miércoles, 16 de mayo de 2018

Un espacio como éste



El pensamiento de occidente se afianzó en la intensidad de su propia forma, en el desarrollo de categorías cognitivas como el tiempo y el espacio que devienen un sistema de mundo. En el origen esas formas coincidían con un dibujo, una retícula o cuadricula, la ciencia y la religión moderna admitieron su adecuación y validez. La definición, de aquellas categorías fundantes, pretendía pureza y abstracción; un tiempo lineal y un espacio sin relaciones, vacío y mental. Las analogías entre el dibujo, el espacio y el pensamiento atraviesan todas las variantes analíticas desde el origen de la representación, por ejemplo, las cartografías renacentistas, la ética demostrada según un orden de geométrico de Spinoza, la ciencia de la lógica de Hegel, los juegos de lenguaje de Wittgenstein y muchos otros. Estas concepciones de espacio tienden a ofrecer la imagen de una generalidad regular, de una mirada omnipresente en la parcela de lo que hay. José Pizarro, en “un espacio como este, propone un experimento multifacético en relación al devenir de lo singular, profanando las nociones establecidas. La fuga inicial señala un reducto donde el cuerpo deja su huella, al mismo tiempo que imprime sobre su propia piel el registro ontológico del espacio; cuerpo y espacio se confunden y agrietan disimulando, inclusive, su propia experiencia originaria. Pizarro advierte la implicancia necesaria del pensamiento en el arte, la paralela construcción de un programa visual que contiene el sentido provisorio de una cultura y su cosmovisión. En “Desdibujar”, instalación poética que integra el corpus de “Un espacio como este”, abre el indeterminado corazón del acontecimiento. Las sombras, el silencio, lo monstruoso adquieren una dimensión propia en la materia dibujada, el presente encarna una unidad interior que no puede ser expresada en términos de método causal, los efectos ya no pertenecen a su fin. Lo dibujado siempre excede lo concluyente y se expande en los márgenes antropológicos del papel, en los pliegues de un tiempo propio; lo dibujado se escabulle, escribe, avanza sin rumbo y en el vaivén circular de lo carnal y lo soñado, explota. El mundo real es una extraña anomalía de signos incesantes, la acción de clasificar y ordenar traza los indicios de una racionalidad compartida y eficiente pero más allá de esas geografías pautadas “Un espacio como este” percibe las voluptuosas coordenadas de lo primitivo, el ritual acalorado del dibujo. Así, hechizada el habla verborragica del dibujo traduce una imagen cuya silueta aparece y desaparece como un rayo en medio de la tormenta, en el reflejo invertido del espejo, que es un ojo y es una lengua.



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