I. La revolución del tiempo pequeño
Tengo a mano dos hermosos libros
infantiles, dedicados a los niños pero también a los adultos, diríamos que
dirigidos a la infancia, más allá de la edad, pensados para un estilo de lector
fronterizo que descubre en el lenguaje una nueva y renovada versión de sí mismo
en el tiempo y el espacio. Uno de los libros en cuestión es “Leche del sueño”[1] de
Leonora Carrington, el otro “Cuentos para niños no tan buenos”[2] de
Jaques Prévert. Ambos libros acompañan los textos con dibujos, extrañas ilustraciones
realizadas con herramientas plásticas particulares y precisas: líneas, manchas
y colores de algunos grafitos eufóricos. Los trazos surrealistas de “Leche del
sueño” de Carrington fueron realizados por ella misma, la autora inglesa
radicada en México, además de escritora fue una gran pintora. Los impresos, con
los cuentos de Prévert, son de Elsa Henríquez
y transmiten el mismo clima que los textos, entre palabra e imagen funcionan
como unidad. Cada uno de ellos independientemente de su género o categoría
específica disponen entre sus páginas una idea de arte, una dirección estética
hacía la ruptura de estereotipos pero principalmente una filosofía de la
infancia, una cosmovisión que podríamos llamar filosofía de la miniatura o de
una infancia anti-diseño.
Como es sabido, para la mayoría presente
aquí, las vanguardias artísticas de principio de Siglo XX experimentaron con
formas creativas novedosas para su época, pero sus descubrimientos artísticos no
implicaban progreso, en el mismo sentido en el que pensamos los avances tecnológicos
o científicos. Las comunidades o escuelas artísticas involucradas, más bien,
operaban evitando la continuidad teleológica, el destino final de la historia y
la irrevocable finitud de cuerpos y mentes en las borrascosas fauces del tiempo.
Tanto surrealistas como dadaístas, para citar los grupos a los que se afiliaron
Carrington y Prévert, convirtieron el arte, el juego y el sueño en un método
capaz de transformar el devenir de lo lineal en un delicado artilugio de lo
circular, una especie de espiral mágico por donde nos invitan a pasear. Giorgio
Agamben escribe en “Infancia e historia” algo hermoso y revelador, “La tarea
original de una auténtica revolución ya no es simplemente cambiar el mundo,
sino también y sobre todo cambiar el tiempo.” Pensar una infancia en movimiento,
cíclica y remota, en vaivén y onírica, fronteriza y extranjera es de alguna
manera revolucionar el estadio estanco de lo temporal; a eso ayudan algunos
libros, a devenir y olvidar en el mismo instante. “Leche del sueño” opera en
sintonía con otros libros de Carrington por ejemplo “La puerta de piedra” donde
mantras y recuerdos reiterados, generan puentes entre realidades diferentes o en
“La Campanilla Acústica” donde el espacio del mundo, el escenario geográfico,
coincide premonitoriamente con el delirio y los sueños. Dichas obras
desarrollan una característica particular y consiste en la maravillosa
capacidad para construir una lógica de la fantasía, un esqueleto causal en el
entramado del texto surreal. En este sentido, una manera original de trastocar
el tiempo lineal consiste en la construcción de un edificio de imágenes
complejas donde los real e irreal se implican. Por su parte, Prévert configura
una manera más gráfica, específicamente, en “Cuentos para niños no tan buenos”
el modelo se presenta como una alternativa al lenguaje humano o un pre-lenguaje
que se incorpora en el cuento como escenas y voces de diferentes animales,
epifanías de un mundo imposible pero que nos irradia. Agamben también dice que:
“Los animales no entran en la lengua: están desde siempre en ella. El hombre,
en cambio, en tanto que tiene una infancia, en tanto que no es hablante desde
siempre escinde esa lengua una y se sitúa como aquel que, para hablar, debe
constituirse como sujeto del lenguaje, debe decir yo.”[3] Podríamos
pensar que el viaje infante en el tiempo abre lo humano como dado, como destino, continuidad y fin; la pequeña
revolución nos lleva a lo anterior de la primer palabra, a un horizonte profano
en el gran balbuceo humano.
2.
El método y la imagen
Jacques Prevert fue amigo de
aventuras de Marcel Duchamp y Raymond Queneau, a su vez Duchamp fue amigo de
Marx Ernst pintor e inventor del collage, pareja de Leonora, entre todos ellos
fueron un gran tejido de ideas y juegos, a los que también se sumaron Joan
Miró, André Bretón, Salvador Dalí o Pablo Picasso. Hay una imagen muy sugestiva
y es una exposición surrealista curada por Duchamp. Es una muestra colectiva
del grupo surrealista en 1942, la exposición tiene paneles blancos donde fueron
colgados los cuadros de manera tradicional pero luego Duchamp transformó el
espacio con muchos hilos que lo atravesaron, generando una gran tela de araña.
El cadáver exquisito, es otro motivador de la creatividad poética surrealista,
frases ocultas que al final forman un sólo texto y técnicas como el collage o
el frottage que proponían osados montajes para develar diferentes realidades.
Esas experiencias visuales están implicadas en el mundo infantil sin más,
provienen de allí, están inspiradas en las ocurrencias lúdicas de los niños, en
contraposición con la racionalidad heredada del mundo clásico o del arte
académico.
Duchamp también construyó un museo
portátil, una valija desplegable donde había replica en miniatura de todas sus
obras, excepto una que siempre era original, en cada una de las 200 ediciones
del museo portátil. La escala de la arquitectura permite pensar más en un libro
para niños que en una colosal construcción; anticipándose a los ingeniosos
diseños contemporáneos Duchamp creó un álbum con sus obras, para verlas a todas
en un mismo contenedor y a la vez que puedan ser trasladadas, para desplegarlas
a la sombra de un árbol o a la orilla de una fuente. Citando nuevamente a Agamben
agrego una idea acorde, él dice sobre la miniatura refiriéndose específicamente
a un pesebre que “a lo monumental de un mundo ya inmovilizado y congelado en
las leyes inflexibles de la heimarméné[4]
–que por ende no son tan diferentes de aquellas por las cuales nuestra época,
con horror jovial, se siente empujada y arrastrada en el “progreso”-, el
pesebre le contrapone la minucia de una historia, por así decir, en estado
naciente donde todo es astilla y jirón aislado, pero donde cada fracción es
inmediata e históricamente completa.”[5] Algo
así podríamos pensar del pequeño museo duchampiano, pero también de esos libros
infantiles que no poseen ni una palabra y que elaboran una historia en las antípodas
del devenir. De cada una de estas imágenes que implican un método narrativo,
donde lo real es captado en intervalos materiales se deriva una lectura, un recorrido
no lineal, estimulante y que abre o corta el lenguaje, para observar su
maravilloso corazón.
3.
La arquitectura de la razón y la filosofía anti-diseño
En “Poética de la ensoñación” Gastón
Bachelard escribe “Soñando en la infancia, volvemos a la cueva de las
ensoñaciones que nos han abierto el mundo. La ensoñación nos convierte en el
primer habitante del mundo de la soledad. Y habitamos como el niño, la imagen
prevalece sobre todo. Las experiencias sólo vienen después. Van a contraviento
de todas las ensoñaciones de vuelo. El niño ve mucho y bien. La ensoñación
hacia la infancia nos entrega a la belleza de las imágenes primeras”[6] Regreso
a “leche del sueño” de Carrington allí Juan pierde su cabeza cuando sus enormes
orejas salen volando y a Jorge le encanta comer la pared de su cuarto, Humberto
el bonito es íntimo amigo de un cocodrilo y el monstruo de Chihuahua se pasea
luciendo sus cuatro colas, Lolita Barriga persigue a los niños y quiere
obligarlos a comer carnitas podridas y en el cuento feo del té de manzanilla
una mujer que pasa caminando es orinada por un niño desde la alta ventana de su
cuarto. Los cuentos de Leonora apelan a un mundo que no dispone un catálogo de
reglas prestablecida, el mundo infantil es un mundo sin restricciones, con
límites difusos entre el bien y el mal, entre lo prohibido y lo permitido. Los
dibujos acompañan esa idea que lee entre líneas, con gran sentido del humor y sarcasmo.
Los dibujos de Leonora con lápices y tintas refuerzan ese concepto de un mundo
que se cierra en esos límites pero que se abre a la experiencia de un habla
extraña. Las ilustraciones son simples, expresan un pensamiento inmediato no
tienden a una belleza convencional, tampoco intentan ser agradables, ocupan el
espacio de una manera espontánea y casi desordenada, como anotaciones
impulsivas después de un sueño. “Leche del sueño” ofrece esa sensación
maravillosa y consiste en que palabras e
imágenes parecen realizadas en el mismo instante, concebidas con los líquidos
del sueño.
En “Cuentos para niños no tan buenos”
el título de cada cuento nos asoma a su
contenido “El avestruz”, “Escena de la vida de los antílopes”, “El dromedario
descontento”, “El elefante marino”, “La ópera de las jirafas”, “Caballo en una
isla”, “El joven león enjaulado” y “Los primeros burros”. Tienen todos ellos un
encantado satírico, inclusive algunos de ellos trágicos y crudos o
desprejuiciados con respecto a la mirada que Prévert modela de los hombres y la
cultura. Las ilustraciones realizadas por Elsa Hernández también responden a ese
criterio y se sitúan entre lo extraño y lo onírico, como algunas obsesiones,
como algunos deja vú o pesadillas.
Algunos cuentos infantiles no son
sólo un cuento, son algo que tratamos definir como imagen o cosmovisión. Su
arquitectura argumental desarma y anula la estructura racional, el diseño claro
y definido del proyecto cartesiano, la linealidad persistente en su criterio de
verdad. Por eso en algún sentido, contrario a la razón, toda literatura es
infantil, toda literatura es un proyecto de desarticulación de una racionalidad
operativa. Cuando intentamos desdibujar esa frontera, así como yo empecé mi
escrito, diciendo que los libros de Carrington y Prévert son para adultos o
para niños podemos concluir, como me gustaría hacerlo ahora, diciendo que todo
libro es para alguien que desconoce el tiempo, es decir, alguien que puede ser
una y otra cosa al mismo tiempo, adulto-niño, niño-adulto ¿no estoy modelando
acaso la percepción de mi hijos cuando leo estos cuentos y no otros, dibujando
en toda su dimensión el adulto que serán? ¿No es también una niña que no ha
dejado de existir esa que escucha ahora en mí?
Escribe en “Marx y la infancia” León Rozitchner “la fantasía hecha mitología se comporta como
una obra de arte: contiene de manera sensible, en tanto expresión consciente
ahora, eso que podría llamarse una concepción del mundo en una porción
expresiva sintética, material, extraída como parte de este mismo mundo, que la
expresa, y es esa capacidad de reproducir un efecto sensible imaginario la que
se prolonga en las obras de arte”[7] El
ir y venir entre arte y literatura infantil, para niños, literatura de la
miniatura, las causas y los efectos se desdibujan, como un laberinto entre el
cuerpo y la mente. Las vanguardias podrían ser pensadas como un juego de niños
o niños de un cuento, una escala del mundo que nos muestra lo conocido en su
versión más fractal y dispersa, en su dicción más misteriosa.
2018
No hay comentarios:
Publicar un comentario