domingo, 3 de febrero de 2013




El arte de la felicidad o las formas del tiempo


Ir en el sentido de la historia sería una formula simple si el sentido fuese  evidente en el presente.
Maurice Merleau – Ponty (Humanismo y terror)

En los mundos desaparecidos fue posible perderse en el éxtasis, lo que es imposible en el mundo de la vulgaridad instruida.
Georges Bataille (la conjuración sagrada)  

El dinero vulneró el espacio sagrado de la autonomía artística con más eficacia de la que en el pasado había demostrado la religión, la moral o la política, sobre cuyos reclamos se había impuesto la moderna idea de independencia para el arte desde el Siglo de las Luces.  
José Fernández Vega (lo contrario a la infelicidad)


En el tiempo se engendra la potencia del aura, en un tiempo de cadencia silenciosa y de ritmo sereno, diferente a la vertiginosa máquina del progreso que, culmina en el éxito. En el tiempo del aura deviene la lentitud y el retorno al rito, que revela al fin, una experiencia mágica de las cosas. Es esa ontología de la experiencia, que Benjamín se aventuró a perseguir en el seno de la historia, buscando en los anaqueles del olvido, en las siluetas de la ciencia y el conocimiento y en los cadáveres de una cultura que vaticinaba su propio fin. Allí en el límite de un velo peligroso, las vanguardias de principio de siglo rompieron y exhibieron para mostrar que después del velo nada queda. Son ahora para nosotros, quizás pequeños refugios que, en el naufragio derivando, sobreviven a las grandes ideas o las grandes obras, no sólo a la permanencia de una cultura floreciente sino principalmente a una comunidad de hombres felices. Es que, habiendo hombres y sólo hombres, sin Dioses que adorar, sin destino que alcanzar, la desnudez improvisada de alguna esperanza se tiñe siempre de la incertidumbre venidera, de la víspera siniestra o del horror que nadie podrá detener.  El vacío que la modernidad abrió, develó, puso al desnudo las inmediaciones de la realidad, no como el conjuro matemático de un pensamiento encerrado en sí mismo, sino como la imagen fragmentada de nuestra época. Sus consecuencias derivan, no sólo en callejones sin salidas para las ecuaciones de la razón sino principalmente,  en la construcción de un mundo común, de una humanidad reunida.
“Lo Contrario de la Infelicidad” Promesas estéticas y mutaciones políticas en el arte actual, el libro de José Fernández Vega, aborda una de las relaciones más preocupantes y también la más importante, la relación del arte con los hombres y sus vidas. Recuperando ideas del pensamiento estético, que a largo del Siglo XX, dieron forma a nuestra imagen de mundo.
Todos conocemos la historia del Siglo XX, que desencadenada en las contradicciones de sus promesas iluminadoras al cobijo de los sofisticados inventos, de los avances y las promesas de la ciencia aguardó con proporcional ímpetu infinidad de masacres y desigualdades cada vez más poderosas. El arte dio cuenta de muchas de estas formas de ser,  de una época signada por sus paradojas entre la civilización y la barbarie, entre la libertad y la opresión, entre la razón y la locura.  Sin embargo, en el fondo de esta continuidad fragmentada y ruidosa, la esencia de la historia aguarda como pensó Heidegger en la imagen del tiempo.
El filósofo alemán se detuvo en Holderlin y en su poesía como aquella medida sagrada que reconstituiría la relación divina entre los hombres y los dioses. Quizás en ella sobrevive como un flujo, aún incandescente, el tiempo, inmenso telón de fondo sobre el cual podemos formular nosotros, aquí y ahora nuestras preguntas.
Cezanne a fines del Siglo IXX buscaba en las formas de la naturaleza un reducto último del mundo, que sobreviva al artificio iniciado por la representación Renacentista. Este intento, que quizás sea el último antes del desenvolvimiento de las vanguardias, proporcionó indicios de un vínculo que aún no había roto sus lazos con el mundo, y que conducía al arte serenamente y sin mediaciones por la vía hacia la restitución de una verdad vedada. Después, ya no hay verdad, ni vedada, ni oculta, no hay nada más allá de los límites de la visión, la belleza es un añadido conceptual que no surge de las cosas sino de las convenciones arbitrarias, que prejuzgan la naturaleza en función de interés y deseos particulares y contingentes. Lo bello no es bello en sí, sino apenas el teatro amorfo que condensa y engaña tras mantener el orden de lo establecido. Ser un artista político implica mostrar que ese orden naturalizado no es más que un show trazado en los límites del poder, ser un artista político es ser artista, así despojado y afirmativo. Como lo fueron Juan L. Ortiz, Macedonio Fernández o Xul Solar, sólo por nombrar algunos, hacedores de mundos donde los dogmas de la razón y el orden resbalaron sin triunfar.
El arte argentino tiene, en este sentido, esperanzas garantizadas, por que su condición históricamente marginal, sin haber nunca logrado entrar en los grandes relatos doxográficos de la historia del arte universal, posee para sí la libertad del ingenio y la invención, proporcionando en última instancia, sus propias lecturas. El nihilismo de las vanguardias, no es  para nosotros una instancia de verdad histórica, es una posibilidad creativa de pensarnos, porque ellas no son nuestro origen y menos aún nosotros su causa.
Creo que en el fondo la infelicidad es una forma del destierro, pero el destierro a una pronta iluminación de una condición dinámica que se abre paso en el devenir de una acción reflexiva, es decir de una filosofía encarnada en la praxis que opera en el flujo de su propia afirmación. De algún modo Adorno, a pesar de su murmuración negativa, creía plenamente en el arte como una forma de redención humana, siempre que autónoma se afirmara críticamente. Dice Fernández Vega: No es una platónica hostilidad al sensualismo lo que inspira los ataques que Adorno le dirige el placer estético, sino su falsa realidad, cómplice del dolor. Quizás en otras formas del tiempo, fuera de la historia que ya signada por el horror pide en su continuidad las consecuencias de estos efectos. Se encuentra latente el  reverso de  una redención inteligente y por qué no también sensible, de las invenciones que actualicen para los hombres un refugio en el arte.

Mariana Robles - 2010



  
  








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