Martín Blaszko y lo singular
Si rastreamos en la genealogía
de algunos conceptos, si buscamos las diferentes acepciones de las palabras,
podemos descubrir extrañas formas del lenguaje, anomalías interesantes y
estimulantes. En la historia del arte encontramos cosas así, relaciones y
vínculos, diferencias o similitudes, entre definiciones que no aparecen en
otras áreas del conocimiento. Por ejemplo, hace unos días leía Conflictos del alma infantil de Carl
Jung y al respecto de la disposición cognitiva de los niños distinguía,
claramente, lo abstracto de lo concreto. Lo abstracto es aquella capacidad del
pensamiento para elaborar una imagen sin referencias específicas, sin un
referente real; lo concreto es materia que se conceptualiza, lo que puede
percibirse, sentirse o localizarse allí afuera, en el mundo exterior.
Cuando,
en un amplio panorama estético, distinguimos las diferentes corrientes
vanguardistas en Argentina, los inicios del Movimiento MADÍ, las experiencias
Arte Concreto-Invención o la Revista Arturo encontramos que, en el entusiasta
deseo de abandonar la figuración, lo abstracto y lo concreto pueden mezclarse y,
ocasionalmente, confundirse.
La
mayoría de los principales integrantes de dichos movimientos eran inmigrantes
europeos: Carmelo Arden Quin, Gyula Kosice, Rhod Rothfuss, Esteban Eitler y
Martín Blaszko, entre otros. El problema del dualismo, entre idea y materia, forma
y contenido, es central en la filosofía de occidente y también, en el origen de
las vanguardias europeas. En el abandono de la representación clásica subyace
el intento de los artistas, desde Cézanne a Duchamp, de localizar la mirada y
ampliar nuestro horizonte simbólico.
Las
coordenadas son la libertad creativa y la invención, la infinitud para el
tiempo naciente en la materia, un nuevo orden para el mundo conocido. En esta
dirección, iluminado por su trabajo, en el centro de una singularidad
inagotable, aparece Martín Blaszko.
Efectivamente,
cuando admiramos su obra o lo vemos a él hablar, mirar y reflexionar, en
diferentes documentales y entrevistas, advertimos que el artista encontró y
desarrolló hasta el infinito una contundente lógica interna. En este sentido,
la transgresión más interesante de Blaszko no se ubica en el orden de los
elementos plásticos, la forma, la armonía, el ritmo, la materia sino en los
elementos físicos, el tiempo y el espacio.
Sus
pinturas y esculturas trazan figuras, geometrías, estructuras, tensiones,
maquinarias que despilfarran referencias al arte abstracto y concreto, al
constructivismo y a MADÍ. Sin embargo, su obra no es un conjunto de todas estas
tendencias, tampoco una referencia histórica de movimientos que han
desaparecido. Sus obras permanecen actuales, fieles a una vitalidad que les fue
proferida en el origen de su creación.
Blaszko
trabajó con pasión, convencido que la tensión lograda por el ritmo y la armonía,
cuando es certera, puede definir en una sola forma todo el universo. Un momento
provisorio y singular, la huella
perfecta del tiempo en la materia.
Blaszko
habitaba su obra como un recinto ineludible. Pero lo hacía con felicidad, la alegría
spinoziana que reivindica las pasiones luminosas. Así, persistió Blaszko hasta
el último día de su vida, si hablar de final es pertinente en un artista que
jamás vaticino la muerte o el fin del arte, por el contrario, se consagró al
nacimiento de una singularidad infinita. Algunos títulos de sus esculturas lo
confirman Júbilo, El arranque feliz, Ritmo biológicos, Venciendo
la fatalidad, Juegos otoñales, Equilibrio vital, Columna sentimental o Sosiego, son tópicos poéticos para un mapa de la
imaginación optimista.
Su
obra, el conjunto de pinturas, esculturas y collages, es la reiterada afirmación
de un mundo interno que logra resolverse y afirmarse en el arte, más allá de
cualquier tendencia específica. Cada aparición escultórica, cada momento de una
abstracción que logra concretarse, es la única versión de esa singularidad
espacio-temporal configurada en la infinita afirmación de Martín Blaszko.
Su
obra es inconfundible, de eso no tengo dudas, lo advierto, nunca puedo
confundirlo, a pesar de las figuras inasibles, de la complejidad. Hay una
presencia que resiste y late. Formas arbóreas y constructivas que aparecen,
geografías de minimalistas paisajes, una emanación constante, indestructible e
inigualable. Un ritmo único, propio, como el tiempo y el espacio, como su voz y
su sonrisa.
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