lunes, 2 de diciembre de 2019

La imagen en la abertura



Un recorrido por la obra de Alejandra Espinosa nos permite advertir un mundo propio que se entreteje. Las coordenadas materiales que lo pueblan sostienen y afirman un lenguaje único como las raíces enredadas en la profunda tierra resisten las diáfanas ramas de los árboles. Cada una de sus obras parece obedecer a un plan mayor, una página de un libro infinito, un código de símbolos inciertos y profusos donde la visión se expande y ablanda. Todo indica que las combinaciones arriesgadas que operan en la cartografía de su obra se vinculan a una profecía incierta, un rito ancestral, un añorado estado de cosas donde diferentes realidades puedan mezclarse o ensamblarse. Alejandra pareciera decirnos que, antes que nada, en primer lugar, en el mundo hubo imágenes, adefesios, venus, huellas, líneas. El mundo en su origen, en su más remoto desconocimiento de su destino actual, de su configuración tecnológica y minimalista, estaba provisto de artefactos rituales: prendedores de símbolos, cascabeles de lunas, sonajeros de pubis, collares de mandrágoras. Lo femenino es una constante poética y un panteísmo profético. Toda primera imagen, primera ofrenda, pro
viene de esa fuente femenina que propicia los nacimientos y los ciclos, la creación y el deseo, la violencia y el orden de los días. En sus dibujos se traman diversas confrontaciones dualistas, las luchas de antagónicos y es, en esa coyuntura de batalla, donde la imagen se vuelve sólida y personal. En las esculturas o textiles se materializa, ofrece diversas caras, múltiples estados de lo sagrado, pero ya profanado. Profanado por la rebelión de la presencia, por las astillas incandescentes de la sustancia, por el desliz de lo celestial a lo terrenal. Es decir, en la obra, en su materialidad mestiza e impura, lo bajo asciende y lo alto desciende, de lo dionisíaco a los apolíneo, en la ferviente insistencia del devenir que engendra. Dice Georges Bataille: Quien se empeña en ignorar o desestimar el éxtasis es un ser incompleto cuyo pensamiento se reduce al análisis. El pensamiento que no tiene como objeto un fragmento muerto existe interiormente igual modo que las llamas. Alejandra encarna ese pensamiento que no puede desprenderse de la carnalidad, que arrastra las cosas y la piel, las flores y los ojos, a los límites barrosos y alocados del éxtasis. Ese estado indescriptible donde el mundo se nubla e ilumina, al mismo tiempo. Un mundo que se vuelve pequeño y frágil, enorme y fuerte, mariposa o jabalí, anidando de una vez y para siempre en el laberinto que recorre la mente hasta el corazón, ideas en estado de palpitación.  






No hay comentarios:

Publicar un comentario