domingo, 3 de febrero de 2013


Luis F. Benedit: La invención de la historia


Hace una semana visité la exposición “Pueblo Benedit” de Luis F. Benedit, en el Museo Evita - Palacio Ferreyra y en el Centro Cultural España-Córdoba.  En las salas del Palacio, se exhiben las obras “Caballo Enfermo”,” Huesos”, “San Hubertus” y también  la instalación “Suicidas”. Frente a la última me detuve largo tiempo. Un homenaje a los escritores de la década del 30’ que por diferentes razones terminaron con su vida: Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga y Alfonsina Storni. En esta obra Benedit imaginó a Quiroga y Storni en potentes retratos de carbonillas sobre los que proyecta sus fotografías y a Lugones en una escena de varios elementos: un nido de horneros y una rama de araucaria que sostiene un hornerito embalsado. Termine el recorrido en CCE-C y muchas obras me impactaron, nuevamente, “Anatomías de un Caballo”, “Espuela Pampa y “Serie Madí/Antonio Caraduje”, entre otras.
Ahora estoy en Merlo, San Luis, en el lugar donde crecí, paseo por la ladera de las sierras Comechingones rumbo al arroyo y el recuerdo de la exposición permanece.  En el trayecto reconozco similitudes que me retraen a la experiencia de aquellas obras, en especial de “Suicidas”. Camino y la plaza Leopoldo Lugones brilla entre las hojas del otoño y la hamaca que siempre me tienta, después la biblioteca con el mismo nombre, emplazada en una antigua construcción de barro y por último, la casa donde el poeta venía a descansar. Recuerdo que a ese lugar iba bastante seguido, muchas de las clases de literatura del secundario concluían con algún trabajo práctico que vinculaba las obras con las biografías de los autores. El banco destruido en el patio húmedo de la casa de Lugones ofrecía la inspiración apropiada para desplegar una serie de relaciones entre sus poemas y el paraje olvidado por los organismos de cultura, por las entidades gubernamentales y por los documentalistas de todo tipo. La vivienda ocupada por habitantes desconocidos, creo que la única casa tomada de la zona, ostentó por mucho tiempo un cartel que profesaba “Propiedad Pribada” debajo del cual sobrevivía, pasando inadvertida, una placa recordatoria del dueño original. Siempre me pareció paradójico y triste que las formas de la poesía no coincidieran con las de la realidad. Sin embargo, ahora, años más tarde, veo allí una señal: “b” en lugar de “v” no es un error, por el contrario es una inicial, un nombre, es un hombre y un artista: Benedit.
Tenía muchas ganas de ver personalmente “Suicidas”, había visto videos y reproducciones de la obra. Desde entonces es un proyecto que me inquieta, me parece misterioso, potente y también, aterrador. Cuando al fin logré presenciarla, la juzgué perfecta. Descubrí que los objetos son inmateriales y que la materia puede tener la fuerza de una idea. Advertí que pasión y razón se alternan magnéticas entre el cuerpo de la obra y la carne del espectador, como imanes. Sentí que mi cerebro escapaba hacía los rincones olvidados de aquel nido de horneros y que mis latidos disponían de mi sangre, para la circulación anatómica del ave muerta. Esa composición extraña, configurada por un hornero, una rama y un nido, resonaba en el fondo de mi experiencia. Una historia sin eventos reconocibles, sólo pistas en los desvíos del tiempo, imposible de reducir a un relato lineal. Una historia tramada por el ritmo de una caminata en silencio, sonora y fugaz que, al fin, sólo rememora el tiempo transcurrido y sus hamacas vacías.
En la obra “Suicidas”, Benedit hace una obra de la muerte. Una obra de la muerte pero también de la resurrección. Todo vuelve, al modo de un aleph, en esta combinatoria que se impone a los sentidos como un acertijo desmesurado y propio. Donde mi experiencia particular se encuentra con Lugones y Bendit en un punto no cuantificable del espacio y tiempo. La obra opera, entonces, una lógica de la visualidad incompleta y que cada espectador puede organizar en el universo retórico de sus fantasías.
Toda la obra de Luis F. Benedit esta poblada de relatos, imágenes, investigaciones, procedimientos e historias. El carácter antropológico de su obra lo convierte en un artista precursor de muchas de las obras actuales pero también en una especie de túnel que nos conecta con los modos cercenados de contar nuestra propia historia.  De alguna manera, Benedit se convirtió, al modo de Aby Warburg, en un terapeuta de la historia y al mismo tiempo en un explorador de sus propios orígenes. Este modo exquisito de contarse y contarnos, de descubrirse y descubrirnos reúne una de las más codiciadas virtudes de un artista: sensibilidad e inteligencia en la potencia de la materia y del concepto, de la historia y de la geografía, de la ciencia y el arte. Inclasificable como su propia obra Benedit no sólo nos permite encontrar una categoría para describirlo, aunque sea por vía negativa, sino que principalmente nos lleva a lugares inimaginables previamente a la contemplación de su obra. Me resultaría imposible pensar un fórmula que reduzca su proyecto artístico a una teoría, por el contrario cada molécula de su mundo creativo me lleva a visiones y a posibilidades infinitas. Cada obra es un universo, con su propio tiempo y espacio, con su configuración de irradiaciones espejadas, como el brillo de los huesos sobre la tierra húmeda de la llanura pampeana. 

Mariana Robles - 2011




  

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