lunes, 2 de diciembre de 2019

El despliegue de lo interior



Las formas son coloridas, los cromatismos se nutren de los pliegues de la materia, todo lo que Sara Fernández hace y nos muestra, lo que ella nos devela, es complejo. Máscaras de una fiesta antigua, resabios de otra época que se abren paso hacía el presente anticipan, en el circulo del tiempo, un indiscreto retorno. Son dioses, figuras desquiciadas del plano real, guerreros sin nombre, guardianes del misterio y del olvido. Las reminiscencias son claras, una chispa precolombina, un rumor del norte, se enciende en su obra. El tiempo del ritual late confundiendo vientos de todas partes; tierra que se mezcla y modela naturalezas nuevas y artificiales. Reconocemos esa referencia, la descubrimos en un abrir y cerrar de ojos, en la inquietante  reconstrucción de un mundo destruido y violentado. Sin embargo, Sara establece conexiones singulares, la textura de sus esculturas, blandas o arcillosas, se bifurcan entre el adentro y el afuera, reductos de carne, erupciones de una geografía visceral, labios y vaginas donde la serpiente originaria se plasma y nace, otra vez. Hojas, escamas, ojos, cuernos, colmillos, flores, componen el catalogo de abigarradas presencias donde tiempos y espacios diversos se aproximan y se abrazan. La obra de Sara, entonces, es una acción expansiva, como sí nos mostrara el reverso oculto de su interior, no el mundo andino catalogado por el etnólogo o el antropólogo, sino la carne plegada que debajo de su piel es memoria y quiasma. No es un imaginario de postal, las ruinas del turismo, el culto pagano en la visión académica, en Sara es otra cosa, más rara y única. Es alegría voluptuosa que alimenta su alma, ebriedad de chicha ardiente, consumida en sueños y en la turba desenfrenada del deseo. El tiempo ancestral habita la carne, los dientes, el pelo y el globo ocular, nos marca, más allá, de los que vemos porque habita el adentro perplejo. Escribe una maravillosa poeta y tejedora boliviana Elvira Espejo Aylca: Estrella que brilla / estarás brillando / y mientras la gente / estará peleando / flor de la manzana / y mientras el tiempo / estará pasando. El curso de un río claro, las colinas cercadas de víboras, el cactus que imita animales, los pájaros modelando su nido, todo ignora lo humano, todo acaece y vibra sin su intervención, inclusive, se fortalece con su ausencia. Aunque robemos a los dioses sus geografías escarpadas y rocosas, las voces que claman la luna y sus ciclos enredados a estrellas o el inevitable temblor de morir en estas tierras, en el invierno las hojas volverán a caer, insistente en su simple crepitar y en primavera las flores olerán, insistentes en su simple florecer, y así, sucesivamente, lo que labra ondulará las entrañas de quien se conmueva por estar, insistente en su simple, estar.



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