lunes, 2 de septiembre de 2013

sobre "Las aventuras de la Piña Monstruo de Silvina Mercadal"

Subterráneo y aéreo, el viaje de una niña dharma


                                 
                                                                                 Gravemente, ávidamente, tristemente, el niño
                                                                             mira los peces rojos. Toda su vida está en ellos,
                                                                                  se arriesga totalmente, acepta que su muerte
                                                                          esta en ellos. Se pierde sin retorno en la sustancia
                                                                                            de las cosas y sin embargo es salvado.
      
                                                                                                                                 Yves Bonnefoy


Silvina escribió un libro inspirada en un fruto que encontró en la tierra, una piña desprendida de su pino. Un fruto vegetal que, en ciertas perspectivas, desde estáticos  ángulos maléficos se vió aberrante, desfigurada, deforme.
La flor carnosa, repleta de conos fibrosos y huecos se fue escribiendo en el dictamen de su propia lengua y exigió, en el acto de escritura, ser acompañada a los confines de un mundo desconocido. En ellos se encontraron, por confusión de órdenes difusos, la escritora y la monstruosidad, recorriendo los caminos aventurados de la poesía.
Fue lingüística, necesariamente, la conversión de la piña a monstruo; de vegetal indefinido a sujeto del habla, de simple accesorio a protagonista de un hechizo espeluznante. Anota Silvina, ella percibe ciertas cosas de la mente, que en la comprensión de su fealdad la piña escapa, se zampa, se zafa y zarpa.
Porque aquí la monstruosidad, es la medida de lo que jamás logra acomodarse a los órdenes programáticos de la realidad. Tampoco al mandato bello de la lengua que canta; a la rima, al corte de verso o a la norma tecnicista de alguna verba.
Dice la escritora:
En las vecindades  / hermosa virgen de / pómulos rosados
corte de versos pide / ¡pobre piña iletrada!
Silvina, encuentra en el fruto desprendido, un túnel para escapar también ella del mandato epocal y en una dislocada torsión espacial, se escribe a sí misma, desde el interior cónico de una piña perdida; fuera del margen, solitaria y divertida, en los pliegues de sus fantásticas ocurrencias.
“Las aventuras de la piña monstruo” es, entonces, un viaje. Un viaje que aleja de las convenciones y acerca al quimérico círculo de un bosque ardiendo.
Existe, una interesante referencia morfológica entre los conos, el cuerpo vulvoso de la piña, y el cono ocular de nuestros ojos. Un paralelismo que permite arriesgar un vínculo con las investigaciones Duchampianas, con su erótica ocular, que proclama una visión corporizada, en movimiento, desligada del estatismo de un único punto de fuga.
Escribe Silvina:
Los conos / le hormigueaban y / ardían. De repente / fue casi despertar / el dios se metió / hasta la simiente.
Los ojos vivientes se multiplican en la piña, su anatomía se configura por concavidades blandas, bifurcando la mirada. Ella encarna, no la visión de una divinidad cartesiana, vigilando nuestras acciones; sino muchos ojos dispersos, donde habita un Dios que adora, lo que en nosotros hay de diferentes, aquello que nos hace únicos y monstruosos.  
Las visiones de la piña son inclasificables, el sueño deformó los límites y en esa explosión de naturaleza intranquila, que pregunta y no responde, que busca y no encuentra, el signo derrama su sangre.
La piña viene de un tiempo anterior, devino piña a causa de un destino maldito que, olvido borrar o apagar, un eco ancestral. Su voz clandestina pregunta, indaga, piensa, infinitamente.
La memoria de la piña se extiende hacia el interior, en sus aventuras recorre el paisaje silencioso, de su corazón. La sabiduría se enreda en insectos trepadores, la sabiduría es monstruosa en los límites del oráculo.
Dice la autora:
… piña bebe / sustancia escurridiza / el cono mental
de otra manera  / percibe, el cono / perceptivo de otra
manera entiende…
Así, en esta textura iniciática, aparece la infancia. Sin embargo, creo que “Las aventuras de la piña monstruo” no es literatura para niños. Ocurre, otra cosa y  es que nos devuelven al momento  justo, en el que la infancia, misteriosamente, a cada uno de nosotros, nos dejo. 
La monstruosa piña advierte la dinámica afectiva de la infancia, esa que desfuncionaliza la actualidad, tornándola intensa, y sintonizando, con el ritmo interior que, se oye siempre en el silencio místico.
¿Cómo de un mundo / pasar a otro? pregunta Silvina.
Alguien afirma cantando, que el pasado de una niña dharma permanece para siempre, allí donde el espacio se ha enredado deteniendo las formaciones del tiempo.
La inocencia como un bastión inextinguible, proclama que nada ha muerto, en el ritmo de la carne, la memoria es vida, paisaje, aventura, un lugar mental imperfecto y absolutamente amado.






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