He volado bastante por el cielo y las épocas.
brazos están agotados. Las pocas plumas oscuras caen
yo también voy a caer.
Pascal Quignard
brazos están agotados. Las pocas plumas oscuras caen
yo también voy a caer.
Pascal Quignard
Las
imágenes van, acompasadas, hacía las palabras y las letras rotas, en el espacio
blanco de la hoja, hacía el límite punzante de la mirada; el recorrido es el zigzag
del pensamiento, ambulante y vagabundo, que acarrea entre los fósiles inciertos
de lo real, sentidos de aquí y allá. Escribe Raúl Antelo la perfomática de la constelación es algo que, sin duda, Foucault, como
antes de él, Walter Benjamin, toman de la poesía de Mallarmé, mencionamos estas
líneas para descubrir un método, imaginarlo en la evidencia de circuitos
posibles. Aquí, lo que dibuja escribe y lo que piensa se inscribe en el cuerpo,
la obra espera ser pensada por el azar, abrazada por el caos, inscribirse en lo
singular pero, al mismo tiempo, no erigir monumentos propios en el regocijo de
la identidad moderna. La escritura, entonces, se presenta como teoría desplazada
del lenguaje, la presencia misma en la carnalidad de la lengua, esa contundencia
que oscila entre la meditación de lo real y el movimiento del tiempo. Así Oulgrieec, un libro de José Pizarro, despliega
un método para alejarse, lentamente, de sus propios paradigmas. La
constelación, en un sentido mallarmeano, se mueve hacía el afuera de la letra, acercándose
al dibujo y luego del dibujo, a la piel (que es, lo que es, gracias a los nombres
que la acechan). La figura inaprensible del libro es lo abierto que pregunta,
desde la animalidad a la abstracción, desde el poema al artificio, en una morada
que siempre ronda al arte. Pizarro comprende que el método deviene obra y en
esos límites estelares hacía la luz del significado, el eco de su propia voz se
aleja para acercarse: líneas, pictogramas, planos de colores, geometrías,
sombras, marcas, alfabetos, fractales, estallidos, materia, sistema, repetición,
siluetas, se trasladan.
Oulgrieec es un experimento lingüístico en la extensión de una temporalidad
programática. Un artefacto que, en la declaración de su autonomía, elabora la
encrucijada de la carnalidad, piensa en ella. Pizarro se pregunta en la
geografía de sus meditaciones ¿Podrá un proceso encajar en la posición justa del
ideal poético? Se pregunta por el azar y esa escritura que se escribe más
allá del autor. Se pregunta por el silencio, el vacío y la oscuridad que teje
toda visión: la máquina escritural del sentido que se cierra, siempre, provisoriamente.
Así, el método nace una y otra vez, pero con la frescura del instante y sí el
dibujo logra atrapar los destellos que florecen en las órbitas impávidas frente
a lo real, esa máquina tiembla: en el temblor el deseo piensa.
Al problema
kantiano de la abstracción Maurice Merleau Ponty respondió de diversas maneras
y en numerosos textos, pero en “El ojo y el Espíritu” dice: Basta ver una cosa para saber unirme a ella
y alcanzarla, aunque no sepa como se hace en la máquina nerviosa. Mi cuerpo móvil
cuenta el mundo visible, forma parte de él, y por eso puedo dirigirlo en lo visible.
Pizarro en Oulgrieec, en los tres
primeros dibujos, despliega un sistema visual, una huella de hojas secas,
amarillas nervaduras de otoño que se acomodan al espacio, en los márgenes de un
trazo circular y a medida que el libro avanza, las formas de las hojas se
pierden en su apariencia. Sin embargo, el vasto territorio de reflexión, esa
filosofía del dibujo que madura en la línea, recuerda ese origen perceptivo,
tensionando las versiones artificiales del mundo. Lo que el autor de Oulgrieec nos advierte es que, el mundo es
“nuestro mundo” en la medida que un reduccionismo calculado y egoísta opere
inflexible. A la eficacia excesiva del poema o el dibujo debemos agregarle la
herida que no sutura, que sangra por el error irremediable de existir ajenos al
mundo, en “nuestro mundo”. Pizarro recurre a Novalis, yo ahora a otro romántico,
a Friedrich Hölderlin que en "Poemas de la locura” susurró: La princesa de Homburg le ha regalado un piano. Le ha cortado las
cuerdas, pero no todas, de tal manera que muchas de las teclas suenan todavía y
sobre ellas improvisa. Me gustaría ir junto a él; esta locura me parece tan
grande, tan dulce…Entonces, introducimos la última estrategia del método:
la improvisación, ese movimiento inesperado que recurre al ritmo, filamentos del
poema en la lengua que sangra o habla, según el brillo de las figuras, en el lenguaje y en el
dibujo, una y otra vez.
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