Un recorrido por la obra de Alejandra Espinosa nos
permite advertir un mundo propio que se entreteje. Las coordenadas materiales
que lo pueblan sostienen y afirman un lenguaje único como las raíces enredadas
en la profunda tierra resisten las diáfanas ramas de los árboles. Cada una de
sus obras parece obedecer a un plan mayor, una página de un libro infinito, un
código de símbolos inciertos y profusos donde la visión se expande y ablanda. Todo
indica que las combinaciones arriesgadas que operan en la cartografía de su
obra se vinculan a una profecía incierta, un rito ancestral, un añorado estado
de cosas donde diferentes realidades puedan mezclarse o ensamblarse. Alejandra
pareciera decirnos que, antes que nada, en primer lugar, en el mundo hubo
imágenes, adefesios, venus, huellas, líneas. El mundo en su origen, en su más
remoto desconocimiento de su destino actual, de su configuración tecnológica y
minimalista, estaba provisto de artefactos rituales: prendedores de símbolos,
cascabeles de lunas, sonajeros de pubis, collares de mandrágoras. Lo femenino
es una constante poética y un panteísmo profético. Toda primera imagen, primera
ofrenda, pro
viene de esa fuente femenina que propicia los nacimientos y los
ciclos, la creación y el deseo, la violencia y el orden de los días. En sus
dibujos se traman diversas confrontaciones dualistas, las luchas de antagónicos
y es, en esa coyuntura de batalla, donde la imagen se vuelve sólida y personal.
En las esculturas o textiles se materializa, ofrece diversas caras, múltiples
estados de lo sagrado, pero ya profanado. Profanado por la rebelión de la
presencia, por las astillas incandescentes de la sustancia, por el desliz de lo
celestial a lo terrenal. Es decir, en la obra, en su materialidad mestiza e impura,
lo bajo asciende y lo alto desciende, de lo dionisíaco a los apolíneo, en la
ferviente insistencia del devenir que engendra. Dice Georges Bataille: Quien se empeña en ignorar o desestimar el
éxtasis es un ser incompleto cuyo pensamiento se reduce al análisis. El pensamiento que no tiene como objeto un
fragmento muerto existe interiormente igual modo que las llamas. Alejandra
encarna ese pensamiento que no puede desprenderse de la carnalidad, que
arrastra las cosas y la piel, las flores y los ojos, a los límites barrosos y
alocados del éxtasis. Ese estado indescriptible donde el mundo se nubla e
ilumina, al mismo tiempo. Un mundo que se vuelve pequeño y frágil, enorme y
fuerte, mariposa o jabalí, anidando de una vez y para siempre en el laberinto
que recorre la mente hasta el corazón, ideas en estado de palpitación.
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