domingo, 3 de febrero de 2013


Nube



             La exposición de Pablo Curuchet en el Museo Caraffa dispone de grandes y pequeños muñecos en una sala amplia y extensa. Los muñecos gigantes, un chancho rosado y una araña negra, fueron realizados con un material liviano y rellenos con aire, inflados como dos globos de cumpleaños a punto de estallar. El cerdo se erige en dirección al cielo, la araña se arrastra en el piso. Ambos distantes y escalofriantes remiten a las visiones pesadillezcas de la fiebre, a la desmesura de lo real en un espacio que no les pertenece, a la obscenidad de las formas aumentadas en su medida habitual.  
            Los muñecos pequeños son versiones de las caricaturas infantiles, de las imágenes recurrentes de la literatura para niños, son sólidos y estáticos, guardines macizos de un secreto. El cerdo diminuto tiene un hacha que lo atraviesa; el ciempiés un helado; el robot, fumando, nos mira; el gatito sonríe; cada uno es un muestrario expresivo de las posibilidades gestuales de los rostros, imitan en sus cuerpos, animales o mecánicos, las mímicas de los humanos. Curuchet ha otorgado personalidad a cada una de sus creaciones, a sus Frankenstein rosados, negros y azules, y cada uno de ellos expone un rostro y un cuerpo particular.
           Los rostros que reconocemos son aquellos, donde una gestualidad única quedó fijada, la gestualidad encarnada en cada rostro. Las corporalidades, la manera en que un cuerpo se desplaza y se mueve, el modo en que habita en un espacio, le otorga a cada sujeto un ser, una manera de encontrarse con los otros y con el mundo. Tendemos, todos nosotros, a fijarnos en un estilo, centrarnos en una personalidad, construir los recovecos de nuestra corporalidad.
            Las caricaturas, los animales, las existencias holográficas se encuentran desplazadas, permanecen neutras, descolocadas, al margen de un sistema de referencias fijo, simplemente habitan el mundo, se desplazan por ahí y viven. Curuchet al otorgar rasgos gestuales a sus creaciones, las convierte en un grotesco de nuestra búsqueda desesperada por establecernos en el ser, en vez de movernos por él. Las transforma en el espejo invertido de los sueños de Alicia, por omisión de vitalidad y exceso de expresión realiza una operación alquímica donde lo inanimado brilla sobre lo animado.
           Así todos los rostros, incluidos los nuestros, ocupan un lugar en el repertorio de las caricaturas. La mirada de los otros y nuestras propias fijaciones potencian en el rostro esta confluencia de ser alguien, un cerdo, un sapo, un elefante. Los personajes de Curuchet son híbridos gestuales de la comunidad humana que han proyectado sus leyes y normas sobre la esfera de lo animal y lo inanimado. La ubicación de sus esculturas en el espacio podría tener que ver con esta lógica del desplazamiento, que se puso en marcha en el espacio expositivo, el centro de la sala esta vacío, inhabitado.
           La obra de Curuchet, no se impone como metáfora sino como espacio total y real donde las mismas configuraciones energéticas del caos lo ordenan todo, pero también lo desordenan, resultando una variante inesperada: el absurdo.
            Entre los muñecos de la exposición Nube existe una comunicación, un destino común, un diálogo: oponerse mutuamente para desvanecer la verdad que sustenta una única versión de la vigilia. Nube podría ser algo así, como el universo posible donde la liviandad del no-ser se expresa libremente. En este lugar de pertenencia, el conjunto de personajes configura las coordenadas de un espacio desplazado, una dramaturgia invisible. El recuerdo de la infancia aparece como una utopía de una experiencia perdida, pero constantemente soñada y creada.


Mariana Robles - 2012




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