sábado, 10 de septiembre de 2016

Toda infancia engendra



EL POEMA SE ABRE
esa es tu fuerza

Arturo Carrera
(escrito con un nictógrafo)

Hay una edad de la infancia en la que los recuerdos son imágenes borrosas, diapositivas gastadas, sombras. A los tres años las cosas pueden ser extrañas y sin demasiadas referencias lingüísticas, sólo imágenes. Una de esas instantáneas cotidianas se refiere a las siestas en las que mi madre y yo dormíamos. Ella con su espalda enorme me parecía que jamás entraría en el plano de mi visión, yo la miraba y desde esa perspectiva ella nunca lograría entrar en mí.
El cuerpo de mi madre en esa época en la que la realidad, muy raras veces coincidía con una historia o alguna referencia, era monumental. En ella se agotaba todo el horizonte.
Lo que el cuerpo materno representaba es lo que de niña no era, evidentemente, para ser alguien singular, debía arrojarme a lo diverso y engendrarla yo a ella, como antes lo hiciera al nacer de su carne. Mi única posibilidad era abrir la visión, el plano carnal de la mirada para que el mundo se hiciera presente a mí alrededor. Ese espacio vacío necesario y creador es lo que ahora puedo percibir en las obras de Liliana Porter, sus personajes no son diminutos, es el espacio descomunal. La imagen se abre y esa es su fuerza, empuja lo que engendra y es engendrado, para invertir su orden establecido. En este sentido, toda infancia engendra.
Ese universo que Porter desparrama, aglutina y organiza no sintoniza con la melancolía de un paraíso perdido sino con la abertura sensorial de lo que siempre se hace presente en el plano de la visión. Hay algo ahora que podríamos deducir: la mirada es creada y creadora, conjuntamente, con las imágenes que nos devuelve.
Sin embargo lo vital que nunca puede reducirse a mera imagen por habitar todas las hondonadas de los cuerpos necesita del vacío, aire, para ingresar en las fisuras del espacio. La infancia, si fuera esa la heurística central de los designios de Liliana Porter, es paralela al deseo, es reflejo de una posición en el reino de los engranajes demiúrgicos donde la invención de sí misma funciona como una grieta al mundo y la realidad. Sólo necesitamos un lugar vacío, una extensión primaria para consolidar lo que somos.
Cada uno de los personajes de Porter, entonces, de escala diminuta no lo es, desde esa convención de tamaños y medidas logran que el espacio se vuelva esponjoso y permeable, blando e infinito; conjeturan la abertura de lo poético como verdadera posibilidad de engendrar y ser engendrados. Balbucean, también, situaciones ficcionales, trampas al ojo, enredos, manchas, tejidos, una variedad impertinente de manifestaciones materiales que logran darle vida a un repertorio de formas y apariciones.         
El espacio es reformulado y alejado de una posibilidad a priori, no venimos a la vida con las coordenadas certeras de un hábitat natural, la mirada recorre esas inmediaciones para fundar y definir. El juego, la asistencia lúdica a una racionalidad normativa, le gana la partida a las regulaciones de sentido único. Crear es esa alegría indefinida que en el espacio abierto equivale a la libertad.

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