En la fuente
hay voces primitivas
El secreto
de las Musas - Nahuel Vecino
Editorial Fureza
- 2005 - 96 pág.
Extraña niña, ¿en qué sueños te
pierdes?
¡Te encuentras ante el Tribunal
secreto!
Heinrich Von Kleist
En
visiones remantes de imágenes arcaicas se modelan los vestigios de una
naturaleza voluptuosa e incendiaria. Afirmando nítidamente la eficacia de
presencias mágicas sobrevienen, casi sin esfuerzo a las telas de Nahuel Vecino,
unos cuerpos primitivos. Aparecen imponiéndose con firmeza, como sí lo negado
por lo real fuera decididamente una mera
circunstancia. Así, en los
confines de un vasto reino, se despliegan lo sublime y lo inefable en hermosas
princesas y amazonas o en las miradas ensimismadas de soldados y vagabundos.
Todos ellos distantes y enigmáticos habitan, a su manera, una naturaleza
trazada a la medida de algún misterio.
Se advierte, en las pinturas de Vecino, la potencia de claras visiones
engendradas en el ritmo de una danza originaria, un fluido material que al
desprenderse reúne en un conjunto vital y en apacible convivencia hombres,
animales, vegetación y destellos de fantasmagorías y espejismos. La tierra roja
que en el fondo subyace consistente, labrada en el color, es un abismo lacónico
desde donde toda naturaleza emerge. La luz es una fisura tornándose iluminada,
en el punto exacto, donde el tatuaje de la visión se confunde en márgenes
divinos. Otro presagio perceptivo, es la proliferación de aguas diluyéndose en
las espesas fronteras de paisajes hipnóticos. Tierra, luz y agua conducen a los
sentidos al encuentro aventurado de reliquias perdidas y olvidadas. La
sensación constante, al contemplar estas pinturas, es la de estar explorando
recovecos salvajes engendrados bajo un hechizo lírico. La sensación aumenta
cuando paulatinamente las pinturas se convierten en poderosas amenazas de todo
orden y artificio.
En
su sedimento pictórico, las obras de Vecino, develan rastros conscientes de la
historia del arte. Entre los rasgos más evidentes se encuentran, una variación
particular de la espacialidad romántica, indicios del color y de la
monumentalidad arquitectónica de la iconografía pompeyana y, en otros casos,
variaciones gráficas de la representación de Oriente. Aunque estas citas no
parecieran, en ningún caso, aludir a un intento retrospectivo anclado en un
análisis meramente formal, ni tampoco a pretensiones de un ejercicio teórico
sobre la historia. Más bien, son una fisura en el tiempo y en el rumbo que el
conocimiento ha determinado para nuestras posibilidades perceptivas. Su
interpretación pictórica de la historia acontece sorpresivamente desde una
escucha antigua, sus imágenes llegan en una voz lejana alcanzada por el viento.
Sus situaciones imaginarias insinúan las voces que vienen ecualizando los ecos
de un secreto. Vecino, construye sus pinturas en la temporalidad de un grito,
de un llamado o de un susurro, así se acercan al presente revelando una señal.
Los
cuerpos, son cuerpos desplomados en la tela, están aullando en el repertorio de
algún canto que les permite actualizarse y encarnar cuerpos nuevos. En ellos se
manifiesta el secreto. En los cuerpos que son, en la continuidad del espacio
poético, al mismo tiempo primitivos y contemporáneos. La representación carnal
esta subsumida a cuerpos de cuerpos que se engendran a sí mismos como
encadenados en el misterio. Ellos cristalizan el conocimiento olvidado,
escuchan las voces y aproximan las visiones internas a los límites de la piel.
Son, de algún modo, corporalidades previas por qué logran fisurar los restos de
una percepción fosilizada.
Mirar y escuchar son dos modos de la misma práctica meditativa. Cada
rostro retratado en las pinturas de Vecino se mantiene en un estado de atención
ambiguo, los ojos atienden hacia la exterioridad buscando mensajes en el aire,
en la luz y en la complicidad de un pájaro, pero también buscan recuperar en la
interioridad aquella voz lejana. Por otra parte, muchos de ellos, de los seres
pintados, habitan el paisaje sometidos a un pantano o desparramados en la
maleza, en una feliz confusión del límite, donde el ritmo de toda escucha
siempre se torna un canto.
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