miércoles, 16 de mayo de 2018

Gemmatio. La práctica de la persistencia




Las formas se repiten en preciosas secuencias y en ese acto vital se reproducen, denotando el ritmo de lo diferente y lo semejante, en un mundo que acontece emancipándose. En un primer registro, en el inicio de la huella que dará fuerza a la evolución y deviene modelo, consideramos orígenes diversos. La compleja condición de arquetipo nos repone a un imaginario de estratos y fisuras; lo visible y lo invisible, el pasado y el futuro. Lo que aparece, entonces, es aquello que persiste bajo el sol, las sustancias orgánicas de la naturaleza, la geografía con su memoria planetaria. Lo que subyace es nuestra tendencia a la predicción y a la probabilidad, cuando concedemos a lo que conocemos categoría de verdad. Así es como confiamos en el ciclo de los días y las noches, en la contingencia estacional de las flores y las hojas o en la sólida resistencia de las piedras, sin embargo, no todo depende de las garantías de la ciencia y su incansable catálogo de afirmaciones. Otros principios asisten nuestras creencias, algunos de ellos mágicos, otros inventados, muchos íntimos y recurrentes. En Gemmatio. La práctica de la persistencia, la obra de Noel Toledo Gonzo, el equilibrio entre estos afluentes restituye un ritmo manifiesto en los objetos, dibujado en la materia, en un diseño pensado o soñado para sostener el mundo. Así, el deseo y los signos se condensan en organismos de tendencia voluptuosa conocidos como cnidarias (principalmente marítimos, incluyendo medusas y algunos corales)  a partir de las cuales sus creaciones biomorfas se extienden. En una clásico de la antropología “La vida de los Selk´Nam” Anne Chapaman  nos cuenta que en cada amanecer las mujeres Onas cantan al sol para que él despunte su luz, a lo largo del día. Ellas encarnan en sus cuerpos el orden y la regularidad, lo establecido es una mera ficción de horas para luego sumergirse en el misterioso vaivén de lo inestable. En las gemas anudadas de Toledo Gonzo se recompone el canto, el ritual necesario para conceder a lo que existe su continuidad: persiste ella doblegando las formas, persiste el mundo engendrándolas. Esos pequeños átomos epicúreos son evidentes “biomorfismos” pero también “biografemas”, es decir, escrituras fragmentadas de un yo que, en este caso, se entrega a la búsqueda de comportamientos formales y extraños. Parafraseando a Lezama Lima cuando dice si no hay poesía no hay historia nosotros decimos si no hay poesía no hay biología, más aún, sin ella perdemos lentamente nuestro ruego musical necesario y persistente para los rayos de cada amanecer.  











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