Visiones
pre-existentes
He llegado a la
conclusión de que lo que sostiene mi “yo”
es mi voluntad de ser
yo mismo. No sé quien soy pero sufro
cuando me deforman, eso
es todo.
Witold
Gombrowicz
Mateo Argüello Pitt trabaja
la materia. Modela, inventa, dibuja y pinta cada una de las piezas que componen
el laberinto de su obra. Siente, según explica, que fuera de la ciudad encontró
un lugar para labrar las conexiones entre su espíritu y las cosas. El taller es
la morada flotante que lo une a entidades inasibles y volátiles o donde convierte
los objetos triviales en talismanes. Las sillas, las camas, las casas y los
árboles, tristes como un cerezo en la nieve, forman partituras misteriosas
sobre fondos cargados de tiempo. El tiempo del gesto raspando y repitiendo el
arte de lo imposible y lo real ¿Porqué no es acaso el pintor quién evoca la
espontaneidad de un mundo natural perdido? Según Jean Dubuffet no podemos
liberarnos completamente de los condicionamientos de la cultura, pero si
advertir que detrás de la homogeneidad de las convenciones sociales se esconden
diferentes niveles de existencia. El pintor, el artista, se aleja de la primera
superficie, de la corteza del hábito y la costumbre para ingresar en la última
y más primitiva estación de la libertad. Allí donde la realidad nunca está dada
sino que se puede inventar y crear al ritmo de cada trazo.
Mateo
Argüello Pitt ejerce la voluntad de ser sí mismo, no una voluntad pura,
sino la que manchada por el rasgo de su pasión opera en los límites de la
ficción. Las imágenes del pintor configuran un pensamiento más allá de la
lógica. Algo que podría ser traducido, si fantaseamos con nuevos mundos posibles,
con palabras de Gastón Bachelard; en el
fondo de la materia crece una vegetación oscura; en la noche de la materia
florecen flores negras. Ya traen su terciopelo y la fórmula de su perfume.
Una epifanía que vislumbra la
potencia de lo particular, la potencia de lo único y de aquello que dotado de
misterio se abre a la visión. Frente a sus pinturas, paralizados en la soledad
de lo que habla en silencio y nos desborda, advertimos que la materia ha
invadido nuestro cuerpo. Que los rastros de una corporalidad previa, accionando
sobre la tela, están frescos y palpitando como en el momento de su concepción
primitiva e inocente. Será, quizás, como dice Maurice Merleau-Ponty que el arte
no es jamás un artífico sino aquello que despierta en nuestra visión las potencias durmientes de un secreto
preexistente.
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