domingo, 3 de febrero de 2013


Alberto Greco, una biografía fuera del tiempo.
                                                        

                                                                            Lo abyecto tiene que ver con la iluminación
Néstor Perlongher


            Un recorrido por los textos, perfomances y pinturas de Alberto Greco, indagados desde una mirada transversal, intentaran hablar con ellas sobre algunos acontecimientos de la vida que las generó. Una de las posibles interpretaciones se me fue ocurriendo mientras leía Paradiso de José Lezama Lima. Diferentes ideas que aparecen entrelazadas a su mítico relato autobiográfico, comenzaron a sugerirme un trasfondo de ciertas situaciones en los Vivo-Dito de Greco. Pensaba, que al igual que la novela de Lezama Lima, la obra de Greco puede ser la historia de un deseo, que tiende a eternizar momentos de la vida particular sin reiterarlos, sino más bien rodeándolos y en ese intento completar un lugar alrededor del vacío generado por el recuerdo. Me detuve a imaginar el espacio que surge de los círculos de tiza de los Vivo-Dito, una de las versiones de todos ellos, que consistía en señalar a través de un dibujo en el piso, a algún transeúnte como obra de arte. Allí, conjuntamente con la transfiguración del evento cotidiano a evento artístico, se generaba un espacio otro, fuera del espacio habitual. El cual puede ser descubierto como un vacío cargado, un vacío integrado por redes de vacíos, un espacio contenedor de pliegues del pasado, de la infancia, con rugosidades del tiempo que se acoplan a la acción de señalar.
El vacío, entonces, tal como aparece en la obra de Greco, no se encuentra en el centro como un imán atrayendo para sí las cosas que darían forma a una obra, sino que el vacío y las cosas operan conjuntamente en un plano espacial que las ordena en el tiempo. La reiteración de sus perfomance es la cristalización de un pasado que no puede desprenderse de ese vacío. Los objetos son restos milagrosos de una batalla hacia la torsión de una línea histórica que subsumida en la cronología, sólo logra transcurrir mientras el tiempo se erige como un supuesto. Sus acciones entrelazadas al vacío mueven ese curso, giran en círculo alrededor del espacio para volver a encontrar, en la ausencia, una posibilidad genuina de entrar en el tiempo, en el tiempo propio. La gran obra de Alberto Greco quizás sea simplemente girar. Girar alrededor de un momento mágico para desplegarlo sin límites. El círculo con tiza de los Vivo-Dito puede ser pensado como una esfera mágica, un espacio fuera del tiempo, donde lo que allí sucede no pertenece a una dimensión cuantificable. Cuando las personas se desplazan en la calle, marcan un ritmo sobre la superficie de la tierra, bailan con el círculo del cosmos. Allí, en su marcha planetaria hacia la muerte, algunos hombres se detienen para demarcar un territorio donde pueden contemplar la trascendencia rítmica de su propio andar, más allá de las contingencias. Algunos cuerpos fueron detenidos por Greco en el círculo mágico de lo que él señaló como obra de arte, para luego regresar al río de la realidad sintonizados por el vacío que comienza a tejerse.
Sería entonces la ausencia de un motivo, la imposibilidad de una razón, el claro espectro de un delirio, lo que configura el territorio interno de un Vivo-Dito. Donde la nada reina envolviendo el presente en un no tiempo, se convierte la ausencia en una sombra de aquellos caminantes detenidos en algún sitio. El círculo de tiza Vivo-Dito, el señalamiento fortuito y azaroso son acciones sobre algunos cuerpos, el de Greco, al margen de la acción y el cuerpo de aquel que se quedó atrapado, un desprevenido que incurrió con sus pasos hacia el lugar demarcado. La zona se configuró en un adentro, la explanada de una vereda, pero al mismo tiempo en un afuera, porque su propia denominación como obra de arte, lo traslada a otro ámbito o mejor dicho remarca con tanta contundencia ese espacio que imagina otro ámbito.
Así, girar alrededor de un cuerpo con una tiza en la mano, es una inyección en la cápsula del no tiempo, invitando a un viaje por los diversos pliegues del andar. Es recorrer el mapa de lo posible como si fuera una partitura trazada entre el deseo y lo real, entre las cosas y la ausencia. Un puente tendido entre los diferentes registros que componen una biografía que habita en esas pequeñas rugosidades. Casi imperceptibles como los dibujos líquidos de la lluvia las variaciones de una biografía, se entremezclan con la obra para al fin diluir sus diferencias en aquel círculo donde, por un momento, se detiene la marcha. El señalamiento se constituye, entonces, en una acción que devuelve al pasado su posibilidad de extenderse y transformarse en una actualidad transfigurada por la acumulación de acciones, que se reiteran. En un texto breve, titulado No estar prevenido por las cosas, Greco cuenta, Una vez, una chica que conocí en una librería, donde yo ayudaba a atender (recuerdo que después me regalo una naranja), a raíz de encontrar un libro agotado me comentó:
- Usted es mago.
- No yo soy el conejo.
Ella se emocionó con inocencia. En ese momento me regaló la naranja.
Esta imagen me persiguió tiempo y me sentía reconocido en aquellos ojos rosados y llenos de asombro que trataban de saberlo todo y verlo todo en cada instante, que lograba salir de la rígida galería[1].
Como en los laberintos de un sueño, Greco había sido él mismo señalado en las regiones anteriores al arte, en el encuentro casual con una chica en una librería, el círculo de un sistema poético que se inició nombrándolo. El nombrar es anterior al arte y en este sentido Greco retoma, para sus experiencias artísticas, remanentes de un ámbito no decodificables para la institución artística, al menos por aquellas traducciones de sus cánones estilísticos más establecidos. En sus propios relatos, se abren pistas de dicho nombramiento y que culminan con la evidencia de su muerte, después de escribirse sobre su mano izquierda la palabra FIN. Así es como el nombrar ingresa en su obra y su obra nunca ingresa en la institución, manteniendo esa tensión que lo convierte en una aparición contundente y particular tanto para su época como para el panorama del arte argentino.
En otro de sus textos, Tía Ursulina, la pintura y yo describe un hecho de su infancia, siestas enteras en las que se dedicaba a dibujar las baldosas del patio de su casa, Greco dice, Los rayos de sol le daban a los garabatos del patio un cierto brillo plateado, pero casi no se notaban. En casa no los descubrían, por lo tanto, no me decían nada, pero en los días de lluvia, al mojar el agua los dibujos, las paredes, las persianas y todas las baldosas se teñían de violeta[2]. Más tarde, estas imágenes regresan convertidas en marcas de tiza blanca de los Vivo-Dito. Como espejos superpuestos que en la continuidad del tiempo se desplazan de un origen a otro, el evento no se reitera, más bien, se superpone al originario una y otra vez, al reiterar la acción. Su matriz existe en un lugar fuera de la norma, es decir, en la intuición o el capricho. El concentrado juego infantil, la manía por la transparencia que se revelan sobre el piso, funda una cadena de interpretaciones azarosas construidas por imágenes débiles. Estadios de lo invisible que, en los relatos de Greco, son figuraciones de lo real que desobedecen a cierto mandato artístico, el de la visibilidad absoluta. En Paradiso Lezama Lima escribió, La vida es una red de situaciones indeterminadas, cada coincidencia es algo que quiere hablar a nuestro lado, si la interpretamos incorporamos una forma, dominamos una transparencia[3]. Al parecer la obra de Greco es el arte puro de dominar invisibles, fantasmas, evaporaciones. Siendo un gran imitador de sí mismo, operó con citas en el espacio, con formas que no podrán nunca recobrarse y asemejarse a aquellas originarias y por lo tanto, cuanto más se descomponen en los márgenes, más llegan a su centro. La fuente autobiográfica, se presenta como un juego inverso al de las formas establecidas, porque no se sumerge nunca dentro de un campo especifico. Con sus acciones, Greco evade los mecanismos que le imprimen leyes externas al tiempo, y que asumen la continuidad de un relato o una historia como una construcción necesariamente coherente. Su universo poético se estableció con anterioridad, sobrevolando a toda norma, sin importarle demasiado la lógica del lenguaje, que se desencadena dentro de los límites de un sistema construido, se libero a sí mismo. En su único libro de poesía Fiesta Greco escribió:
Aún eres del aire.
                             Es verdad.
No puedes arrancar un fruto
                      con las manos,
desmayada tu cintura
te convertirías en un espacio[4].
Como en una partitura de la flotación, Greco fue dejando notas de una vida que se redoblaba en la vida de los otros, casi yéndose en los olores de la calle, en las conversaciones, en las cartas, en el movimiento de los cuerpos, en el tiempo y en los besos brujos, en todas aquellas cosas que le importaron siempre. Cosas simples, tan visibles que a veces en su exceso nos parecen un poco invisibles.

Mariana Robles -2009










[1] El Niño Stanton N°5, Revista de poesía y arte. Abril de 2008, Buenos Aires. Dossier Escrituras Greco p. 7 y 8
[2] Ídem, p. 5 y 6
[3] Paradiso, José Lezama Lima p. 600
[4] El Niño Stanton N°5, p.44  



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