viernes, 13 de marzo de 2020

Fotómetros / Lichtmeters


Fotómetros / Lichtmeters de Ruth Lasters traducido al castellano por Micaela Van Muylem y editado por Viento de Fondo. Un poemario que, tal como escribe Van Muylem en el prólogo, está compuesto por cuatro ciclo de poemas que llevan siempre una sola palabra como título. De este modo, puede leerse como un glosario muy personal en el que se intenta echar luz sobre el mundo. El libro de Lasters es extremadamente singular, la forma en que se resuelven los poemas se parece mucho a las acciones que produce un escultor al tallar una forma en un macizo trozo de madera. La relación con el lenguaje no es la de alguien que se sienta poseedora de la lengua sino más bien de alguien que ha descubierto al lenguaje acechando entre las cosas, como adherido a la atmosfera y las siluetas. Lasters modela con un cincel punzante aquellos signos que se posan en la hoja, en esa morada de blanca y exacta superficie tan diferente a la barroca y porosa geografía del mundo. Ella, al escribir no sólo dispone esas imágenes contundentes y astilladas de sus poemas, también nos propone un método. Un método que consiste en convertir a las palabras en verdaderos artefactos de medición lumínica, fotómetros y también, que nos permiten los restos de lenguaje arraigados a la materia de las cosas. El poeta es un explorador, busca el punto justo de esa materia gelatinosa donde las palabras se adhieren y nacen. Lo que vemos depende de lo que sabemos y lo que sabemos debe ser nombrado en relación a lo visto, en el corazón de lo que hay, de lo existente comprobable y habitable donde necesariamente las cosas y las palabras están mezcladas o juntas. Ese punto de encuentro, en los poemas de Lasters, adquiere el aspecto de un fotograma o una escena de película que un ojo en constante movimiento captó y desplegó.
En Fotómetros las cosas están distantes y lejanas y con ellas también el lenguaje, los artefactos funcionan en la medida de que la consciencia de ese abandono ablanda el habla, lo estira en el interior de las concavidades corporales para luego expulsarlo a profusos espacios de luces y de sombras. El poeta Francis Ponge me parece un escritor pertinente para comparar con Lasters, Ponge escribe: No hay que tentar (al menos en lo que nos concierne) al demonio del detalle (que esconde el conjunto) y Lasters Puedo llevarme tu ojo plasmado en un enorme rollo de papel /-minucioso como el deseo mismo. Y mostrar diminuto a los demás / Las desviaciones que aparecen en el paso de la esfera al / Plano, la mirada fija en la representación defectuosa de tu iris. Esas figuras del todo y el detalle, donde lo general y lo particular son tratados como ciencia en el poema, se advierten con regularidad en Fotómetro. La distancia es un recorrido en lo denso de lo siempre habitado, es decir, la maniobra del ojo en el seno del caos, ese riesgo inminente que constituye lo propio de ver y de escribir. Así, la mirada se presenta como testigo de lo finito, probable y posible pero siempre acechada por la latencia de lo infinito, improbable e imposible,  porque al perseguir insistentemente la luz no veremos jamás donde se esconden las sombras.
Otra conexión posible, otro recorrido nos conduce desde la poesía de Lasters a la maravillosa pintura holandesa, o de los Países Bajos en su totalidad. Me interesa imaginar sus palabras con esas imágenes por la manera atenta de concebir la naturaleza y sus destellos. Un poema que me resulta representativo e interesante, en ese sentido,  es aquel denominado Trabajo y que transcribo completo:

Un cúmulo de mandarinas
mondado en exactamente un mes, de fruto perfecto a

mera hoz, desde que la luna tras
el smog. Nosotros, fabricantes de luna contratados, desprendemos la cáscara

de oro anaranjado; luego, de cada mandarina (alrededor de un millón)
sólo la primera parte y días después recién la siguiente,

al ritmo del menguante del cuerpo celeste
que cada tanto emerge repentino

entre la niebla. Sin motivo alguno seguimos pelando entonces
como un cuadro de extenuación nacional en sí, jurándonos que

la luna nueva es invisible por la estampida de incontables
jabalíes renegridos allí arriba,

en nuestro sitio.

Al leer un libro maravilloso El arte de describir. El arte holandés en el siglo XVII de Svetlana Alpers descubro infinidad de conexiones, demasiadas para anotarlas en una reseña, sin embargo, quiero mostrar la que veo entre el poema y las reflexiones de Alpers: Los objetos se dan a conocer al ojo escrutador no solo por el procedimiento de enseñar sus entrañas, sino también por sus reflejos; el juego de la luz sobre las superficies distingue el vidrio del metal, de la tela, de la pasta, y sirve también para multiplicar las superficies. La parte inferior del pie de una copa duplica por su reflejo en el contiguo plato de peltre. Cada objeto expone superficies múltiples para volverse más presente a la vista. Esa transición de la materia, presente en el inicio de Trabajo, configura un eco pero también una descripción de las pinturas adscriptas al género “Naturaleza Muerta”. La tradición flamenca nos presenta una característica propia del género donde frutos o verduras aparecen abiertos, cortados o pelados, es decir, revelando su interior, su carnalidad. A diferencia de la tradición renacentista italiana la pintura de esa región de Europa no busca representar un ideal matemático sino, por el contrario, su aparición vital, sus mecanismos de existencia y su singularidad imperante frente a la mirada. La lectura de Fotómetro, en esa inquietante sintonía, nos permite recorridos, vaivenes de ritmos propios anudados a imágenes que inundan lo cotidiano, que lo envuelven y lo desnudan hasta saborearlo como a limones maduros y estruendosamente ácidos.











No hay comentarios:

Publicar un comentario