Un largo túnel de pliegues barrosos se extiende en la gran
sala, la mirada no logra captar la totalidad volcánica que con arcilla, tierra
y agua Santiago Lena, lo construyó. La fabricación del objeto no parece
cerrarse sobre las dimensiones temporales y espaciales fijadas, en torno, a las
cuales todo objeto se cierra. El túnel o caverna permanece abierto a las
modificaciones circunstanciales y a la actividad de riego sistemático que Lena
propicia a su gigantesca grieta de barro. De todas maneras, no sólo permanece
abierto por razones prácticas y orgánicas como la constante transformación de
su materialidad lo sugieren sino especialmente por su contextura simbólica y
poética. Cuando avanzamos, en el lugar de la exposición, descubrimos el
interior visceral de esa corporalidad extraña tendida sobre una mesa de madera.
Aunque la analogía pueda refutarse por caprichosa tuve con “Húmedo” una
sensación similar a aquella provocada por las Venus médicas que, Georges
Didi-Huberman reproduce en “Venus Rajada”. Un interior blando y orgánico que
propicia fantasías táctiles, sensuales, y despierta el pensamiento en los
lindes de una materia creadora, en un origen de pulsiones y deseos.
A pesar de
su formato visiblemente científico, un pequeño mundo artificial donde plantas,
arácnidos y hongos crecen, la obra predispone al espectador para sensaciones
aún más arcaicas, a una emancipadora conciencia pre-racional como cuando, por
ejemplo, nacemos. Pienso en el interés de Lena por “La caverna de los sueños
olvidados” el documental de Werner Herzog e imagino que coinciden en esa
humedad primordial; la que mantiene viva la gran grieta de Lena y la que
conserva intactos los dibujos de una humanidad lejana en Herzog. Cuando nos
encontramos en el exterior, en el aire contaminado de la intemperie, en el
curso de un tiempo y sus formas, la humedad ancestral desaparece. La humedad y
su tierna corporalidad necesitan estar protegidas pero al mismo tiempo
permeables a la abertura. En ese intersticio de tensiones y contracciones es
que el nacimiento siempre sucede, retornando a la caverna y sus pliegues
ancestrales.
¿Qué
intenta hacer Lena cuando riega día tras día durante meses esa fisura de
tierra? Además de esperar la aparición sorpresiva de un brote vegetal o la
incipiente revelación de un insecto, pretende no olvidar las condiciones
inconscientes de su propio nacimiento pero también algo mucho menos concreto y
probablemente más vago: las fases uterinas, su propia estadía la humedad más
vital. En un hermoso libro “El origen de la danza” Pascal Quignard escribe.
“Todos tenemos una experiencia de las sombras, de la vida oculta: hemos sido
arrojados fuera de la madre por su agujero.” La danza retorna aquellos estados
sin lenguaje o donde el lenguaje no es determinación sino abertura, corporalidad
y quiasmo. Regar sería, entonces, la danza restauradora, de la humedad
originaria que se replica en la grieta, en el barro y en la caverna de los
sueños que, a veces, olvidamos pero que nunca logramos definitivamente
clausurar.
La
exposición curada por Adriana Carrizo también plantea un recorrido por otras
singulares piezas de Lena, un conjunto de recipientes irregulares por dentro y
cúbicos por fuera, donde también el agua es resguarda, la memoria en el flujo
persistente del agua.
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