Los
libros de viaje son numerosos tanto en la historia de occidente como de
oriente, especialmente, preciados en aquellas épocas donde el mundo no era un
territorio conocido en su totalidad. Ese vacío de certezas científicas, muchas veces,
fue salvado con poderosas leyendas, cuentos o poemas que explicaban aquello que
los cálculos no podían. Desde presuntos elefantes gigantes que sostenían una
tierra plana y abismal hasta la idea de que la locura era una piedra en la
cabeza; una extensa variedad de mundos posibles nacieron, en diversas ocasiones,
en extraordinarios libros de viaje. La edad media, por ejemplo, nos legó un
impresionante cumulo de especulaciones alternativas a la ciencia abstracta
moderna, combinando alquimia y filosofía, religión y magia, fábulas y ciencia
fantástica. El resultado de esas imágenes propone un compendio insuperable de formas
y composiciones, que se convirtieron en la estrategia de comunicación más
poderosa de la época. Juan Martín Juares se encontró con un libro de la época “el
libro de las maravillas del mundo” de Juan de Mandevilla, contemporáneo de los
viajes de Marco Polo, que data, aproximadamente, del año 1000 D.C. El libro constituye una
referencia para los últimos dibujos del artista cordobés, pero también es la
afirmación creativa de que las imágenes proceden de una conciencia primitiva más
amplia que el limitado conocimiento individual.
Los dibujos de Juares muestran serpientes que se anudan a corazones o que
crecen de cuerpos mutilados, animales y hombres que se mezclan, cabezas desprendidas
de sus torsos y que vuelan, dragones y
sirenas, ojos que habitan zonas inciertas, y así un voluptuosos glosario de
símbolos extraños. Lo que inventa es un códice propio y alternativo a la razón positivista,
un mapa que le permita descubrir en su propia singularidad, símbolos dislocados
del tiempo y la cultura. De esta manera, mientras el artista dibuja, revuelve y
encuentra en la conciencia del mundo imágenes ocultas, muchas veces suplantadas
por diseños reduccionistas, cosas maravillosas aparecen, muchas que el lenguaje
no puede enunciar.
En “El
ritual de la serpiente” Aby Warburg, fundador de la historia de la cultura,
descubre una genealogía de la representación de la serpiente que se remonta a
los indios Pueblo; en cada ritual la presencia de esa imagen conectaba el mundo
de los hombres con el celestial de los dioses, para apaciguar el rayo de la
muerte, ese terror humano desde siempre. Con esa misma operación desorganizó la
armoniosa representación de “El nacimiento de Venus” de Sandro Botticelli,
descubriendo vientos y temblores de la Grecia arcaica, anunciados en los versos
de Homero. Con Juan Juares conversamos
acerca de esa coincidencia de época entre “El libro de las maravillas” y las
manifestaciones simbólicas de las culturas andinas, un fragmento de los poemas
de Ollantay lo muestra: ¡Eres piedra de
azufre, Rumi-Ñahui, piedra de la horrenda fatalidad! Naciste en la roca y, sin
embargo, tu voluntad se ablanda ahora. ¿Tenías los ojos vendados? ¿No pudiste
ver, en lo profundo del valle, que, como una poderosa serpiente, Ollantay se
escondía y acechaba? Todas las cosas empiezan a entretejerse, como en un
sueño donde el pasado y el presente se enamoran.
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