Un clima
misterioso recorre las pinturas; enigmáticos fotogramas de un mundo de agua y
cuerpos despojados, se despliega. Las imágenes anuncian la secuencia en el
tiempo de una historia que las atraviesa y así, una invocación murmurada, nos
recuerda a Bañistas de Paul Cézanne, Bañistas en Asnières de Georges Seurat, Las bañistas de Maurice de Vlaminck, Las grandes bañistas de Auguste Renoir, Bañistas de Pablo Picasso, para nombrar
algunas. Cada representación de bañistas refleja un sentido propio de esa
relación con la intemperie, de esa frecuencia del cuerpo con un exterior acuoso
y vasto, de la libertad sin fronteras entre la materia: tierra, aire, agua y el
reflejo asolado inundándolo todo. Sin embargo, las pinturas de Lucas Jawloski
no nos hablan de una naturaleza voluptuosa e inestable, del lánguido placer de
los cuerpos extendidos al sol, de las mareas barrocas y líquidas entre los
cabellos de jóvenes mujeres. Los Bañistas de Jawloski más bien interpelan
una interioridad sumergida, se retraen a un estado primario de desamparo en
esos pasadizos y cobertores artificiales de piletas, en un estar acompañado que
se enrarece por la cercanía de un otro desconocido o peligroso, por el vaivén
del reflejo en aguas turbias. El cine, se presenta como una influencia
primaria, esa capacidad para distinguir el instante del exabrupto existencial,
de la pregunta antes de ser formulada, de un retorno al instante donde la
mirada descubre un horizonte, lejano y potente. Los cuerpos de Jalowski responden
a un criterio de formas trazadas, anunciadas sobre la superficie como huellas
de seres esfumados o ya desaparecidos, un drama sutil y silencioso se agolpa en
la textura carnal de la propia pintura. La sensualidad es invadida por el velo
de la duda, la piel, la mirada, la temperatura, los olores responden a una realidad
autónoma y persistente, pero arrojado a la blanda templanza del agua, el
sujeto, duda. Duda de su límite evidente, de su contorno refulgente que lo
sostiene en su propio ser y finalmente de que el magnificente “todo” dirima una
batalla ferviente sobre el solitario “uno”. El terror incierto y latente de que
esa masa uniforme y callada, la materia creadora también sea, en su secreta
manifestación, destructora; devorando lentamente sin piedad a sus hijos como
Saturno en las fauces erráticas de la locura.
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