Desveladas
Majo Arrigoni
Leemos de manera
silenciosa, nos resulta natural recorrer las geografías de pequeñas letras y
ensimismarnos en la cadencia de una voz interna. El libro es ese objeto visual
que despierta palabras dormidas, transforma nuestro espacio interior en una
caverna repleta de ecos, en una caja de resonancia, polifónica y atonal. En el
Siglo IV, escribe Irene Vallejos “San Agustín quedó tan intrigado al ver leer
de esta forma al obispo Ambrosio de Milán, que lo anotó en sus Confesiones”. La oralidad y puesta en
escena de los períodos anteriores se diferenciaba radicalmente de esta nueva
perfomatividad lectora. Las Confesiones,
un registro de la memoria y los estados interiores, se considera la primera
autobiografía del mundo occidental, un retrato parlante e imaginario. Así, el
relato de la vida contemplativa persiste como un susurro y atraviesa las
épocas; el paisaje interior y la extensión infinita del afuera, se vinculan a
la misteriosa cadencia del lector. En Devesladas Majo Arrigoni evoca
jóvenes artistas leyendo a escritoras mujeres en una escena íntima y secreta,
donde los libros y la lectura conviven. Una tradición pictórica de mujeres
lectoras la acompaña e incluye en una constelación apócrifa que se enciende,
despertando la chispa de cada silenciosa artesana del secreto. “La lectora” de
Auguste Renoir, “Retrato de Lydia Cassatt” de Mary Cassatt, “Leyendo” de Edward
Manet o “Habitación de hotel” de Edward Hopper son obras, entre otras, donde se
percibe el clima introspectivo al mismo tiempo que la pulsión envolvente y
vital de cada retratada. En literatura, Madame Bovary de Gustave Flaubert, es
el ejemplo más controvertido, donde las novelas que lee Emma solapan la fisura entre
lo imaginario y lo real. En las pinturas de Arrigoni sucede lo imperceptible:
la interrupción del flujo lineal de las páginas escritas, la epifanía del rayo
alumbrando en la noche y el horizonte de pequeñas cosas ordenadas para la
continuidad del día que, no sabemos con certeza, si llegará. El afuera ingresa
con sus estruendos, se cuela por las grietas de las casas cerradas y en un
movimiento inverso pero restaurador la mirada se escapa, los ojos abiertos logran
detener el tiempo. Cada libro, como el de Mariana Enríquez, Silvina Ocampo,
Aurelia Venturini y María Gainza, por ejemplo, son ventanas o paisajes, voces
que cada noche intentaremos, una y otra vez, revelar.
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