EL
POEMA SE ABRE
esa
es tu fuerza
Arturo Carrera
(escrito con un nictógrafo)
Hay una
edad de la infancia en la que los recuerdos son imágenes borrosas, diapositivas
gastadas, sombras. A los tres años las cosas pueden ser extrañas y sin
demasiadas referencias lingüísticas, sólo imágenes. Una de esas instantáneas
cotidianas se refiere a las siestas en las que mi madre y yo dormíamos. Ella
con su espalda enorme me parecía que jamás entraría en el plano de mi visión, yo
la miraba y desde esa perspectiva ella nunca lograría entrar en mí.
El cuerpo
de mi madre en esa época en la que la realidad, muy raras veces coincidía con
una historia o alguna referencia, era monumental. En ella se agotaba todo el
horizonte.
Lo que el
cuerpo materno representaba es lo que de niña no era, evidentemente, para ser
alguien singular, debía arrojarme a lo diverso y engendrarla yo a ella, como
antes lo hiciera al nacer de su carne. Mi única posibilidad era abrir la
visión, el plano carnal de la mirada para que el mundo se hiciera presente a mí
alrededor. Ese espacio vacío necesario y creador es lo que ahora puedo percibir
en las obras de Liliana Porter, sus personajes no son diminutos, es el espacio descomunal. La imagen
se abre y esa es su fuerza, empuja lo que engendra y es engendrado, para
invertir su orden establecido. En este sentido, toda infancia engendra.
Ese
universo que Porter desparrama, aglutina y organiza no sintoniza con la
melancolía de un paraíso perdido sino con la abertura sensorial de lo que
siempre se hace presente en el plano de la visión. Hay algo ahora que podríamos
deducir: la mirada es creada y creadora, conjuntamente, con las imágenes que nos
devuelve.
Sin embargo
lo vital que nunca puede reducirse a mera imagen por habitar todas las
hondonadas de los cuerpos necesita del vacío, aire, para ingresar en las fisuras
del espacio. La infancia, si fuera esa la heurística central de los designios
de Liliana Porter, es paralela al deseo, es reflejo de una posición en el reino
de los engranajes demiúrgicos donde la invención de sí misma funciona como una
grieta al mundo y la realidad. Sólo necesitamos un lugar vacío, una extensión
primaria para consolidar lo que somos.
Cada uno de
los personajes de Porter, entonces, de escala diminuta no lo es, desde esa
convención de tamaños y medidas logran que el espacio se vuelva esponjoso y
permeable, blando e infinito; conjeturan la abertura de lo poético como verdadera
posibilidad de engendrar y ser engendrados. Balbucean, también, situaciones
ficcionales, trampas al ojo, enredos, manchas, tejidos, una variedad
impertinente de manifestaciones materiales que logran darle vida a un
repertorio de formas y apariciones.
El espacio
es reformulado y alejado de una posibilidad a
priori, no venimos a la vida con las coordenadas certeras de un hábitat
natural, la mirada recorre esas inmediaciones para fundar y definir. El juego,
la asistencia lúdica a una racionalidad normativa, le gana la partida a las
regulaciones de sentido único. Crear es esa alegría indefinida que en el
espacio abierto equivale a la libertad.
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