Sobre “Chisporroteo (Pequeñas grandes
contradicciones y mentiras verdaderas) de Pablo Peisino
La infancia es el pozo del ser… El pozo es un arquetipo,
una de las más graves imágenes del alma humana.
Esas agua negras y profundas pueden determinar
el carácter de una infancia. En su reflejo hay un rostro pasmado.
Gastón Bachelard
Para algunos pensadores y artistas de principios de Siglo XX la infancia
se convirtió en un espacio y un tiempo de resistencia política y espiritual,
contra el inminente avance del capitalismo. En un reconocido ensayo de Roger
Callois “Tesoros Secretos” se establecen las diferencias entre esos dos mundos;
el de los niños y el del capital. Dice Callois que, mientras los niños procuran
un valor mágico a las cosas que los rodean, en especial, algunos objetos
desechados, los adultos viven atrapados en una red temporal marcada por el
ritmo de la producción en serie, donde las cosas equivalen a productos, a
su estricto valor de uso. El problema, podríamos anunciar, se vislumbra en esa
jugada del sistema que logra apropiarse de todos los discursos, incluso de
aquellos que consideramos críticos. Pablo Peisino nos infunde la pregunta por
esas tensiones históricas y sociales que, se entrelazan, en el espectro de la
publicidad, la comunicación y lo visual, en términos generales; por las
estrategias que nos permiten seguir consumiendo sin atender a los modos
inhumanos de producción de esas mercancías. El
capitalismo también entendió que la infancia es la potencia de toda libertad,
la alternativa al tiempo lineal de una cosmovisión estructurada por la ciencia
positivista, el cristianismo y el capital. Sin embargo, y por esa razón, la
infancia como latencia de lo extraño y el misterio, como acontecimiento
fundante, no puede restringirse a un período cronológico, a una etapa de vida
acotada, y en ella, todo intento de sumisión huele a fracaso. Cuando Peisino
escribe, en una de sus obras, sobre una abrigada y colorida colcha, letras con
restos de telas: “El arte es una forma de vida. Una forma de ver el
mundo”, vuelve sobre esa posibilidad de resistencia. Con ese gesto, atiende a
una alternativa vital, no sometida al mandato estructurante del mercado. Sus
obras, se componen de ese bagaje artesanal y rudimentario que ofrece al
espectador las huellas de un cuerpo, los hilos que la mano hilvanó, en
contraposición con las uniformes puntadas de una máquina. Walter Benjamin
produjo las ideas más interesantes sobre la infancia y se lamentaba que la
“socialización burguesa” fuera en contra del carácter de los niños.
Susan Buck Morss escribe lo que Benjamín afirmaba que, “La cognición
infantil era una potencia revolucionaria porque era táctil, y por eso estaba
vinculada a la acción, y porque, en vez de aceptar el significado dado de las
cosas, los niños aprendían a conocer los objetos asiéndolos y usándolos de un
modo que transformaba su significado”. También el bordado es un desplazamiento
de las formas abstractas del arte moderno patriarcal, de los programas
establecidos en las coordenadas del mercado, a una acción materna en el seno de
lo domestico capaz de expandirse en lo viviente. En este mismo sentido, León
Rozitchner, en “Marx y la infancia” escribe “para que mercancías haya fue
preciso primero amenazar de muerte el ensoñamiento materno prolongado en los
seres y las cosas para que la pesadilla del espectro patriarcal borre toda
huella del amor de la infancia en las cosas que produce el hombre”. Entre la
visión de la pesadilla y las huellas del ensoñamiento materno las obra de
Peisino se vuelven hondonadas de materia pensantes y lúdicas.
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