El pensamiento de occidente se afianzó en la intensidad de su
propia forma, en el desarrollo de categorías cognitivas como el tiempo y el
espacio que devienen un sistema de mundo. En el origen esas formas coincidían
con un dibujo, una retícula o cuadricula, la ciencia y la religión moderna
admitieron su adecuación y validez. La definición,
de aquellas categorías fundantes, pretendía pureza y abstracción; un tiempo
lineal y un espacio sin relaciones, vacío y mental. Las analogías entre el
dibujo, el espacio y el pensamiento atraviesan todas las variantes analíticas
desde el origen de la representación, por ejemplo, las cartografías
renacentistas, la ética demostrada según un orden de geométrico de Spinoza, la
ciencia de la lógica de Hegel, los juegos de lenguaje de Wittgenstein y muchos
otros. Estas concepciones de espacio tienden a ofrecer la imagen de una
generalidad regular, de una mirada omnipresente en la parcela de lo que hay.
José Pizarro, en “un espacio como este, propone un experimento multifacético en
relación al devenir de lo singular, profanando las nociones establecidas. La
fuga inicial señala un reducto donde el cuerpo deja su huella, al mismo tiempo
que imprime sobre su propia piel el registro ontológico del espacio; cuerpo y
espacio se confunden y agrietan disimulando, inclusive, su propia experiencia
originaria. Pizarro advierte la implicancia necesaria del pensamiento en el
arte, la paralela construcción de un programa visual que contiene el sentido
provisorio de una cultura y su cosmovisión. En “Desdibujar”, instalación
poética que integra el corpus de “Un espacio como este”, abre el indeterminado
corazón del acontecimiento. Las sombras, el silencio, lo monstruoso adquieren
una dimensión propia en la materia dibujada, el presente encarna una unidad
interior que no puede ser expresada en términos de método causal, los efectos
ya no pertenecen a su fin. Lo dibujado siempre excede lo concluyente y se
expande en los márgenes antropológicos del papel, en los pliegues de un tiempo
propio; lo dibujado se escabulle, escribe, avanza sin rumbo y en el vaivén
circular de lo carnal y lo soñado, explota. El mundo real es una extraña
anomalía de signos incesantes, la acción de clasificar y ordenar traza los
indicios de una racionalidad compartida y eficiente pero más allá de esas
geografías pautadas “Un espacio como este” percibe las voluptuosas coordenadas
de lo primitivo, el ritual acalorado del dibujo. Así, hechizada el habla
verborragica del dibujo traduce una imagen cuya silueta aparece y desaparece
como un rayo en medio de la tormenta, en el reflejo invertido del espejo, que
es un ojo y es una lengua.
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