Lectura de ver-hacer; sentirás lo difícilmente que
la voy tendiendo ante ti. Trabajo de formularla;
lectura de trabajo: leerás más
como un lento
venir viniendo que como una llegada.
Macedonio Fernández
La
escritura se dispone a deslizarse en el espacio, la letra es un lugar y su
inmensa materia. Su cualidad real, la de la escritura, es un dispositivo vivo,
mucho más, que proyecciones de una mente sobre una hoja en blanco. Desde Platón
a Mallarmé, la palabra intenta reencontrarse con las cosas, aproximarse al
nombre que las dibuja. Los niños saben preguntar, los poetas pueden intuir,
esas dimensiones dislocadas donde los textos son objetos y los objetos el lento
devenir de su significado. Para Héctor Libertella, por ejemplo, el libro es un
complejo entramado de sentidos donde forma, contenido y materia reúnen las
condiciones posibles de un mundo significante. En “El árbol de Saussure” la
forma vegetal repone el flujo del discurso en varias direcciones, la lógica
unidireccional del patrimonio racional se desvanece entre las figuraciones de
las hojas, el tronco y las raíces. En la obra de Guillermo Daghero, un trabajo
pendular entre las artes visuales y la poesía, la escritura es una herramienta,
una maquinaria vital dispuesta para la acción y la experiencia. El libro o las
dimensiones materiales de la escritura encuentran un cuerpo real, reponen la
exterioridad negada por la planimetría de la lectura convencional. Ese cuerpo,
espejo del lector, desde los renglones a la coma, funciona como una batería de
instrumentos, en el sentido perfomático que nos permite hacer cosas con el
lenguaje sin dejar de crear una versión propia de los aspectos más
convencionales de la lengua. De alguna manera consiste en develar y señalar un
aspecto vital; la evidencia constructiva de la letra, la literatura y también de
su propia historia. Otro hermoso ejemplo es Francis Ponge y su método, que al
contrario del propuesto por Descartes, el de la desconfianza sistemática de los
sentidos en detrimento de las definiciones, el poeta se pone del lado de las
cosas, especialmente, de los objetos simples. Un juego de relaciones entre
textos y objetos aparecen entre líneas en la obra de Daghero; una mirada que
nos obliga a replantear, a cada instante, la naturalización de nuestras más
estimadas conformidades pero, al mismo tiempo, propone un aspecto lúdico y nos invita
a la maravillosa experiencia de habitar, entre objetos, nuestro habla.
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