórica, es el lenguaje y no el cuerpo el que
olvida lo invisible. Esa pretensión por saber, esa negación de la negación, es
lo que conecta la historia del arte al mercado. Lo que debemos intentar es que
las obras hablen y callen, en el mismo tiempo y en la misma relación, en la que
están siendo vistas, o abiertas.
Nelly
Richard en Fragmentos de memoria expone una maravillosa interpretación del
tiempo: “Lo actual designa también el aquí-ahora de una trama incierta de
luchas y resistencias en torno a nuevas construcciones estéticas, nuevas formas
de politicidad y nuevos modos de existencia, que la crítica debería apoyar
solidariamente, en toda su potencia fisurante, para que se amplíen a las
oportunidades de desestabilizar los pactos hegemónicos de consenso y el
mercado. Si no hacemos el intento de disputarle a la actualidad otros montajes
de la percepción, otras hipótesis de lectura, otros diagramas de la mirada cuya
fuerza crítica impugna los trazados preexistentes, estaremos abandonando el
presente a su suerte sin ni siquiera haber intentado modificar algo de su
configuración hegemónica”. A su manera, la instalación de Martín Legón retoma
el concepto de montaje, tan importante y contundente para la irrupción de un
sentido lateral entre pensamiento e imagen. El juego entre lógicas diferidas y
el acercamiento a un lenguaje desfasado aumentan la tensión de aquello que el
capitalismo intenta definir como tiempo presente; como intercambio de
mercaderías, su exasperante alienación y el vacío concluyente en una relación
concatenada y asfixiante que desvincula lo humano de su experiencia, en este
sentido el arte podría ser un gran oasis.
Las obras de Quatrienal Shanzhai provienen de diversas
fuentes, lugares y poéticas. La variación crea nuevas figuras entre Carsten
Höller, Arno Rafael Minkkinen, Giuseppe Capogrossi, Lygia Pape, Artur Barrio,
Hito Steyerl, Louise Bourgeois, Esther Ferrer, Horacio Coppola, Pablo Ruiz
Picasso, Loretta Farenholz, Anne Imhof, Genaro Pérez, Francisco Garamona,
Leticia Cossettini, Andy Warhol y Jørgen Leth. El concepto de Shanzhai deviene
en ese recorrido que se describe circularmente: desde “Cristo” (atribuida a
Genaro Pérez) al “Poema Cristiano” de Francisco Garamona. La pintura “Cristo”
se expone por primera vez, al no poder comprobar la autoría de Genaro Pérez y
por lo tanto tampoco su verdadero valor. Siguiendo algunas ideas de Walter
Benjamín en “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”
deducimos que, debido a la incertidumbre respecto su originalidad a “Cristo” se
le negó su valor de exhibición para restituir su valor ritual ocultándola. El
poema de Francisco Garamona se acopla al sentido del ocultamiento ofreciendo
una versión humana de Cristo, es eso también lo que el Cristianismo esconde,
por ejemplo, la infancia de Jesús en los libros apócrifos de la Biblia. La idea
de la exposición gira en torno a estas nociones partiendo y profundizando las
versiones de Giorgio Agamben en “Elogio de la Profanación” donde el capitalismo
es la religión que debe ser profanada, de alguna manera diseccionada y velada
fuera del propio ritual del ocultamiento.
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