¿Dónde hemos de buscar el significado de los visible?
Una forma de energía que no cesa de transformarse.
John
Berger
I
Las pinturas ocupan
el aire y la extensión maciza de las paredes donde se posan; dialogan entre
ellas en los bordes de sus contornos claros. Los colores derraman su presencia en
los límites esponjosos del montaje y ofrecen a nuestro cuerpo una experiencia
envolvente. Estas pinturas con sus formas y cromatismos describen un mundo que
se torna luminoso, editan lo que vemos y nos recuerdan que al mirar por la
ranura incandescente de las imágenes nuestra visión se transfigura. Así, en
“Cómo un jazmín liviano” de Hugo Albrieu reconocemos un refugio, una guarida
para protegernos del peso de lo dado, de las formas humanas de lo evidentemente
real. En el jazmín una fragilidad intensa, vegetal y vital se abre, corazón
singular, floreciendo entre gotas de rocío, no piensa y existe.
La pintura
acontece y en su abanico ilimitado de recorridos epifánicos nos rescata de lo
predecible, del tiempo productivo y del lenguaje reductivo de la praxis
utilitaria. El pintor es artífice de un estilo único que manifiesta su mirada,
en su visión recoge con voluntad poética los secretos necesarios. Al pintar
deshoja el mundo en capas de misterios, un jardinero que podando un rosal en
invierno se enamora de cada espina.
Pintar es
cuidar de los pliegues donde otro orden, indescriptible y silencioso, se
esconde; pintar podría ser, también, vigilar de los tiempos y los espacios que
florecen inagotables en lo que hay. En su hermoso “Diccionario de Símbolos”
Eduardo Cirlot define el espacio y en las tres primeras líneas escribe: En cierto modo, el espacio es una región
intermedia entre el cosmos y el caos. Como ámbito de todas las posibilidades es
caótico, como lugar de las formas y de las construcciones es cósmico. Los
jazmines con sus raíces abren lo subterráneo, el tronco vertical titilando
entre hojas y flores, el perfume que inunda un desparramo inaprehensible entre
aire y tierra.
En la obra de
Albrieu las imágenes moran en una escenografía íntima y personal, cósmica pero
cercana. Las cosas interrumpen la distancia, fragmentan las inmensas fronteras
que existen entre lo distinto, clasificado en el origen como artificial y natural,
también, sujeto y objeto o interior y exterior. Lo cotidiano florecido inunda
regiones lejanas, arboledas se desprenden de una taza, las flores lloran, gotas
presumen fuegos y todos nosotros hemos arribado a algún paisaje.
II
Flores como cartografías,
agua en las tazas y los jardines, cielos en remeras y gatos, ventanas y hojas,
un camino, un lago y las paredes de una casa. Un texto que me resulta necesario
es “La pintura ingenua” de Manuel Mujica Lainez, Albrieu podría ser un miembro
más de las inocentes huestes de los pintores rousselianos, de los que se
atreven a la expresión más salvaje de su propia percepción. Ana Sokol, Dignora
Pastorello, Susana Aguirre, Augusto Schiavoni, entre otros, componen ese
diccionario singular, alejados de la académica pictórica y que, sin querer, distorsionan
los más pesados mandatos de la tradición. Escribe Mujica Lainez: los ingenuos no imitan: están, frente al
modelo, en relación directa. […] La suya es una pintura encantada y participa
del clima incorruptible de lo maravilloso. Ilustradores espontáneos de cuentos
cándidos y bellos, respiran un aire feérico. Cada uno de ellos es un poeta
narrador, un orador de escenarios mágicos.” La infancia y la literatura se
encuentran, aparecen en ese punto de vista transversal al relato categórico de
la historia del arte, ofreciendo otras alternativas para crear y producir
imágenes.
En la pintura
de Albrieu, desde los montajes instalativos de las pinturas hasta las escenas
que componen cada figura, se alberga un texto, una escritura. El aspecto
narrativo abraza los sentidos proponiendo una forma literaria para expresar una
voz íntima, un estado de ánimo, inclusive una decisión política y poética de
habitar el mundo en sus diversas dimensiones. Sus pinturas evaden cualquier
reducción geométrica a un único punto de vista, la visión presenta sin
representar, atiende lo vital. El montaje o instalación también potencia
el aspecto narrativo porque en las tramas de colores, por ejemplo, el azul se
posa en el pantalón de un hombre y al lado el mismo azul aparece en una mesa
donde se apoya una taza. En otra parte, vemos rojo en una superficie donde un
gato y un florero permanecen y en el cuadro de abajo el mismo rojo en una pava.
Esos juegos son movimientos descriptivos que arrojan a la visión una relación,
pero sobretodo atentan contra la resistente idea realista del color local. Naranja,
verde, amarillo, turquesa, blanco y negro no son meros atributos de las cosas,
por el contrario, son el último reducto maravilloso de una verdad que siempre
se escapa. Esto se corresponde bastante con lo que Henri Matisse, Paul Gauguin,
Georges Seurat y otros impresionistas proclamaban: ver es
descubrir, observar lo que hay sin intermedios teóricos. Mirar el sol, los
cuerpos, el horizonte, las piedras con los ojos y no con categorías mentales.
Cézanne instaba, una y otra vez, a ver cada vez el mundo como si fuera la
primera vez, como un niño, uno tendría
que ser capaz de ver como un recién nacido.
III
Edith Vera en
un poema hermoso escribe: Es muy difícil
tener / un puñadito de arroz/ guardado entre las manos. / Uno a uno, / arroz, arroz,
/ el arroz se va escapando. Y también
en otro de Roberta Iannamico que dice: Siempre
con las cosas / la ropa / los platos / los huevos duros / el agua de la
canilla/ los juguetes tirados/ lo caliente/ lo frío/ lo suave / lo pesado / las
cosas que entran / en una mano / eso es lo que tengo / para armar un mundo. Los
poemas podrían ser el aire de las pinturas, la atmosfera, inclusive la letra
apócrifa para una preciosa filosofía de la levedad, quizás un tratado de la
inocencia basado en las cualidades sutiles del jazmín.
Lo que se nos
escabulle con los días, el arroz, los juguetes, el frío o la pintura asumen un
lugar relevante, el trono dorado de lo sagrado. Lo que no podemos fijar porque
a veces muere en nosotros, pero luego renace. Lo que se encuentra en movimiento
y nos alegra o entristece, pero no podemos vivir sin eso que parece perfume o una
imagen para adorar en silencio. “Como un jazmín liviano” es una pequeña
oración, inscripta en un soporte de cartón, con letras rojas sobre los pétalos
blancos, de flores que vienen de otra parte, crecen en la pintura, pero
nacieron fuera de ella, en los ojos o en el barro.
"Como un jazmín liviano
ResponderEliminarque cae sosteniéndose en el aire
que cae cae
cae.
Y qué va a hacer" Comparaciones, Idea Vilariño