Alberto Greco,
una biografía fuera del tiempo.
Lo abyecto tiene que ver con la iluminación
Néstor Perlongher
Un recorrido por los textos, perfomances y
pinturas de Alberto Greco, indagados desde una mirada transversal, intentaran
hablar con ellas sobre algunos acontecimientos de la vida que las generó. Una
de las posibles interpretaciones se me fue ocurriendo mientras leía Paradiso de José Lezama Lima. Diferentes
ideas que aparecen entrelazadas a su mítico relato autobiográfico, comenzaron a
sugerirme un trasfondo de ciertas situaciones en los Vivo-Dito de Greco.
Pensaba, que al igual que la novela de Lezama Lima, la obra de Greco puede ser
la historia de un deseo, que tiende a eternizar momentos de la vida particular
sin reiterarlos, sino más bien rodeándolos y en ese intento completar un lugar
alrededor del vacío generado por el recuerdo. Me detuve a imaginar el espacio
que surge de los círculos de tiza de los Vivo-Dito, una de las versiones de
todos ellos, que consistía en señalar a través de un dibujo en el piso, a algún
transeúnte como obra de arte. Allí, conjuntamente con la transfiguración del
evento cotidiano a evento artístico, se generaba un espacio otro, fuera del
espacio habitual. El cual puede ser descubierto como un vacío cargado, un vacío
integrado por redes de vacíos, un espacio contenedor de pliegues del pasado, de
la infancia, con rugosidades del tiempo que se acoplan a la acción de señalar.
El
vacío, entonces, tal como aparece en la obra de Greco, no se encuentra en el
centro como un imán atrayendo para sí las cosas que darían forma a una obra,
sino que el vacío y las cosas operan conjuntamente en un plano espacial que las
ordena en el tiempo. La reiteración de sus perfomance es la cristalización de
un pasado que no puede desprenderse de ese vacío. Los objetos son restos
milagrosos de una batalla hacia la torsión de una línea histórica que subsumida
en la cronología, sólo logra transcurrir mientras el tiempo se erige como un
supuesto. Sus acciones entrelazadas al vacío mueven ese curso, giran en círculo
alrededor del espacio para volver a encontrar, en la ausencia, una posibilidad
genuina de entrar en el tiempo, en el tiempo propio. La gran obra de Alberto
Greco quizás sea simplemente girar. Girar alrededor de un momento mágico para
desplegarlo sin límites. El círculo con tiza de los Vivo-Dito puede ser pensado
como una esfera mágica, un espacio fuera del tiempo, donde lo que allí sucede
no pertenece a una dimensión cuantificable. Cuando las personas se desplazan en
la calle, marcan un ritmo sobre la superficie de la tierra, bailan con el
círculo del cosmos. Allí, en su marcha planetaria hacia la muerte, algunos
hombres se detienen para demarcar un territorio donde pueden contemplar la
trascendencia rítmica de su propio andar, más allá de las contingencias.
Algunos cuerpos fueron detenidos por Greco en el círculo mágico de lo que él
señaló como obra de arte, para luego regresar al río de la realidad
sintonizados por el vacío que comienza a tejerse.
Sería
entonces la ausencia de un motivo, la imposibilidad de una razón, el claro
espectro de un delirio, lo que configura el territorio interno de un Vivo-Dito.
Donde la nada reina envolviendo el presente en un no tiempo, se convierte la
ausencia en una sombra de aquellos caminantes detenidos en algún sitio. El
círculo de tiza Vivo-Dito, el señalamiento fortuito y azaroso son acciones
sobre algunos cuerpos, el de Greco, al margen de la acción y el cuerpo de aquel
que se quedó atrapado, un desprevenido que incurrió con sus pasos hacia el
lugar demarcado. La zona se configuró en un adentro, la explanada de una
vereda, pero al mismo tiempo en un afuera, porque su propia denominación como
obra de arte, lo traslada a otro ámbito o mejor dicho remarca con tanta
contundencia ese espacio que imagina otro ámbito.
Así,
girar alrededor de un cuerpo con una tiza en la mano, es una inyección en la
cápsula del no tiempo, invitando a un viaje por los diversos pliegues del
andar. Es recorrer el mapa de lo posible como si fuera una partitura trazada
entre el deseo y lo real, entre las cosas y la ausencia. Un puente tendido
entre los diferentes registros que componen una biografía que habita en esas
pequeñas rugosidades. Casi imperceptibles como los dibujos líquidos de la
lluvia las variaciones de una biografía, se entremezclan con la obra para al
fin diluir sus diferencias en aquel círculo donde, por un momento, se detiene la
marcha. El señalamiento se constituye, entonces, en una acción que devuelve al
pasado su posibilidad de extenderse y transformarse en una actualidad
transfigurada por la acumulación de acciones, que se reiteran. En un texto
breve, titulado No estar prevenido por
las cosas, Greco cuenta, Una vez, una
chica que conocí en una librería, donde yo ayudaba a atender (recuerdo que después me regalo una
naranja), a raíz de encontrar un libro agotado me comentó:
- Usted es
mago.
- No yo soy el
conejo.
Ella se emocionó
con inocencia. En ese momento me regaló la naranja.
Esta imagen me
persiguió tiempo y me sentía reconocido en aquellos ojos rosados y llenos de
asombro que trataban de saberlo todo y verlo todo en cada instante, que lograba
salir de la rígida galería[1].
Como
en los laberintos de un sueño, Greco había sido él mismo señalado en las
regiones anteriores al arte, en el encuentro casual con una chica en una
librería, el círculo de un sistema poético que se inició nombrándolo. El
nombrar es anterior al arte y en este sentido Greco retoma, para sus
experiencias artísticas, remanentes de un ámbito no decodificables para la
institución artística, al menos por aquellas traducciones de sus cánones
estilísticos más establecidos. En sus propios relatos, se abren pistas de dicho
nombramiento y que culminan con la evidencia de su muerte, después de
escribirse sobre su mano izquierda la palabra FIN. Así es como el nombrar
ingresa en su obra y su obra nunca ingresa en la institución, manteniendo esa
tensión que lo convierte en una aparición contundente y particular tanto para
su época como para el panorama del arte argentino.
En
otro de sus textos, Tía Ursulina, la
pintura y yo describe un hecho de su infancia, siestas enteras en las que
se dedicaba a dibujar las baldosas del patio de su casa, Greco dice, Los rayos de sol le daban a los garabatos
del patio un cierto brillo plateado, pero casi no se notaban. En casa no los
descubrían, por lo tanto, no me decían nada, pero en los días de lluvia, al
mojar el agua los dibujos, las paredes, las persianas y todas las baldosas se
teñían de violeta[2].
Más tarde, estas imágenes regresan convertidas en marcas de tiza blanca de
los Vivo-Dito. Como espejos superpuestos que en la continuidad del tiempo se
desplazan de un origen a otro, el evento no se reitera, más bien, se superpone
al originario una y otra vez, al reiterar la acción. Su matriz existe en un
lugar fuera de la norma, es decir, en la intuición o el capricho. El
concentrado juego infantil, la manía por la transparencia que se revelan sobre
el piso, funda una cadena de interpretaciones azarosas construidas por imágenes
débiles. Estadios de lo invisible que, en los relatos de Greco, son
figuraciones de lo real que desobedecen a cierto mandato artístico, el de la
visibilidad absoluta. En Paradiso
Lezama Lima escribió, La vida es una red
de situaciones indeterminadas, cada coincidencia es algo que quiere hablar a
nuestro lado, si la interpretamos incorporamos una forma, dominamos una
transparencia[3].
Al parecer la obra de Greco es el arte puro de dominar invisibles,
fantasmas, evaporaciones. Siendo un gran imitador de sí mismo, operó con citas
en el espacio, con formas que no podrán nunca recobrarse y asemejarse a
aquellas originarias y por lo tanto, cuanto más se descomponen en los márgenes,
más llegan a su centro. La fuente autobiográfica, se presenta como un juego
inverso al de las formas establecidas, porque no se sumerge nunca dentro de un
campo especifico. Con sus acciones, Greco evade los mecanismos que le imprimen
leyes externas al tiempo, y que asumen la continuidad de un relato o una
historia como una construcción necesariamente coherente. Su universo poético se
estableció con anterioridad, sobrevolando a toda norma, sin importarle
demasiado la lógica del lenguaje, que se desencadena dentro de los límites de
un sistema construido, se libero a sí mismo. En su único libro de poesía Fiesta Greco escribió:
Aún eres del
aire.
Es verdad.
No puedes
arrancar un fruto
con las manos,
desmayada tu
cintura
te convertirías
en un espacio[4].
Como
en una partitura de la flotación, Greco fue dejando notas de una vida que se
redoblaba en la vida de los otros, casi yéndose en los olores de la calle, en
las conversaciones, en las cartas, en el movimiento de los cuerpos, en el
tiempo y en los besos brujos, en todas aquellas cosas que le
importaron siempre. Cosas simples, tan visibles que a veces en su exceso nos
parecen un poco invisibles.
Mariana
Robles -2009
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