miércoles, 30 de septiembre de 2015

Martín Blaszko y lo singular

                Si rastreamos en la genealogía de algunos conceptos, si buscamos las diferentes acepciones de las palabras, podemos descubrir extrañas formas del lenguaje, anomalías interesantes y estimulantes. En la historia del arte encontramos cosas así, relaciones y vínculos, diferencias o similitudes, entre definiciones que no aparecen en otras áreas del conocimiento. Por ejemplo, hace unos días leía Conflictos del alma infantil de Carl Jung y al respecto de la disposición cognitiva de los niños distinguía, claramente, lo abstracto de lo concreto. Lo abstracto es aquella capacidad del pensamiento para elaborar una imagen sin referencias específicas, sin un referente real; lo concreto es materia que se conceptualiza, lo que puede percibirse, sentirse o localizarse allí afuera,  en el mundo exterior.
Cuando, en un amplio panorama estético, distinguimos las diferentes corrientes vanguardistas en Argentina, los inicios del Movimiento MADÍ, las experiencias Arte Concreto-Invención o la Revista Arturo encontramos que, en el entusiasta deseo de abandonar la figuración, lo abstracto y lo concreto pueden mezclarse y, ocasionalmente, confundirse.
La mayoría de los principales integrantes de dichos movimientos eran inmigrantes europeos: Carmelo Arden Quin, Gyula Kosice, Rhod Rothfuss, Esteban Eitler y Martín Blaszko, entre otros. El problema del dualismo, entre idea y materia, forma y contenido, es central en la filosofía de occidente y también, en el origen de las vanguardias europeas. En el abandono de la representación clásica subyace el intento de los artistas, desde Cézanne a Duchamp, de localizar la mirada y ampliar nuestro horizonte simbólico.
Las coordenadas son la libertad creativa y la invención, la infinitud para el tiempo naciente en la materia, un nuevo orden para el mundo conocido. En esta dirección, iluminado por su trabajo, en el centro de una singularidad inagotable, aparece Martín Blaszko.
Efectivamente, cuando admiramos su obra o lo vemos a él hablar, mirar y reflexionar, en diferentes documentales y entrevistas, advertimos que el artista encontró y desarrolló hasta el infinito una contundente lógica interna. En este sentido, la transgresión más interesante de Blaszko no se ubica en el orden de los elementos plásticos, la forma, la armonía, el ritmo, la materia sino en los elementos físicos, el tiempo y el espacio.
Sus pinturas y esculturas trazan figuras, geometrías, estructuras, tensiones, maquinarias que despilfarran referencias al arte abstracto y concreto, al constructivismo y a MADÍ. Sin embargo, su obra no es un conjunto de todas estas tendencias, tampoco una referencia histórica de movimientos que han desaparecido. Sus obras permanecen actuales, fieles a una vitalidad que les fue proferida en el origen de su creación.
Blaszko trabajó con pasión, convencido que la tensión lograda por el ritmo y la armonía, cuando es certera, puede definir en una sola forma todo el universo. Un momento provisorio y singular,  la huella perfecta del tiempo en la materia.
Blaszko habitaba su obra como un recinto ineludible. Pero lo hacía con felicidad, la alegría spinoziana que reivindica las pasiones luminosas. Así, persistió Blaszko hasta el último día de su vida, si hablar de final es pertinente en un artista que jamás vaticino la muerte o el fin del arte, por el contrario, se consagró al nacimiento de una singularidad infinita. Algunos títulos de sus esculturas lo confirman Júbilo, El arranque feliz, Ritmo biológicos, Venciendo la fatalidad, Juegos otoñales, Equilibrio vital, Columna sentimental o Sosiego, son tópicos poéticos para un mapa de la imaginación optimista.
Su obra, el conjunto de pinturas, esculturas y collages, es la reiterada afirmación de un mundo interno que logra resolverse y afirmarse en el arte, más allá de cualquier tendencia específica. Cada aparición escultórica, cada momento de una abstracción que logra concretarse, es la única versión de esa singularidad espacio-temporal configurada en la infinita afirmación de Martín Blaszko.
Su obra es inconfundible, de eso no tengo dudas, lo advierto, nunca puedo confundirlo, a pesar de las figuras inasibles, de la complejidad. Hay una presencia que resiste y late. Formas arbóreas y constructivas que aparecen, geografías de minimalistas paisajes, una emanación constante, indestructible e inigualable. Un ritmo único, propio, como el tiempo y el espacio, como su voz y su sonrisa.  













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