domingo, 14 de agosto de 2016

La chica de las zapatillas rojas
*Granita de Gerardo Repetto

2 de Julio de 2016, peatonal San Martín, Córdoba.

Nos dirigimos caminando desde The White Lodge, galería de arte, hasta una panchería, en el corazón de la peatonal. Gerardo Repetto, artista y guionista del proyecto Manta Caballo *Granita pastel, los fotógrafos Rodrigo Fierro y Daniel Isoardi, Georgina Valdez directora de la galería y productora de la exposición y quien escribe. En la esquina, aguarda Soledad Sánchez Goldar, encargada de prensa y Santiago Lena con su torno y herramientas, necesarias para trabajar en la calle. Más tarde, llegará Javier Rodríguez, chef y responsable del restaurant El Papagayo.       
La mañana comienza a decaer y el mediodía tiembla entre los colores estridentes de la peatonal. Un cartel verde brillante anuncia una variedad de alimentos, accesibles y rápidos para quienes caminan apurados; panchos, pizzas, hamburguesas y el menú, más característico, pancho electrónico. A esta hora, los comensales llegan para disfrutar y relajarse.
Fue un poco engorroso llegar en este momento, deberíamos haber estado allí treinta minutos antes, la incertidumbre y el desconcierto nos embargan, cuando el dueño nos indica regresar un par de horas más tarde. Por suerte, Georgina lo solucionó; después de conversar y llegar a un acuerdo, en poco tiempo el equipo de trabajo se puso en marcha. Hay roles muy claros y cada uno obtendrá de la perfomance, del encuentro, un punto de vista diferente.
Antes de todo lo acontecido o, mejor dicho, en el epicentro del acontecimiento y, para sellar ese pacto, la degustación de un pancho electrónico nos descubre en una sintonía común. El paladar se presenta ahora, como una caverna o una versión particular y pequeña, del local de panchos.

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Mi trabajo es escribir, registrar la acción, lo que de ella pueda captar, según mí disposición y la deriva de la escritura. Pero advierto, especialmente, que mi ubicación concreta en el espacio es muy importante. Cuando me senté en esta mesa, en un sitio estratégico entre la calle y el local, entendí que un panóptico se erige desde cualquier ángulo. El horizonte se cierra en las coordenadas de la cocina y la vereda, donde Santiago modela sus cazuelas.
Las cazuelas fueron diseñadas para contener las nuevas versiones de panchos electrónicos, las recetas de Javier, con cerdo y romero, con masa crocante y salsa de café e hinojo. 
Desde mi panóptico la realidad y sus sentidos se encuentran más cerca de la tierra que del cielo, de la percepción que del intelecto. Una verdadera puesta en práctica de los principios Nitszcheanos y Bataillianos; no la configuración de lo bajo como reflejo imperfecto de la escritura sino más bien la comunidad de cuerpos que habitan el lenguaje de olores y sabores, sin más.
En el tapiz del texto, en la configuración de una imagen textual, algo de la perfomance nace: no estoy pensando en reducir la acción a la idea, sino más bien, que mi imagen, la única posible desde este punto de vista, por que sólo yo acecho en él, aguarda por su existencia. Mirar, oler, saborear, habitar con insistencia el tiempo, es lo que promueve la escritura, el impulso que parece reunirse y esfumarse, reunirse y esfumarse, reunirse y esfumarse…     

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Mirar es algo que se construye en el tiempo y en la escritura, lo ocular se rebela contra cualquier síntoma de quietud, ahora mis ojos se empapan de romero y el aire de esencias de hinojo.

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Santiago continúa afuera ni el frío ni la intemperie detienen el círculo en movimiento que, la maquina creativa, opera y dirige como a su propio cuerpo. En la pintura de Peter Brughel Camino al calvario un gran molino concentra los puntos de vista, en ese mismo molino Lech Majewski, director del Molino y la Cruz, película basada en la pintura, hizo coincidir al panadero con dios. Desde mi silla en el local de panchos, los objetos de plástico de la peatonal, la ropa y los juguetes colgados, ostentosos en cada vidriera apuntan, con su artillería decadente, al dios del barro; aquel que involuntariamente detiene el tiempo.   
También la veo a ella, detenida como una presencia ancestral, resguardando los tesoros o las armas de los guerreros: una caja de cartón repleta de cosas y un anacrónico ramo de flores. Apoyada en una vidriera manchada y gris, la estoica chica de las zapatillas rojas pareciera evidenciar las contradicciones de un presente laberintico: todos los objetos nos arrojan al consumo, con la esperanza de la liberación pero luego, nos condenan a cuidarlos, más que nuestras vidas.
El torno gira y salpica, erigiendo con la potencia del agua y la tierra las condiciones de posibilidad de una forma de arte, en el medio de todo lo consumible y consumista.
La música estridente de la peatonal, marca un ritmo y son, esas coreografías antropológicas, la que conceden a ese espacio mítico, un aura. Como en las vanguardias brasileras, lo consumido es ingerido, devorado y en esa apropiación simbólica de los objetos y sus formas, las diferentes realidades se tornan singulares. Aquí y allá, el símil y lo real son dos caras de la misma moneda.
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Nosotros también comimos la versión original del pancho electrónico para después crear  una nueva receta. Pero todo lo nuevo que creamos implica, en la deglución, la otredad.
Los cocineros intercambian conocimientos sobre salsas y aderezos, el encargado de la panchería le explica a Javier el funcionamiento de la máquina, la panchuquera. Su versión del pancho electrónico reemplaza la salchicha industrial por carne de cerdo tallada de manera tal que puede adaptarse a la morfología del aparato. La masa tiene romero picado, en la carne colocó unas ramitas de la misma hierba, que sobresale a través de la masa y el olor lo inunda todo.
Dice María Moreno en su ensayo Cuestión de olor: de los cinco sentidos el del olfato es el que puede desplazarse entre lo más sublime -un perfume como Baccarat’s Les Larmes Sacrées de Thebes- a lo más degradado: un anónimo excremento humeante. Aunque caprichosamente, trataré de demostrarlo: el sentido del olfato es el más político de los cinco sentidos y un lábil objeto filosófico. 

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Los fotógrafos oprimen sus flashes en lapsus intermitentes de luz artificial, afectando el orden de las cosas. Javier manipula un trozo de cerdo, apenas chorrea un hilo de agua entre sus dedos, la masa se expande por la superficie de la panchuquera, la gaseosa explota con demoradas burbujas en el vaso de vidrio, las salsas se desparraman, las bocas se abren ala alimento, todo se mezcla.

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Santiago sigue trabajando, la guardiana de las zapatillas rojas, permanece. Un transeúnte distraído golpea con su pie una de las cazuelas frescas apoyadas en el piso, desde la panchería alguien grita: – hay que sacarle una foto, hay que sacarle una foto… eso es una obra de arte -
¿Quién lo ha dicho? ¿Quién lo ha nombrado? ¿Quién ha dicho arte, ahora que todos lo hemos olvidado?
Abandonó sobre la mesa mi rama de romero y observo los restos de masa que se fueron adhiriendo en la cocción, ahora le pertenecen como a un cadáver los restos de piel.

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Santiago responde al círculo mágico de su torno, el barro forma un guante de materia húmeda sobre sus manos, luego se seca y una piel de barro craquelado, se superpone a la suya. Las piezas aparecen y nacen en esa continuidad del trabajo meditativo. A medida que los negocios cierran y la gente desaparece, los manteros despliegan su mercadería; entre el agua acumulada en los cordones, las colillas, los papeles y otros restos de la presencia humana, florece un mundo ruidoso y variado.  Todos hemos entrado en le circulo preciso del torno, todos hemos cedido a la ley de la creación.
Cuando se aproxima el final Rodrigo Fierro se descalza y desde una silla panóptica enfoca por última vez una ramita de romero ondeando en la carne, el flash apaga la música y Santiago abandona el torno.
 Hace mucho frío mientras el alfarero retira con un trapo húmedo la arcilla de sus manos, la chica de las zapatillas rojas se acerca y le da un beso, lo acaricia en la espalda y los brazo. Ahora están juntos, entre las cazuelas húmedas, la caja repleta de objetos y ese ramo de flores, sin intensión de marchitarse.



Mariana Robles
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