Un
texto clásico, una maravillosa obra literaria de Gustave Flaubert, “La
tentación de San Antonio” se desarrolla en el inmenso desierto de Tebaida (al
sur de Egipto). San Antonio se desliza, en soledad, por esos páramos infernales
descubriendo las más aterradoras y alucinantes pesadillas; afuera no hay más
que extensiones de arena, adentro un mundo de cosas extrañas y extravagantes
que se gestan. En la tensión de esos dos espacios, exterior e interior, emerge
un tercer lugar donde el individuo logra convertir lo que es, en lo que hay: la
conciencia como paisaje. La obra de Cecilia Mandrile “El Desierto Adentro”
podría establecer una conexión directa con el indispensable texto de Flaubert,
sobre todo con la interesante operación de experimentar el espacio como deseo y
proyección. Cecilia Mandrile desembarca en el desierto de Wadi Rum en Jordania
con dos misteriosos muñecos, que serán instalados en esa geografía infinita.
Las fotografías que nosotros contemplamos son el vestigio de un encuentro de
esas corporalidades austeras en un sitio sugestivo y colmado de signos; los
muñecos devienen otros, seres parlantes en el pronunciado silencio del
desierto. Ellos no tienen rostros, como en las fantasías pecaminosas de San
Antonio, debemos proyectar para ellos una máscara, la huella que los define. En
el desierto, cuando se apaga el tintineante espectáculo del mundo actual, los
rostros modelan un tiempo distinto, lo que va y viene por nuestras mentes
ilumina sus ojos, reflejándonos. Todo, en la obra de Cecilia Mandrile, tiende a
la escenificación, un pequeño teatro a escala humana donde las tensiones
psíquicas y emocionales protagonizan cada acto. Las variaciones de “El desierto
adentro” figuran a diferente escala; en las fotografías, realizadas en las
magnitudes de Wadi Rum, a modo de diario y en el derrotero de objetos
personales y familiares modificados e instalados. Nuevamente, el afuera más
lejano y el adentro más íntimo se reencuentran en las dimensiones de la obra
para convertirlas en el testimonio de un viaje solitario y meditativo, en
constante movimiento. La historia de cada objeto intervenido, su disposición
actual y su valor simbólico operan como estaciones en el espacio y tiempo
transitado, circular, entre la conciencia infinita del adentro y las
variaciones disponibles del inmenso mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario