lunes, 2 de diciembre de 2019

El tibio eros de lo artificial



Diversas situaciones o elecciones pueden desencadenar un proceso de transformación, desde las pequeñas turbaciones de nuestras moléculas, día tras día, hasta las condiciones biológicas de las especies, era tras era. Las sugestivas esculturas de Luciana Bertoloni parecen acontecer en un tramo alquímico que nadie registró, en un limbo de extravagancias sutiles que la retina y la mente, dudan en catalogar. Esfinges femeninas o masculinas, conejas y conejos, gatas y gatos pequeños y ariscos que ostentan carnes entre ramas verdes, objetos, tierra o flores. Engendros de topografías inverosímiles guarecidos en la materia fría del vidrio, esa que alguna vez les dio origen. Así, solitarias y ambiguas, las extrañas criaturas viven su vida andrógina componiendo para nosotros un mundo diferente, un entramado de posibilidades en la potencia de una visión soñada y volátil. Cierta evidencia se advierte en ese tiempo de lujuria delicada, introspectiva, en ese erotismo indecoroso de una anomalía clandestina. Las esculturas, ostentan el impropio deseo de acceder a la vida, como sí cada una de ellas fuera en un espejo hipotético, donde cada uno de nosotros nos reflejamos intactos. Los seres, mitad humano, mitad animal, una mezcla poderosa de eslabones inconexos en los anales de la ciencia, son experimentos, prototipos para aumentar la realidad a sus fronteras de hechizo. Luciana nos presenta una enciclopedia erótica y frágil donde se divisa una variedad discreta de morfologías extendidas a un cuerpo real, en su condición anatómica. Nos muestra que extravagancias pueden adosarse o sumarse a un cuerpo, pero más interesante aún, señala como en ese mismo proceso de mutación un cuerpo puede perder algo de sí. Este es el punto donde el mundo se abre y ensancha, se derrite como un glaciar majestuoso bajo la luz solar. El punto, donde la pérdida de ser quien uno es se convierte en bonanza y presagio; abandono de las líneas fijas del rostro, abandono del designio significante que opera en las coordenadas de lo humano, alteración de la mirada, desmontajes rituales seduciendo las curvas suaves y ondulantes de esos cíborg alucinados. Jorge Barón Biza escribió: Con perspectiva, solo hay copia de la naturaleza; solo la falta de escala permite la mezcla de carnes, la expresión de la irracionalidad de cada ser, que así, por ausencia de normas, se convierte en carne disponible. Luciana no representa o replica la pérdida en el ocaso actual de la comunicación y de la historia, más bien, se desprende poéticamente de la noción cerrada e intransferible de humano y así nos conduce a un destino anómalo y feliz, sin más.          





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