-Usted
es mago.
-No,
yo soy el conejo.
Alberto
Greco
Según antiguas
consideraciones de la alquimia todos los alfabetos derivan de una escritura
originaria, cada tabla combinatoria de signos ostenta una posibilidad infinita
que, en algún momento de sus derivas azarosas, coincidiría con esos caracteres ancestrales.
Otro suceso, en el mismo sentido, indica que toda escritura es una evolución de
una matriz generadora de esa primera grafía y que, la progresiva mutación a
algún estado actual, no borró las huellas fantasmales de aquel origen. Es
decir, que al escribir nuestras caligrafías materiales superponen en el
lenguaje tiempos múltiples, variedad de creencias, calendarios agrícolas y
lunares, mapas de barrocas constelaciones, dioses del maíz o la caza. Una
arquitectura de mixturas que permite la aparición de tiempos y espacios
encriptados en los signos. Así, ciertas acciones o programas de búsqueda
acontecen bajo la forma heurística de lo que toda combinación es posible,
participando indefectiblemente de las lógicas del juego o el juego como lógica
de lo infinito. Una regla determinada y fielmente acatada es la fórmula
perfecta para que las figuras lúdicas multipliquen su
caudal aleatorio. Allí, variación y persistencia sobreviven en el tejido de las
operaciones permitidas, ampliando cada vez más el límite de lo imaginable. La
obra de Susana Gamarra “Bosque” se asocia, o reivindica, esas tradiciones herméticas,
lúdicas, secretas, donde el arte se confunde con la magia y la magia con las
geometrías generativas para componer de modo singular una trama caleidoscópica,
entre las luces y sombras del conocimiento. Un intercambio de métodos y
recorridos que suponen el crecimiento de los árboles multiplicándose en el
corazón del bosque, hacía el claro del cielo y las raíces ocultas en la tierra.
Las figuras develadas muestran las funciones reales de una combinatoria en el
dominio de los naipes: anverso y reverso de su imagen. Trébol y pica de color
negro, corazón y diamante en rojo, son las inscripciones fundantes del juego donde
se inicia un recorrido que no necesariamente es progresivo. La experiencia de
la obra, según la artista, no termina aún y quizás nunca acabe; todas sus búsquedas
esquivan la culminación o cierre de la escena lúdica y lo que se abre es el
diagrama invisible de la tirada de naipes como un estrepitoso golpe de dados.
El bosque es un
rizoma o una versión más compleja de la noción botánica que Deleuze y Guattari
acuñaron para dar al pensamiento una multiplicidad de filamentos. Un modelo que
se deslumbra y enreda con la actividad creativa de la naturaleza, para
desplazar la rudimentaria retícula cartesiana. “Bosque” de Susana Gamarra se
extiende como un tablero que propone cuatro direcciones: 1) Pintura del reverso
de un naipe que, apoyado sobre la pared, esconde un dibujo de reyes; 2) Copa de
vidrio con líquido negro donde se ha desteñido un papel de magia; 3) Pliegues
geométricos, collages con fragmentos de cartas que muestran una gran variedad
de caligrafías y 4) Vestigios de un video donde la artista ensaya sus
conocimientos de magia, adquiridos en una escuela de Buenos Aires.
En las derivas del
juego el vínculo con la magia aparece, los naipes son el elemento de trabajo
del nigromante y en ellos Gamarra se sumerge para explorar sentidos latentes,
en el derrotero inagotable de la baraja. El primer camino, el del reverso, promete
esas visiones extrañas que colmaron las aventuras de Alicia al país de las
maravillas, la curiosidad del niño y del artista por aquella realidad que se
esconde al otro lado de la lógica formal. El segundo sendero, es hacía la copa con
los restos flotantes del papel de magia, por un lado, la transformación de la
materia, por otro, el cáliz sagrado que ofrece a quien lo descubra las verdades
de la hidromancia. En la tercera dirección, encontramos las combinaciones y
variables graficas del collage, irrumpiendo en la linealidad o contorno de la
imagen hasta convertirse en signos de un nuevo lenguaje. Por último, la escuela
de magia, el estudio del origen de todo procedimiento y toda práctica
irracional, basada en la espectacularidad de la sorpresa y la inutilidad, un
terreno donde magia y arte logran igualarse. En “Tesoros Secretos” Roger
Callois: Como los objetos místicos, el
tesoro deriva su valor del hecho de no ser conocido. El niño toma precauciones
infinitas para levantar el papel pintado, cavar el estuco de la pared y guardar
allí el depósito prodigioso, y volver a pegar en la mejor forma posible el
tapiz sabiamente roto en la forma más aparentemente fortuita o cuidadosamente
cortada siguiendo el contorno de los dibujos. De la misma manera, Susana
Gamarra se aferra al voluptuoso crecimiento de “Bosque” donde algunas veces se pierde
y otras se encuentra, descifrando mensajes de antiguos oráculos, moviendo las
piezas de un juego interminable.
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