lunes, 2 de diciembre de 2019

Plagas indecentes



Los cuentos de hadas, por ejemplo, los muy conocidos de los Hermanos Grimm, personifican estados cósmicos y meteorológicos. Lo que vemos o leemos no es simplemente una bella dama inocente o una desenfadada bruja malvada, son representaciones del cosmos, fulgurados y cíclicos estados que algún humano encarna. Druidas, pigmeos, duendes y niños que siempre hablan y se relacionan con animales, estrellas o árboles sin inconveniente como sí entre ellos y el habla, el conocimiento en general, no hubiese impedimentos. La obra de Sofía Torres Kosiba presenta una teatralización, en diversos lenguajes plásticos, en diversos soportes, pero siempre con una constante, una lírica de lo extravagante. En esta ocasión, corneja, lirón, rata y loba son el disfraz que Sofía elige para transportarse por diversas eventualidades, en esa dramaturgia de lo fantástico. Cada animal es un disfraz para pasar desapercibida en diferentes comarcas de seres extraños, donde poderes de ordenes magníficos son ofrendados. Su repertorio de personajes responde a esa morfología de lo mágico, a ciertas confrontaciones íntimas con lo dado, tal cual lo aceptamos regularmente. La obra de Sofía quizás no sea estrictamente arte, es decir un diagrama que se adapta al vaivén de los conceptos o a su evolución y tendencias, más bien, es una estrategia secreta. Esas mismas estrategias que adopta una aventurada niña, por ejemplo, cuando decide seguir por un túnel subterráneo a un conejo blanco hasta las regiones rojas de una reina de corazones. Por otra parte, el animalario que se presenta responde a connotaciones oscuras, en diversas mitologías se menciona a la rata y a los lobos como emisarios del mal o el demonio, sobrevivientes del fuego del infierno, por su parte, la corneja ostenta un plumaje renegrido como la noche y el lirón en el largo invierno esconde en la oscuridad subterránea su pequeño cuerpo.  En esos cuerpos Sofía habita, enamorada de sus corazas imperfectas, animales menores de la zoología especializada, renegados, parias, sedientos de nocturnos paramos, del oro rabioso de las penumbras. Enamorada como Marosa Di Giorgio de una fauna salvaje e indomable, extasiada de aromas y sonidos, que anuncia Miró por la ventana, a la noche negra, con un extraño rubí en la punta de la noche, no era una farola ni estrella, era una representación, que se mostraba así. Era una bocina sexual, roja al extremo, una cosa de pétalo, cocida a punto caramelo, a fuego de almíbar de hiena, como sí viera en su torre indómita y lejana, bajo la luna marchita, a Sofía extender sus suaves plumas.



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