Fotómetros
/ Lichtmeters de Ruth Lasters traducido al
castellano por Micaela Van Muylem y editado por Viento de Fondo. Un poemario
que, tal como escribe Van Muylem en el prólogo, está compuesto por cuatro ciclo de poemas que llevan siempre una sola palabra
como título. De este modo, puede leerse como un glosario muy personal en el que
se intenta echar luz sobre el mundo. El libro de Lasters es extremadamente
singular, la forma en que se resuelven los poemas se parece mucho a las
acciones que produce un escultor al tallar una forma en un macizo trozo de
madera. La relación con el lenguaje no es la de alguien que se sienta poseedora
de la lengua sino más bien de alguien que ha descubierto al lenguaje acechando
entre las cosas, como adherido a la atmosfera y las siluetas. Lasters modela
con un cincel punzante aquellos signos que se posan en la hoja, en esa morada
de blanca y exacta superficie tan diferente a la barroca y porosa geografía del
mundo. Ella, al escribir no sólo dispone esas imágenes contundentes y
astilladas de sus poemas, también nos propone un método. Un método que consiste
en convertir a las palabras en verdaderos artefactos de medición lumínica, fotómetros y también, que nos permiten
los restos de lenguaje arraigados a la materia de las cosas. El poeta es un
explorador, busca el punto justo de esa materia gelatinosa donde las palabras
se adhieren y nacen. Lo que vemos depende de lo que sabemos y lo que sabemos
debe ser nombrado en relación a lo visto, en el corazón de lo que hay, de lo
existente comprobable y habitable donde necesariamente las cosas y las palabras
están mezcladas o juntas. Ese punto de encuentro, en los poemas de Lasters,
adquiere el aspecto de un fotograma o una escena de película que un ojo en
constante movimiento captó y desplegó.
En Fotómetros las cosas están distantes y lejanas y con ellas también
el lenguaje, los artefactos funcionan en la medida de que la consciencia de ese
abandono ablanda el habla, lo estira en el interior de las concavidades
corporales para luego expulsarlo a profusos espacios de luces y de sombras. El
poeta Francis Ponge me parece un escritor pertinente para comparar con Lasters,
Ponge escribe: No hay que tentar (al
menos en lo que nos concierne) al demonio del detalle (que esconde el conjunto)
y Lasters Puedo llevarme tu ojo plasmado
en un enorme rollo de papel /-minucioso como el deseo mismo. Y mostrar diminuto
a los demás / Las desviaciones que aparecen en el paso de la esfera al / Plano,
la mirada fija en la representación defectuosa de tu iris. Esas figuras del
todo y el detalle, donde lo general y lo particular son tratados como ciencia
en el poema, se advierten con regularidad en Fotómetro. La distancia es un recorrido en lo denso de lo siempre
habitado, es decir, la maniobra del ojo en el seno del caos, ese riesgo
inminente que constituye lo propio de ver y de escribir. Así, la mirada se
presenta como testigo de lo finito, probable y posible pero siempre acechada
por la latencia de lo infinito, improbable e imposible, porque al perseguir insistentemente la luz no
veremos jamás donde se esconden las sombras.
Otra conexión posible, otro recorrido
nos conduce desde la poesía de Lasters a la maravillosa pintura holandesa, o de
los Países Bajos en su totalidad. Me interesa imaginar sus palabras con esas
imágenes por la manera atenta de concebir la naturaleza y sus destellos. Un
poema que me resulta representativo e interesante, en ese sentido, es aquel denominado Trabajo y que transcribo completo:
Un
cúmulo de mandarinas
mondado
en exactamente un mes, de fruto perfecto a
mera
hoz, desde que la luna tras
el
smog. Nosotros, fabricantes de luna contratados, desprendemos la cáscara
de
oro anaranjado; luego, de cada mandarina (alrededor de un millón)
sólo
la primera parte y días después recién la siguiente,
al
ritmo del menguante del cuerpo celeste
que
cada tanto emerge repentino
entre
la niebla. Sin motivo alguno seguimos pelando entonces
como
un cuadro de extenuación nacional en sí, jurándonos que
la
luna nueva es invisible por la estampida de incontables
jabalíes
renegridos allí arriba,
en
nuestro sitio.
Al leer un libro maravilloso El arte de describir. El arte holandés en el
siglo XVII de Svetlana Alpers descubro infinidad de conexiones, demasiadas
para anotarlas en una reseña, sin embargo, quiero mostrar la que veo entre el
poema y las reflexiones de Alpers: Los
objetos se dan a conocer al ojo escrutador no solo por el procedimiento de
enseñar sus entrañas, sino también por sus reflejos; el juego de la luz sobre
las superficies distingue el vidrio del metal, de la tela, de la pasta, y sirve
también para multiplicar las superficies. La parte inferior del pie de una copa
duplica por su reflejo en el contiguo plato de peltre. Cada objeto expone
superficies múltiples para volverse más presente a la vista. Esa transición
de la materia, presente en el inicio de Trabajo,
configura un eco pero también una descripción de las pinturas adscriptas al
género “Naturaleza Muerta”. La tradición flamenca nos presenta una característica
propia del género donde frutos o verduras aparecen abiertos, cortados o pelados,
es decir, revelando su interior, su carnalidad. A diferencia de la tradición
renacentista italiana la pintura de esa región de Europa no busca representar
un ideal matemático sino, por el contrario, su aparición vital, sus mecanismos
de existencia y su singularidad imperante frente a la mirada. La lectura de Fotómetro, en esa inquietante sintonía,
nos permite recorridos, vaivenes de ritmos propios anudados a imágenes que
inundan lo cotidiano, que lo envuelven y lo desnudan hasta saborearlo como a limones
maduros y estruendosamente ácidos.
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