sábado, 10 de septiembre de 2016

Visiones pre-existentes


 Visiones pre-existentes

He llegado a la conclusión de que lo que sostiene mi “yo”
es mi voluntad de ser yo mismo. No sé quien soy pero sufro
cuando me deforman, eso es todo.
Witold Gombrowicz


        Mateo Argüello Pitt trabaja la materia. Modela, inventa, dibuja y pinta cada una de las piezas que componen el laberinto de su obra. Siente, según explica, que fuera de la ciudad encontró un lugar para labrar las conexiones entre su espíritu y las cosas. El taller es la morada flotante que lo une a entidades inasibles y volátiles o donde convierte los objetos triviales en talismanes. Las sillas, las camas, las casas y los árboles, tristes como un cerezo en la nieve, forman partituras misteriosas sobre fondos cargados de tiempo. El tiempo del gesto raspando y repitiendo el arte de lo imposible y lo real ¿Porqué no es acaso el pintor quién evoca la espontaneidad de un mundo natural perdido? Según Jean Dubuffet no podemos liberarnos completamente de los condicionamientos de la cultura, pero si advertir que detrás de la homogeneidad de las convenciones sociales se esconden diferentes niveles de existencia. El pintor, el artista, se aleja de la primera superficie, de la corteza del hábito y la costumbre para ingresar en la última y más primitiva estación de la libertad. Allí donde la realidad nunca está dada sino que se puede inventar y crear al ritmo de cada trazo.
       Mateo Argüello Pitt ejerce la voluntad de ser sí mismo, no una voluntad pura, sino la que manchada por el rasgo de su pasión opera en los límites de la ficción. Las imágenes del pintor configuran un pensamiento más allá de la lógica. Algo que podría ser traducido, si fantaseamos con nuevos mundos posibles, con palabras de Gastón Bachelard; en el fondo de la materia crece una vegetación oscura; en la noche de la materia florecen flores negras. Ya traen su terciopelo y la fórmula de su perfume.
Una epifanía que vislumbra la potencia de lo particular, la potencia de lo único y de aquello que dotado de misterio se abre a la visión. Frente a sus pinturas, paralizados en la soledad de lo que habla en silencio y nos desborda, advertimos que la materia ha invadido nuestro cuerpo. Que los rastros de una corporalidad previa, accionando sobre la tela, están frescos y palpitando como en el momento de su concepción primitiva e inocente. Será, quizás, como dice Maurice Merleau-Ponty que el arte no es jamás un artífico sino aquello que despierta en nuestra visión las potencias durmientes de un secreto preexistente.





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