sábado, 10 de septiembre de 2016

Sobre algunas obras de Santiago Lena

Cuencos

Calma la sed de los sobrios.
El vaso: medida de la capacidad de los sobrios.
Capacidad pura, apenas existe.
Francis Ponge



Los cuencos de Santiago Lena inundan el espacio con sus formas cóncavas. Cada uno de los mil vasos fue creado en la meditación del artista. Las piezas ostentan una huella singular, el rastro de sus delicadas construcciones.  
Los vasos contienen la lluvia, el rocío, las lágrimas y otros líquidos; en el centro de la materia recogen cada gota. La relación entre materia y fluidos se despliega en las inmediaciones del vacío, del silencio necesario. Dice Lezama Lima en el vacío se puede esconder un canguro / sin perder su saltante júbilo así lo visible se abre en lo invisible, en su absoluta posibilidad.
El espacio vincula los elementos, unión de materia diversa, núcleo de una alquimia originaria y ancestral. Silencio creador donde lo que aparece crece en la ausencia como las constelaciones en la distancia de las estrellas.
Todo lo que el mundo visible esconde puede nacer de la concavidad receptiva de un vaso, el cuenco que día a día humedece los labios, la roja caverna del paladar, la garganta proveedora del sonido y el lenguaje.
El mar que, oscila entre el horizonte y la arena, esa superficie misteriosa que nunca acaba por completarse en la mirada, es la metáfora primera que Lena formuló para construir su universo material. La instalación de cuencos replica ese paisaje melancólico e inasible que ordena a las cosas en la gran dimensión de lo abierto.
Cada cuenco torneado, laboriosamente, con un trozo de arcilla se erige para contener las fuerzas desbordantes del agua, para calmar la sed y purificar la carne. En la escala humana de la necesidad y el deseo Lena construye un reducto artificial para inventar un mar propio: lo infinito en lo habitual.
Los vasos con su azulado interior, diseminados sobre la superficie terráquea, aguardan la lluvia y la noche, con sus bocas abiertas obsequian la nada a los destellos.  





Manifiesto incorpóreo


... aunque demasiado débil un baño carmesí
le da color
para hacerlo totalmente creíble.
William Carlos Williams

Manifiesto incorpóreo es una obra que se desarrolla a partir del señalamiento de un objeto encontrado. En esta ocasión no es un sólo objeto sino un conjunto de ellos, de ladrillos.
La montaña fue encontrada en un patio; allí el paso del tiempo, los factores climáticos y la intemperie ya habían hecho su propio diseño en la materia, cuando Santiago Lena decidió intervenir.  Los ladrillos fueron llevados al taller y coloreados con variados matices, el esmalte cubrió la superficie excepto aquellas comisuras donde la tierra y otras asperezas se acumularon. Luego de que, cada una de las piezas sucumbieron a los efectos del fuego, a las altas temperaturas necesarias para hornear, fueron trasladas nuevamente a su lugar de origen. La montaña se restituyó en el espacio, ahora ostentando una suave gama de colores.
Lena continúo el trabajo de algún albañil, confeccionó una pequeña arquitectura incorpórea, en el corazón de aquello que fue abandonado. Alguien dejó esa mata de barro modelado y cocido, igual que cualquier  pieza de cerámica contemporánea, con sus mismos procedimientos técnicos, para que la naturaleza la vistiera de humedad y tierra. Una mole inútil donde crecen las matas y hacen nidos los bichitos, un ecosistema inconsciente y silencioso que nace y crece. En esas coordenadas de lo artificial y natural el artista interviene para señalar su presencia, pero al mismo tiempo, entregarse al curso de lo vital que siempre oscila entre esas dos latitudes.
Manifiesto incorpóreo, en este sentido, es una obra que potencia la indiscutible continuidad de un mundo de cosas que nacen al olvido de la intemperie y aquellas que se esconden en el interior. El procedimiento, el desarrollo de la idea, sucumbe en esa intervención que embellece el  paisaje y también lo construye con herramientas humanas, donde proyectamos nuestra mirada.
La obra de Lena, claramente, puede ser leída como una escultura contemporánea pero también como una  obra más antigua y anónima donde lo que importa es abandonar y dar al color una nueva persistencia en las latitudes del paisaje, del cielo abierto.



Trayectos del olvido


… en su casa deshecha no le espera la lámpara
rodeado de risas
sino un montón oscuro
de  infantiles figuras contraídas
y la desesperada, femenina, pregunta cotidiana.
Juan. L. Ortiz


Trayectos del olvido es una pieza creada a partir de fragmentos de objetos de cerámica encontrados. Restos de ladrillos, mosaicos y piezas sanitarias fueron reconstituidos bajo indicios poéticos. Santiago Lena esmaltó con rojo cada borde donde la pieza se había quebrado, sólo aquella superficie herida fue señalada.
El tiempo arrojó al olvido estas mínimas herencias de una vida pasada, donde las cosas coincidían con alguna palabra. Cuando las casas se derrumban, cuando el progreso renuncia a la melancolía de su propia destrucción, los vestigios retornan al paraíso insuficiente de los deshechos. Sin embargo, el universo de la materia reactualiza la historia ofreciendo un holograma de la realidad que no siempre responde al presente. Así, Lena construye un mapa  remarcando la grieta, lo rasgado y obtiene una singular arqueología del olvido.
Las piezas encontradas por el artista fueron rescatadas de alguna parte que, con ellas allí, no era un lugar si no más bien un espacio provisorio, inexistente. Entre él y esos fragmentos encontrados ocurrió una transformación, las piezas fueron esmaltadas y horneadas. El procedimiento que concluyó en colorear algunas partes externas de los ladrillos y mosaicos, resultó no sólo una intervención en la materia pintada sino, fundamentalmente, un señalamiento para aquellas que no fueron matizadas.
Los ladrillos ahuecados, los restos de algún sanitario u objeto, quedan al descubierto y muestran su interior, de materia olvidada. Los pliegues de esas cosas, sugerentes y eróticos, recuerdan el interior de un cuerpo femenino, una análogo de los “objetos eróticos” de Marcel Duchamp pero que, a diferencia de estos, no construyen una imagen de la carnalidad sino que la descubren en los objetos olvidados, en el corazón destruido de la civilización. Así una textura tan poco carnal como un ladrillo o un pedazo de teja, recuperan un latido escondido que se localiza en la materia intervenida. Las asperezas de los mosaicos encontrados y la cuña de la castidad de Duchamp generan una sensación similar donde el filo o límite condiciona la expansión sensual de la materia.
Trayectos del olvido es ese recorrido que se genera, constantemente, entre una herida y otra, creando al fin un nuevo paisaje para esos fragmentos del todo.      







Versiones de la intemperie

Es curioso: hay ciertas piedras en cerros altos
redondas como  el sol y la luna.
Sabemos que todas las cosas redondas son parientes.
Ernesto Cardenal

Formas orgánicas y voluptuosas se ordenan en el espacio y componen una partitura material que sintoniza con el ritmo de las piedras y los astros.
Una construcción de esferas despojadas y luminosas dialoga inventando el afuera y el adentro, la textura es la matriz simbólica que indica la diferencia en ese territorio. Los volúmenes de cerámica se erigen como pequeñas cavernas, algunas de ellas ostentan un orificio, una abertura evidente; otras están cerradas y en su interior laten.
Así como los astros se reponen a la danza celestial, las pequeñas piedras sobreviven a la erosión de los años. La vida y sus ciclos giran y en ese movimiento producen la realidad; el ceramista y su torno acompañan el transcurrir del tiempo, rasgando la extensa intemperie. 
Santiago Lena creó sus esferas con la tierra blanda de la arcilla luego los procedimientos técnicos imprimieron dureza, tensión, a esas cavernas arrojadas al mundo. Él también rasgó la materia y obtuvo hebras delicadas que asoman por las aberturas o en algunas ocasiones cubren los huevos como una piel protectora.
Todo indica que estas esferas pueden ser úteros que resguardan lo delicado y frágil, la metáfora corporal de algo que late y engendra. La historia de la ciencia, el arte y la filosofía ofrecen su propia versión de lo esférico, desde Parménides para quien la verdad era redonda y Platón que en El Tímeo pensó el origen del universo recurriendo a la teoría Pitagórica de la música de los astros hasta las extensas disquisiciones surrealistas sobre las cualidades de lo esférico, las versiones de un núcleo originario son infinitas.

La instalación de Lena propone una maqueta personal de esa intemperie originaria habitada por esos primeros ritmos pero también una sinuosa versión de la creación, un desplazamiento hacía los márgenes humanos. Así el pequeño sistema de Lena orquesta su propia música artesanal.



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