Siempre me
pareció muy llamativo un asunto sobre el poeta francés Gerard de Nerval que en
el final de su vida, ya internado en el hospital psiquiátrico donde leía sobre
magia, cábala y ocultismo, salía por las tardes a pasear a una langosta con una
cinta azul. La poesía de Nerval es preciosa por ejemplo escribe: ¡Un extraño iris ciega esa fosa sombría, /
un umbral del viejo caos cuya sombra es la nada, / espiral que se traga las
estrellas y el día! Me pregunté varias veces como fue esa marcha amarrados
a la cinta de azul, que longitud se
extendía entre la mano del poeta y su excéntrica mascota, como sería ese nudo sedoso
sujetando el frágil insecto ¿y si la langosta saltaba, hacía donde la cinta de
Nerval volaba? Imaginé también que esa cinta era una joya, el mismísimo poema anudado
a la naturaleza; escritura en un abismo que se extiende azul, entre ese
silencio del animal, el que no habita el lenguaje, y el habla sofisticada del
poeta. La joya de Nerval una lengua sedosa amarrada al silencio, ancestral y abierto.
Escribe
Circe Maia un poema “La pesadora de Perlas”
El objeto más delicado sostenido
también delicadísimamente:
la pequeña balanza de perlas.
En el aire está inmóvil.
Equilibrio perfecto: la mano sostiene
los ojos la sostienen
aire-luz sostienen.
Mírala.
O mejor no la mires
no la miremos
ojo opaco podría acaso
¿no lo crees?
desnivelarla.
No es el
tema entre la poesía y la joya lo que hace de una joya un poema, es el ojo,
según Circe Maia, o el iris, según Nerval y nace de cierta tendencia de la
realidad a manifestarse en el velo de lo cotidiano, los pliegues del lenguaje y
la materia. Un desvío de la mirada hacía ese lugar del decir donde la ciencia
es sorda o inútil en su exceso de utilidad, allí donde la materia de las cosas
se enamora de la piel, ese pequeño nudo de seda azul que nos amarra a algo.
Me hago un collar de fideos
un collar largo
que haga ruido
bajan los fideos
como gotas
por la lana
manguitos de fraile
también me hago una pulsera
con los fideos
y todos se enteran
cuando muevo las manos
si tuviera las uñas largas
me las pintaría de rojo
y golpearía las mesas
las tazas
las cosas de vidrio
como una lluvia suave
un pétalo de malvón
sobre cada una
y uno de margarita
pegada con saliva
en la mejilla
es una lágrima blanca
una tristeza de amor.
Es un poema
de Roberta Iannamico “Me hago un collar de fideos” y, en este caso, los ojos
quizás simplemente deban cerrarse y en ese abismo negro hacernos un lugar junto a la niña de maravillosos ornamentos. ¿Qué
significó para mí, en aquella época de mi infancia, una joya o adorno, esos
objetos parlantes en la lengua del deseo? Fascinación. Fascinación es la mejor
manera de describir un escandaloso sentimiento, algo que al mismo tiempo
ilumina y nubla, allí el ojo se abre paso entre las irregularidades del
parpadeo. Un mundo crece entre la fantasía y la imaginación, fuera del orden
productivo, ligando, uniendo o atando cosas a los cuerpos.
Como en un
collar se engarza perla o piedra una tras otra, en el poema verso tras verso se
ata al ritmo de la lengua. Escribe Beatriz Vallejos
El collar de arena
También la sombra es frágil
Si el agua está cerca.
Entonces adviene
A disuadir
Otra irisada agonía,
Difusas lágrimas del sauce,
Difusas notas, élitros
De los pequeños seres.
Acústica en gotas de nimbar,
Si son sonidos,
La claridad aún
Cómo intenso
Fluye
El devenir,
La distancia inalcanzable.
Cuenco de manos,
Arena de reflejos.
¿la inmensidad no es?
Pequeños seres en suma
Esmaltan la noche
¿Y si estrellas,
letras y perlas; hilos, palabras y piedras; cintas, pieles y silencios;
acudieran unidos por el cuerpo coronando una noche veríamos con ojos y lágrimas
desnudas huir del mundo al poema? ¿Es qué somos nosotros seres amarrados a las
cosas? ¿Largas cintas de seda azul invocan acaso el misterio de ese cordón
primero antes del habla, cordón umbilical, extinto con nuestra primer mirada de
recién nacidos? Abramos los ojos entonces y veamos felices los nudos que entre
nosotros se engarzan.
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