La chica de las zapatillas rojas
*Granita de Gerardo Repetto
2 de Julio de 2016, peatonal San Martín, Córdoba.
Nos
dirigimos caminando desde The White Lodge,
galería de arte, hasta una panchería, en el corazón de la peatonal. Gerardo
Repetto, artista y guionista del proyecto Manta
Caballo *Granita pastel, los fotógrafos Rodrigo Fierro y Daniel Isoardi,
Georgina Valdez directora de la galería y productora de la exposición y quien
escribe. En la esquina, aguarda Soledad Sánchez Goldar, encargada de prensa y Santiago
Lena con su torno y herramientas, necesarias para trabajar en la calle. Más
tarde, llegará Javier Rodríguez, chef y responsable del restaurant El Papagayo.
La mañana
comienza a decaer y el mediodía tiembla entre los colores estridentes de la
peatonal. Un cartel verde brillante anuncia una variedad de alimentos,
accesibles y rápidos para quienes caminan apurados; panchos, pizzas,
hamburguesas y el menú, más característico, pancho electrónico. A esta hora,
los comensales llegan para disfrutar y relajarse.
Fue un poco
engorroso llegar en este momento, deberíamos haber estado allí treinta minutos
antes, la incertidumbre y el desconcierto nos embargan, cuando el dueño nos
indica regresar un par de horas más tarde. Por suerte, Georgina lo solucionó;
después de conversar y llegar a un acuerdo, en poco tiempo el equipo de trabajo
se puso en marcha. Hay roles muy claros y cada uno obtendrá de la perfomance,
del encuentro, un punto de vista diferente.
Antes de
todo lo acontecido o, mejor dicho, en el epicentro del acontecimiento y, para
sellar ese pacto, la degustación de un pancho electrónico nos descubre en una
sintonía común. El paladar se presenta ahora, como una caverna o una versión
particular y pequeña, del local de panchos.
*
Mi trabajo
es escribir, registrar la acción, lo que de ella pueda captar, según mí
disposición y la deriva de la escritura. Pero advierto, especialmente, que mi
ubicación concreta en el espacio es muy importante. Cuando me senté en esta
mesa, en un sitio estratégico entre la calle y el local, entendí que un
panóptico se erige desde cualquier ángulo. El horizonte se cierra en las
coordenadas de la cocina y la vereda, donde Santiago modela sus cazuelas.
Las
cazuelas fueron diseñadas para contener las nuevas versiones de panchos
electrónicos, las recetas de Javier, con cerdo y romero, con masa crocante y
salsa de café e hinojo.
Desde mi
panóptico la realidad y sus sentidos se encuentran más cerca de la tierra que
del cielo, de la percepción que del intelecto. Una verdadera puesta en práctica
de los principios Nitszcheanos y Bataillianos; no la configuración de lo bajo
como reflejo imperfecto de la escritura sino más bien la comunidad de cuerpos
que habitan el lenguaje de olores y sabores, sin más.
En el tapiz
del texto, en la configuración de una imagen textual, algo de la perfomance
nace: no estoy pensando en reducir la acción a la idea, sino más bien, que mi
imagen, la única posible desde este punto de vista, por que sólo yo acecho en
él, aguarda por su existencia. Mirar, oler, saborear, habitar con insistencia
el tiempo, es lo que promueve la escritura, el impulso que parece reunirse y
esfumarse, reunirse y esfumarse, reunirse y esfumarse…
*
Mirar es
algo que se construye en el tiempo y en la escritura, lo ocular se rebela
contra cualquier síntoma de quietud, ahora mis ojos se empapan de romero y el
aire de esencias de hinojo.
*
Santiago
continúa afuera ni el frío ni la intemperie detienen el círculo en movimiento
que, la maquina creativa, opera y dirige como a su propio cuerpo. En la pintura
de Peter Brughel Camino al calvario
un gran molino concentra los puntos de vista, en ese mismo molino Lech
Majewski, director del Molino y la Cruz,
película basada en la pintura, hizo coincidir al panadero con dios. Desde mi silla
en el local de panchos, los objetos de plástico de la peatonal, la ropa y los
juguetes colgados, ostentosos en cada vidriera apuntan, con su artillería
decadente, al dios del barro; aquel que involuntariamente detiene el tiempo.
También la
veo a ella, detenida como una presencia ancestral, resguardando los tesoros o
las armas de los guerreros: una caja de cartón repleta de cosas y un anacrónico
ramo de flores. Apoyada en una vidriera manchada y gris, la estoica chica de
las zapatillas rojas pareciera evidenciar
las contradicciones de un presente laberintico: todos los objetos nos arrojan
al consumo, con la esperanza de la liberación pero luego, nos condenan a
cuidarlos, más que nuestras vidas.
El torno
gira y salpica, erigiendo con la potencia del agua y la tierra las condiciones
de posibilidad de una forma de arte, en el medio de todo lo consumible y
consumista.
La música estridente
de la peatonal, marca un ritmo y son, esas coreografías antropológicas, la que
conceden a ese espacio mítico, un aura. Como en las vanguardias brasileras, lo
consumido es ingerido, devorado y en esa apropiación simbólica de los objetos y
sus formas, las diferentes realidades se tornan singulares. Aquí y allá, el
símil y lo real son dos caras de la misma moneda.
*
Nosotros también
comimos la versión original del pancho electrónico para después crear una nueva receta. Pero todo lo nuevo que creamos
implica, en la deglución, la otredad.
Los
cocineros intercambian conocimientos sobre salsas y aderezos, el encargado de
la panchería le explica a Javier el funcionamiento de la máquina, la
panchuquera. Su versión del pancho electrónico reemplaza la salchicha
industrial por carne de cerdo tallada de manera tal que puede adaptarse a la
morfología del aparato. La masa tiene romero picado, en la carne colocó unas
ramitas de la misma hierba, que sobresale a través de la masa y el olor lo
inunda todo.
Dice María
Moreno en su ensayo Cuestión de olor: de
los cinco sentidos el del olfato es el que puede desplazarse entre lo más
sublime -un perfume como Baccarat’s Les Larmes Sacrées de Thebes- a lo más
degradado: un anónimo excremento humeante. Aunque caprichosamente, trataré de
demostrarlo: el sentido del olfato es el más político de los cinco sentidos y
un lábil objeto filosófico.
*
Los
fotógrafos oprimen sus flashes en lapsus
intermitentes de luz artificial, afectando el orden de las cosas. Javier
manipula un trozo de cerdo, apenas chorrea un hilo de agua entre sus dedos, la
masa se expande por la superficie de la panchuquera, la gaseosa explota con
demoradas burbujas en el vaso de vidrio, las salsas se desparraman, las bocas
se abren ala alimento, todo se mezcla.
*
Santiago
sigue trabajando, la guardiana de las zapatillas rojas, permanece. Un transeúnte distraído golpea con su pie una de las
cazuelas frescas apoyadas en el piso, desde la panchería alguien grita: – hay que sacarle una foto, hay que sacarle
una foto… eso es una obra de arte -
¿Quién lo
ha dicho? ¿Quién lo ha nombrado? ¿Quién ha dicho arte, ahora que todos lo hemos
olvidado?
Abandonó sobre la mesa mi rama de romero y observo los
restos de masa que se fueron adhiriendo en la cocción, ahora le pertenecen como
a un cadáver los restos de piel.
*
Santiago
responde al círculo mágico de su torno, el barro forma un guante de materia
húmeda sobre sus manos, luego se seca y una piel de barro craquelado, se
superpone a la suya. Las piezas aparecen y nacen en esa continuidad del trabajo
meditativo. A medida que los negocios cierran y la gente desaparece, los
manteros despliegan su mercadería; entre el agua acumulada en los cordones, las
colillas, los papeles y otros restos de la presencia humana, florece un mundo
ruidoso y variado. Todos hemos entrado
en le circulo preciso del torno, todos hemos cedido a la ley de la creación.
Cuando se
aproxima el final Rodrigo Fierro se descalza y desde una silla panóptica enfoca
por última vez una ramita de romero ondeando en la carne, el flash apaga la
música y Santiago abandona el torno.
Hace mucho frío mientras el alfarero retira con
un trapo húmedo la arcilla de sus manos, la chica de las zapatillas rojas se acerca y le da un beso, lo acaricia en la espalda
y los brazo. Ahora están juntos, entre las cazuelas húmedas, la caja repleta de
objetos y ese ramo de flores, sin intensión de marchitarse.
Mariana Robles
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