Cuencos
Calma la sed
de los sobrios.
El vaso:
medida de la capacidad de los sobrios.
Capacidad
pura, apenas existe.
Francis Ponge
Los
cuencos de Santiago Lena inundan el espacio con sus formas cóncavas. Cada uno
de los mil vasos fue creado en la meditación del artista. Las piezas ostentan
una huella singular, el rastro de sus delicadas construcciones.
Los
vasos contienen la lluvia, el rocío, las lágrimas y otros líquidos; en el
centro de la materia recogen cada gota. La relación entre materia y fluidos se
despliega en las inmediaciones del vacío, del silencio necesario. Dice Lezama
Lima en el vacío se puede esconder un
canguro / sin perder su saltante júbilo así lo visible se abre en lo
invisible, en su absoluta posibilidad.
El
espacio vincula los elementos, unión de materia diversa, núcleo de una alquimia
originaria y ancestral. Silencio creador donde lo que aparece crece en la
ausencia como las constelaciones en la distancia de las estrellas.
Todo
lo que el mundo visible esconde puede nacer de la concavidad receptiva de un
vaso, el cuenco que día a día humedece los labios, la roja caverna del paladar,
la garganta proveedora del sonido y el lenguaje.
El
mar que, oscila entre el horizonte y la arena, esa superficie misteriosa que
nunca acaba por completarse en la mirada, es la metáfora primera que Lena
formuló para construir su universo material. La instalación de cuencos replica
ese paisaje melancólico e inasible que ordena a las cosas en la gran dimensión
de lo abierto.
Cada
cuenco torneado, laboriosamente, con un trozo de arcilla se erige para contener
las fuerzas desbordantes del agua, para calmar la sed y purificar la carne. En
la escala humana de la necesidad y el deseo Lena construye un reducto
artificial para inventar un mar propio: lo infinito en lo habitual.
Los
vasos con su azulado interior, diseminados sobre la superficie terráquea,
aguardan la lluvia y la noche, con sus bocas abiertas obsequian la nada a los
destellos.
Manifiesto incorpóreo
... aunque demasiado débil un baño
carmesí
le da color
para hacerlo totalmente creíble.
William
Carlos Williams
Manifiesto incorpóreo
es una obra que se desarrolla a partir del señalamiento de un objeto
encontrado. En esta ocasión no es un sólo objeto sino un conjunto de ellos, de
ladrillos.
La
montaña fue encontrada en un patio; allí el paso del tiempo, los factores
climáticos y la intemperie ya habían hecho su propio diseño en la materia,
cuando Santiago Lena decidió intervenir. Los ladrillos fueron llevados al taller y
coloreados con variados matices, el esmalte cubrió la superficie excepto
aquellas comisuras donde la tierra y otras asperezas se acumularon. Luego de
que, cada una de las piezas sucumbieron a los efectos del fuego, a las altas
temperaturas necesarias para hornear, fueron trasladas nuevamente a su lugar de
origen. La montaña se restituyó en el espacio, ahora ostentando una suave gama
de colores.
Lena
continúo el trabajo de algún albañil, confeccionó una pequeña arquitectura
incorpórea, en el corazón de aquello que fue abandonado. Alguien dejó esa mata
de barro modelado y cocido, igual que cualquier pieza de cerámica contemporánea, con sus
mismos procedimientos técnicos, para que la naturaleza la vistiera de humedad y
tierra. Una mole inútil donde crecen las matas y hacen nidos los bichitos, un
ecosistema inconsciente y silencioso que nace y crece. En esas coordenadas de
lo artificial y natural el artista interviene para señalar su presencia, pero
al mismo tiempo, entregarse al curso de lo vital que siempre oscila entre esas
dos latitudes.
Manifiesto incorpóreo,
en este sentido, es una obra que potencia la indiscutible continuidad de un
mundo de cosas que nacen al olvido de la intemperie y aquellas que se esconden
en el interior. El procedimiento, el desarrollo de la idea, sucumbe en esa
intervención que embellece el paisaje y
también lo construye con herramientas humanas, donde proyectamos nuestra
mirada.
La obra de Lena,
claramente, puede ser leída como una escultura contemporánea pero también como
una obra más antigua y anónima donde lo
que importa es abandonar y dar al color una nueva persistencia en las latitudes
del paisaje, del cielo abierto.
Trayectos del olvido
… en su casa
deshecha no le espera la lámpara
rodeado de risas
sino un montón
oscuro
de infantiles figuras contraídas
y la desesperada,
femenina, pregunta cotidiana.
Juan. L. Ortiz
Trayectos del olvido
es una pieza creada a partir de fragmentos de objetos de cerámica encontrados.
Restos de ladrillos, mosaicos y piezas sanitarias fueron reconstituidos bajo indicios
poéticos. Santiago Lena esmaltó con rojo cada borde donde la pieza se había
quebrado, sólo aquella superficie herida fue señalada.
El
tiempo arrojó al olvido estas mínimas herencias de una vida pasada, donde las
cosas coincidían con alguna palabra. Cuando las casas se derrumban, cuando el
progreso renuncia a la melancolía de su propia destrucción, los vestigios
retornan al paraíso insuficiente de los deshechos. Sin embargo, el universo de
la materia reactualiza la historia ofreciendo un holograma de la realidad que
no siempre responde al presente. Así, Lena construye un mapa remarcando la grieta, lo rasgado y obtiene una
singular arqueología del olvido.
Las
piezas encontradas por el artista fueron rescatadas de alguna parte que, con
ellas allí, no era un lugar si no más bien un espacio provisorio, inexistente.
Entre él y esos fragmentos encontrados ocurrió una transformación, las piezas
fueron esmaltadas y horneadas. El procedimiento que concluyó en colorear
algunas partes externas de los ladrillos y mosaicos, resultó no sólo una intervención
en la materia pintada sino, fundamentalmente, un señalamiento para aquellas que
no fueron matizadas.
Los
ladrillos ahuecados, los restos de algún sanitario u objeto, quedan al
descubierto y muestran su interior, de materia olvidada. Los pliegues de esas
cosas, sugerentes y eróticos, recuerdan el interior de un cuerpo femenino, una
análogo de los “objetos eróticos” de Marcel Duchamp pero que, a diferencia de
estos, no construyen una imagen de la carnalidad sino que la descubren en los
objetos olvidados, en el corazón destruido de la civilización. Así una textura
tan poco carnal como un ladrillo o un pedazo de teja, recuperan un latido
escondido que se localiza en la materia intervenida. Las asperezas de los
mosaicos encontrados y la cuña de la
castidad de Duchamp generan una sensación similar donde el filo o límite condiciona
la expansión sensual de la materia.
Trayectos del olvido
es ese recorrido que se genera, constantemente, entre una herida y otra,
creando al fin un nuevo paisaje para esos fragmentos del todo.
Versiones de la intemperie
Es curioso: hay
ciertas piedras en cerros altos
redondas como el sol y la luna.
Sabemos que todas
las cosas redondas son parientes.
Ernesto Cardenal
Formas
orgánicas y voluptuosas se ordenan en el espacio y componen una partitura
material que sintoniza con el ritmo de las piedras y los astros.
Una
construcción de esferas despojadas y luminosas dialoga inventando el afuera y
el adentro, la textura es la matriz simbólica que indica la diferencia en ese
territorio. Los volúmenes de cerámica se erigen como pequeñas cavernas, algunas
de ellas ostentan un orificio, una abertura evidente; otras están cerradas y en
su interior laten.
Así
como los astros se reponen a la danza celestial, las pequeñas piedras
sobreviven a la erosión de los años. La vida y sus ciclos giran y en ese
movimiento producen la realidad; el ceramista y su torno acompañan el
transcurrir del tiempo, rasgando la extensa intemperie.
Santiago
Lena creó sus esferas con la tierra blanda de la arcilla luego los procedimientos
técnicos imprimieron dureza, tensión, a esas cavernas arrojadas al mundo. Él
también rasgó la materia y obtuvo hebras delicadas que asoman por las aberturas
o en algunas ocasiones cubren los huevos como una piel protectora.
Todo
indica que estas esferas pueden ser úteros que resguardan lo delicado y frágil,
la metáfora corporal de algo que late y engendra. La historia de la ciencia, el
arte y la filosofía ofrecen su propia versión de lo esférico, desde Parménides
para quien la verdad era redonda y Platón que en El Tímeo pensó el origen
del universo recurriendo a la teoría Pitagórica de la música de los astros
hasta las extensas disquisiciones surrealistas sobre las cualidades de lo
esférico, las versiones de un núcleo originario son infinitas.
La
instalación de Lena propone una maqueta personal de esa intemperie originaria
habitada por esos primeros ritmos pero también una sinuosa versión de la
creación, un desplazamiento hacía los márgenes humanos. Así el pequeño sistema
de Lena orquesta su propia música artesanal.
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