lunes, 2 de diciembre de 2019

En el final, un rayo



En dos manifestaciones del espacio despliega Marcela Argañaraz la relación de los cuerpos en el momento del abrazo o del encuentro. El primero, acontece en un damero con dibujos, como heridas sobre la arcilla plana, en tonos tierras y grises. Allí, las imágenes ostentan la voluptuosidad danzando, la disposición de la cercanía entre esas anatomías desnudas. Por momentos, las suntuosas siluetas se pierden con el fondo, se esconden o escabullen en los planos de cerámica, también se desdibujan en tramos de piernas y brazos, cabezas y caderas y donde había cuerpos ahora hay redes o laberintos, nuevas figuras. Las siluetas solitarias son más claras, se coronan en el plano, soberanas en los límites de su cuadro. Sin embargo, todas las corporalidades son blandas, las líneas se abren en algunos sitios donde la forma debía cerrarse, también fragmentos de hombres o mujeres aparecen en la superficie. En esos dibujos todo surge desnudo, lo que hay se muestra de manera despreocupada y natural, con la misma seguridad con la que la mano plasmó esas huellas. Cada mosaico rememora un dibujo más amplio, como sí lo que vemos representara sólo la porción de una arquitectura enorme e inabordable. La segunda expresión es la que nos remite a esos cuerpos confundidos entre sí, abrazados o violentados, eso no nos queda demasiado claro y se debe al encubrimiento material que les fue asignado. Las esculturas ahora, indiscutiblemente, tridimensionales, de tonalidades marmóreas, están cubiertas o sugeridas por los pliegues de la materia. Se insinúa una escena, se invita a espiar entre esos rostros prácticamente inexpresivos, en esas rugosidades de materia, un poco opaca, un poco brillante. Entre un grupo de obras y otro, concebidos como dos caras de una misma moneda, nos atraviesan los temblores de esos cuerpos como un rayo. Entre la caricia y la fricción, entre deseo y el terror se edifica esa confusión, donde los recursos metafóricos de Marcela establecen como tensión. Escribe en un precioso poema Adela Biagioni: Quisiera decir la pasión / aterradora del universo en la noche / un ardiente abrazo que abandona. De la misma manera, los abrazos de Marcela, los más frágiles y los más eufóricos, se edifican en la ráfaga inevitable de su inminente desaparición, como sí la fuerza que resiste en algunos gestos y músculos se congelara deteniendo el momento anterior al desenlace: la separación y olvido. Adivinamos, entonces, que cada escena es un momento diferente de un final que nunca llega, que se evita o espanta, que ordena los cuerpos frágiles en la soledad del mundo, en la soledad que se cuela por mínimas hendiduras del cuerpo, blando y desierto.  



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