lunes, 2 de septiembre de 2013

Antropología de la resistencia 
La primera vez que morí fue sin testigos:
el ángel con el que peleaba era yo misma.
María Negroni
Sobre una mesa de vidrio se exhiben fotos de un álbum familiar, ordenado sin cronologías. Las imágenes se tejen en el espacio, entramadas por las hebras de un tiempo diferente. En otra mesa similar, un grupo de piezas cerámicas pequeñas y extrañas, dialogan y se corresponden con cada una de las fotografías.
Di Pascuale diseñó, en el corazón de la materia, en las fotos y las cerámicas, en la traducción de un lenguaje a otro, en ese conjunto de representaciones paralelas, un retrato de proyecciones infinitas. ¿Dónde termina una imagen amada? Aparentemente, nos dice el artista, en alguna sustancia donde las huellas del cuerpo puedan refugiarse y expandirse.
Así, a cada fotografía una pieza extranjera completa la geometría que el tiempo sustrajo a los rostros, a la piel. La muerte empieza a correr su ritmo con el dedo oprimiendo el obturador. Di Pascuale construye jardines, grutas, puentes, pirámides, esferas, masas amorfas de materia arcillosa y esmaltada, para detener el vacío incisivo entre el pasado y el presente. En su “Diario de Duelo” Roland Barthes escribió; “Hay un tiempo en que la muerte es un acontecimiento, una a-ventura, y con ese derecho moviliza, interesa, tiende, activa, tetaniza.”
Las piezas de cerámica de Di Pascuale son figuras primitivas, al obsérvalas creo que fueron pensadas en la infancia y realizadas retrospectivamente en la actualidad. Su madre, cuando él era niño, realizó varias de las piezas que se exhiben en la sala, sobre un retrato del padre. Una foto grande, en el piso, en blanco y negro; fuentes y vasijas femeninas se acomodan, cubriéndolo, hablándole. También su hermano menor realizó algunas piezas en aquella época; un lenguaje familiar que los redime y los rescata, de las fotografías, de la imagen.
Como un viaje en el tiempo, los objetos de cerámica igualan las distancias que la memoria enreda, hechos de arcilla, de tierra, donde crece la yerba.
Y la yerba crece en todas partes, el vegetal se contagia de su naturaleza reproductiva. En el suelo crecen verdes anatomías; en las estaciones cálidas son de intensos colores y en los tiempos de heladas congelan su sangre.
Cuerpos blandos reptan, desde la raíz distribuyen los minerales en las nervaduras de sus hojas. Las ramificaciones de la estructura herbórea es un mapa, la cartografía de la vida se despliega. Una corteza inconexa traza el sentido fronterizo entre la biología y la moral, entre lo que vive y lo que muere, entre el bien y el mal.


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