Oráculos
en el aire y otras floraciones
El pintor ha encontrado la respuesta
y sólo hallará las “palabras pictóricas”, los “poemas de la experiencia” con
los que será posible re-crear aquella misma realidad –la otra, la que “no puede
ser expresada”-.
Osvaldo Svanascini (conceptos sobre el arte oriental)
En algunas cosmogonías antiguas la naturaleza se concibe como una
emanación constante y voluptuosa que, más allá de cualquier concepto, siempre
excede y agrieta las palabras. Las montañas y sus deslices rocosos, el torrente
de agua por el que se precipita un arroyo y su intrincada colección de piedras,
son apariciones y ocurrencias particulares en el infinito desplegarse de la
materia.
La totalidad, en los dibujos de Eduardo
Stupía, se produce y despliega gracias a una intervención fluida del cuerpo en
el plano abierto del papel. La línea, que en ningún caso puede distinguirse
como efecto del movimiento, es una danza y por lo tanto lo que a sí misma,
rítmicamente, se piensa dibujando. Así, la contemporaneidad se desliza en la
configuración de un tiempo propio, inseparable en su devenir de las configuraciones del espacio. Toda y
casi cualquier micro-proyección de la mente encuentra su reducto en estas
irradiaciones reptantes de extraña fragilidad.
En Stupía, su cualidad cosmogónica imagina un movimiento originario y
una figuración que, por ilimitada, se
transfigura en inasible. Su creación como una poesía extrema se define en las
rugosidades de un mundo habitado, por siempre, al margen de la realidad
establecida. El horizonte planteado es la irrupción de una manifestación
estridente que afirma el poder desencadenante de la fantasía y el ensueño. Sus
dibujos y grafías pueden remitir, por ejemplo a Escuchando el viento en los pinos de Ma Lin y a Cartas de amor de Jean-Honoré Fragonard. Alternativamente
combina y superpone las floraciones de diversas regiones de la historia hasta
descubrir, en sus representaciones, el velo de un reino oracular.
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