lunes, 2 de diciembre de 2019

La pintura, una abertura táctil



Soledad Videla propone un montaje con pinturas que invocan retazos de telas, manteles, empapelados y otras grafías referentes al orden de lo doméstico y de lo íntimo. Son, cada una de ellas, presencias reiteradas que invaden, inevitablemente, todos los hogares. Muchas rememoran la infancia, juegan entre pliegues antiguos adosados a la memoria. Otras pinturas, sin embargo, claman la actualidad de la percepción, nuestra experiencia inmediata con las cosas del mundo. En ese vaivén, de tiempos y espacios, la mirada busca continuar con cada   estampa, extenderse en ellas hacía su referencia, no juzgar la identidad entre lo real y su copia, sino restaurar esos fragmentos con el género textil que le dio origen. Invocamos, con ojos perplejos, el flujo continuo de lo visto para sumergirnos en él, en esa gran ola multiforme y estridente. Soledad dispone y construye una trama infinita de los modos de ser donde la pintura medita y los pensamientos recorren el
cuerpo como escalofríos. A medida que el patrón se desarrolla se configura en cada cuadro, en cada tramo del programa pictórico, una experiencia del abandono de sí. Puede sonar extraño o inverosímil, pero esas pinturas metódicas e insistentes son el revés de una alegría existencial, de un festín silencioso sobre la pintura misma. Soledad nos trae de ese viaje a la nada, de esa perdición en la ausencia, de esa deliciosa estadía en un mundo sin convenciones, un suntuoso tesoro de texturas, un majestuoso muestrario de lo real. Lo domestico ingresa en la pintura que se abre como flor de pétalos y viento en la primavera serrana, lo recibe generosa en esa fisura de formas y texturas capaz de inventarlo todo. La pintura ostenta su grieta sangrante, su herida en lo táctil, su sustancia inscripta en lo perceptivo. Es decir, una superposición entre lo existente y lo posible en ese flujo constante de nuestras vivencias visuales, en la suma aleatoria de todo lo que hay. Escribe iluminado Walter Bejamin: Sentir el aura de una cosa es otorgarle el poder de alzar los ojos, y añade, esta es una de las fuentes mismas de la poesía. La belleza de la obra de Soledad susurra esas mismas ecuaciones, repone con su trazo y esfumados, con planos y cuadrículas y muchos ornamentos más, la mirada en la pintura, la emplaza allí permitiéndole alzar los ojos. Todo ahora accede a lo visible y en la medida en que miramos somos vistos, en las huellas de los gestos, en la templanza del deseo en la pintura, en la habilidosa apariencia de las cosas que se confunde entre nosotros, habitándonos.








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