el agua solo como
excusa o cauce para el entroncamiento
del tronco en el
ramaje, sutileza fluvial,
el fluir de la canoa por
el divertimento de las ramas…
Néstor Perlongher
El agua es esa materia que, congrega transparencia y
fluidez en la esencia líquida de su cuerpo inasible. Se escapa y se transforma,
nos constituye y se despliega al mundo en los laberintos de lo viviente. Es tan
extensa su incidencia vital, su clasificación en los ámbitos de lo simbólico y
material que, una idea de totalidad, se prendé al universo en vastas
referencias. Así, Gastón Bachelard discierne entre aguas claras, aguas primaverales, aguas corrientes, aguas estancadas,
aguas muertas, aguas dulces y saladas, aguas reflejantes, aguas de purificación,
aguas profundas, aguas tempestuosas. Todo se inscribe en ella, todo lo
devela y lo oculta, como una emisaria de las cosas que nacen y crecen.
Melanie Dealbera indaga en esas coordenadas fastuosas
de lo que fluye, su proyecto “Las formas del agua” es una investigación creativa
y alquímica en el amplio universo de lo impredecible. Ella genera acciones
concretas que se inician con la observación de lo acuoso en diferentes
circunstancias; en el río, una pileta o una bacha de cocina. Esas superficies líquidas
producen mapas, cartografías, senderos, una escritura extensa en un idioma propio.
Entonces, Dealbera traduce los indicios visibles a pinturas, dibujos y objetos que
muestran su descubrimiento, lo que en el movimiento es capaz de retener. La
estrategia metodológica, consiste en captar esas inscripciones sobre el agua a
través de calcos o fotografías para luego fijarlas en un soporte sólido, en algunas
ocasiones también produce o intensifica las figuraciones del agua arrojando
estaño caliente que, al solidificarse, devela sus huellas. En su “Diccionario
de Símbolos” Juan Eduardo Cirlot escribe:
El signo de la superficie, en forma de
línea ondulada de pequeñas crestas agudas, es en el lenguaje jeroglífico
egipcio la representación de las aguas. Es importante el vínculo de esos
jeroglíficos egipcios con los procedimientos contemporáneos de Dealbera porque advierte
que, en esas diversas formas observadas por la artista, se esconde el origen
mismo de la escritura y la representación. En las transcripciones del agua,
partiendo de las superficies visibles, se encuentran la escritura y el dibujo
unidos, como dos caras de la misma moneda. Cuando reparamos en el devenir del
pensamiento occidental, de la filosofía y la ciencia, llegamos a ese punto
donde el conocimiento se escinde de lo real para abstraer fórmulas que lo
enuncien. Las singularidades propiciadas por los diversos cambios de estados,
las pequeñas combinaciones fortuitas que la materia nos ofrece, el devenir
azaroso de lo que hay fue encapsulado en formulas encriptadas que ya no hablan
del mundo, tampoco de nuestra experiencia en él. Por el contrario, Dealbera en “Las
formas del agua” intensifica la observación para visualizar en la materia un
lenguaje que se abre, interpretando y escuchando lo que el agua escribe y
dibuja. Más adelante, Cirlot añade: Dentro
de su aparente carencia de forma, se distinguen, ya en culturas antiguas, las
“aguas superiores” de las “inferiores”. Las primeras corresponden a las posibilidades
aún virtuales de la creación, mientras las segundas conciernen a lo ya
determinado. Así, confirmamos que las acciones presentadas por la artista
modelan un saber antiguo que aparece en la práctica artística como método de
traducción y observación. En las aguas superiores y fluctuantes se encuentran
los rastros del lenguaje del agua, su habla insistente y audible, concedemos
esa escritura a la materia, es ella quien se inscribe potenciando su vitalidad
insuperable.
Es el agua quien hace
arte, es ella quien modula sus superficies creativas, la materia en su
posibilidad infinita de metamorfosearse crea y nos crea, es un acontecer que se
asoma y se esconde en su propio ciclo. Es el agua del útero y la lengua materna
que nos empuja al nacimiento y que permanece en nosotros actualizándose, como
escribe en “Metamorfosis” Emanuele Coccia: He
nacido. La materia de la que estoy hecho no tiene nada de puramente presente.
Transporto pasado ancestral y estoy destinado al futuro inimaginable. Soy un
tiempo heteróclito, inconciliable, no asignable a una época o a un momento. Soy
la reacción de los múltiples tiempos sobre la superficie de Gaia. Es el
agua del rocío que antiguos místicos y alquímicos recolectaban en el amanecer,
el torrente que desprende el lagrimal, es el fluido que recorre nuestras
entrañas, lo que cada día se inventa como presente y reúne los tiempos y los
cuerpos. Cuando decimos o proponemos que, es el agua quien produce el fenómeno
de la artisticidad, admitimos con Donna Haraway su figura de cuerdas, el enredo entre fabulación especulativa, ciencia
ficción, hecho científico, feminismo especulativo. Al igual que lo seres
tentaculares invocados por ella, el agua es un despliegue de formas que, en su
capacidad enunciativa sobre el mundo, no produce determinismos, por el
contrario, se abre hacía la posibilidad de contar e inventar ficciones
diversas. El agua entrelaza las coordenadas de la magia en la antigüedad, las
simbologías planetarias sobre Gaia, la poesía barroca, la ecología y la ciencia
como componente de una vida material que se reconoce en extensos rizomas a los
que estamos unidos. Nos desplazamos, desde la torrencial lluvia a la ínfima gota,
allí se condensa una historia de la que somos parte con un todo, que también
escribe sus notas existencias, su ritmo impredecible de grafías potentes.
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