Literatura del desvío (contra la transparencia comunicativa)
Una
in-aproximación a Héctor Libertella
Me preocupan cosas muy
difíciles de expresar,
cosas que no sé
cómo decir. Por ejemplo, quisiera
construir mi
propio corazón en tamaño diminuto…
Lorenzo García Vega
Para Héctor
Libertella la literatura puede convertirse en material lingüístico, en las hendiduras del revoque de Néstor
Perlongher y las siluetas de un teatro de sombras dirigido por Bob Wilson. El
lenguaje es también un cuerpo capaz de invadirse por un contorno indefinido diferenciándose
de la representación tradicional y travestida del yo. Además de admitir la
ausencia de toda centralidad discursiva se permite jugar descaradamente con los
fantasmas que emana el cadáver de un ego extinto, se viste, desviste y
superpone los disfraces de la lengua. Se expande hacia la profundidad,
diminutas penetraciones del todo en las más inaccesibles dimensiones de la
materia, al final se encontraría siempre cierto misterio que nos conduce de
palabra en palabra y la ilusión del infinito como única opción de un orden
existente que se fragmenta reiteradamente en su propio caos. Para Libertella
existe una metáfora sobre la palabra y el vacío: una red hermética, una red de tejidos e hilados,
líneas anudadas sobre las nada, las palabras que nos muestran la ausencia. La
literatura sólo esta allí como evidencia del silencio. Podríamos callar, pero
escribimos en el vacío, algunos grafismos en el sueño y otros sonidos en la
vigilia.
En muchos de sus libros Libertella piensa al
escritor como un artesano. Un copista minucioso que trabaja los moldes de la
tradición, traduce, recorta y pega los fragmentos temporales que se anuncian
desde el pasado. El artesano reactualiza la lengua, pero también la modela, no
la inventa, simplemente dispone de un diagrama actual a los fantasmas que
regresan. Ejecuta coordenadas de ubicación y dispone las líneas que se
entrecruzan entre tiempos dispares. El lenguaje es una materia que encuentra
sus fuentes primordiales en los moldes tipográficos, en los mecanismos de
reproducción del libro y en la impresión.
¿Qué es un libro? Quizás una técnica inverosímil de representación
sobre el aire, las direcciones de una geografía que esconde y redobla la
ausencia de todas las verdades. El libro es también una invención tautológica:
escritura para que subsista la escritura.
A partir de una heurística material de
la lengua la obra de Libertella nos propone diferentes caminos de lectura, pero
en todos los casos son recorridos diagonales que siempre nos desvían hacia los
bordes. El lugar, si pudiéramos llamarlo de esa manera, donde se encuentra su escritura
no es exactamente el centro, sino más bien los alrededores de un sentido que se
nos pierde y lentamente se nos aleja. En principio, la escritura es una
experiencia de la cual no pueden ofrecerse mapas exactos para su llegada, sólo
mapas extraviados para su huída. En este sentido, propongo una lectura o un
encuentro con Libertella que nos permita huir del autor para finalmente girar
en torno a su literatura.
La circularidad, el
recorrido ambiguo de la cinta de Moebius, es el paradigma físico del universo
de Libertella, como en “Un golpe de dado” de Stéphane Mallarmé en su escritura
fue desapareciendo la geometría cartesiana que permanecía implícita en la
literatura clásica, para dar lugar a una región con agujeros negros y pliegues
del tiempo. La literatura no puede representar la realidad porque las ideas que
sustentaban los principios fueron reemplazados por la propia realidad. Escribir
es escribir el tiempo dentro del tiempo. El arte de la escritura carente de
duración ha sido entregado a los estragos de lo finito, lo que se escribió no
será actualizado, solamente reiterado y con ello desplazado de sí mismo. El
modelo subsiste en la materia y no en la idea, la edición de un libro o la
traducción de otro, serían no lógicas que anulan la historia, sino potencias de
su actualidad, hilos breves que tejen una red en el vacío. No escribimos la
historia de la literatura cuando la escribimos conscientemente, la escribimos
cuando compilamos libros, editamos reseñas y también al diagramar índices.
Escribir la historia es la novela del lenguaje, la red recogiendo las cosas.
Pensemos
en la cantidad de transcripciones que operan dentro de la obra de Libertella,
momentos de un pensamiento que se repite con exactitud en otros libros, frases
e ideas que han sido copiadas y reescritas para volverlas a imprimir. La letra
concebida por el autor como caligrafía imaginaria que ubica a la escritura en
las coordenadas de un atlas universal. ¿Es el mismo texto el que se repite?
Graciela Speranza piensa en algunas prácticas de la literatura y el arte argentinos
la influencia de la noción de
infradelgado de Duchamp,
“Separación infradelgada entre el ruido de la
denotación de un arma (muy cerca)
y la aparición del agujero de la bala en el blanco”;“Dos Formas
producidas en
mismo molde (?) entre sí, por una cantidad “separativa” infradelgada”. Impulsado
por los efectos de la reproducción masiva y pos sus propios experimentos
estéticos,
Duchamp investiga la diferencia infinitesimal entre copias aparentemente
idénticas
y señal la importancia del intervalo entre una y otra, la relevancia de
la dimensión
temporal la percepción del objeto o el concepto replicado.[1]
Al igual que en “Pierre Menard, autor del Quijote” de Jorge Luis
Borges, lo que ocurre es un desplazamiento temporal que configura una nuevo
contexto para la obra y en consecuencia otro texto.[2] Un collages
espacial que presenta otro escenario de sentidos para el libro, “igual y
diferente al mismo tiempo” irrumpiendo y contrariando la lógica del principio
de identidad.
Libertella se conduce en una operación similar, quizás sus últimos
libros fueron escritos sólo para crear un párrafo que ya había escrito. Hasta
podríamos afirmar que escribió libros y ordenó el vacío, sólo para tender una
red que le permita actualizar aquel párrafo anteriormente escrito. Escribir
todos los libros sólo para traducir una idea sobre el papel, para encarnarla una
y otra vez en una hoja y en un molde tipográfico. Allí, en las fisuras de esa
reiteración pareciera asomar el autor que, en la superposición de ausencias,
logró el espesor vacuo de un fantasma[3].
Reescribir, traducir, copiar, es un plagio de la identidad dispersa en las
páginas escritas donde circulan extraviados los argumentos.
La literatura como
invención espacial modifica sustancialmente la clásica relación figura y fondo,
el binarismo desaparece, se mezcla el tiempo con el espacio. Los límites que se
desvanecen es lo que le permite a Libertella pensar la novela y la poesía sobre
un fondo teórico, o mejor dicho mezcladas con la teoría. Las figuras que se reiteran
se anulan por afirmación. El fondo que ahora es otro se anula por negación del
libro anterior, pero también por el futuro que ya ha sucedió. Entre estos
desfasajes el autor-fantasma es el intersticio o nervadura material que se
confunde con el tiempo. David Hume ya nos había alertado del problema de la
continuidad, el yo cartesiano es el problema de una mente sin su cuerpo, de una
letra descarnada que busca las garantías efectivas de su demiurgo-autor-dios.
Si la unidad del mundo desaparece el autor-demiurgo debe aceptar su condición
de fantasma. Libertella acepta afirmativamente esa condición de alguien que no
puede garantizar en la fracción siguiente de tiempo y por la tanto la
continuidad de la lengua. Reconoce, en última instancia, que si la historia de
la literatura siempre se inscribe dentro de esta temporalidad fragmentada lo
único que puede ordenarla es la artesanía del libro, la tipografía. Escribir
bajo el mismo molde tipográfico escrituras de diferentes tiempos. La unidad del
lenguaje, la única posibilidad de su supervivencia es nuevamente artificial, es
en nuestra actual Time New Roman
donde la cualidad material del siglo pasado se ve homogeneizada por el tipo de
letra y por la grafía.
A los libros le gusta presentarse
en sociedad con ropas de mujer
o de hombre: La Garamond en
esta fiesta, el Univers en aquella otra.[4]
La escritura no subsiste
dada en el tiempo, no deviene en él con naturalidad prevista. Por el contrario,
el tiempo se configura en la escritura. Cada libro, cada línea, cada palabra es
una orientación por un universo que se surge con la escritura, supone una
física del lenguaje y una ubicación del fantasma. En la obra de Libertella la
brújula de la escritura contemporánea no nos conduce al abismo, pero si a la
dispersión metafísica, a la creación del todo para ubicar en la gran feria del
libro un pequeño fragmento.
Lo llamativo es
que si la ecuación se prolonga en la configuración de un canon temporal, la
historia misma de la literatura se convierte en un gran desvío. En cierta
práctica alternativa del lenguaje, que se construye como relato histórico en el
momento en que es posible señalar, ya no la continuidad, sino más bien la
deriva, a la que nos conducen algunos textos. Si pensáramos situaciones
clasificatorias el mismo Libertella podría ser incluido dentro de dicha definición.
La pregunta constante en su caso nos lleva a plantear un enigma ¿quien inventó
a quien?:
Opción n° 1. Libertella se desvió
de tal modo que al hacerlo logró poner en evidencia la pervivencia de un
trasfondo represivo en la historia de la literatura. Los rastros de un
fundamento metafísico que oprimen o limitan la creación a modelos antiguos.
Opción n° 2. Libertella
jamás se movió de su sitio y con astutas y sutiles intervenciones, con la
implementación de un situacionismo
personal logró que el canon más importante de la literatura argentina se
construyera su alrededor.
En realidad, ambas
opciones componen el territorio libertelliano, son la dialéctica de su obra que
lentamente erosiona al autor para dar paso al fantasma. Si optáramos únicamente
por la primera, aceptaríamos un margen fuera de la historia, un más allá del
lenguaje al que Libertella objetaría diciendo no tengo idea como funciona la literatura fuera de la literatura. Con
la segunda opción estaríamos considerando una especie de yo voluntarista capaz
de modificar la historia. Sin embargo, una posible combinación libertelliana nos
ofrece como resultado un territorio inacabado o ambiguo: la cinta de Moebius, un
desequilibrio, torsión o fuga de la teleología del binarismo occidental.
Una referencia
que alude a este tipo de intervenciones aparece en “11 Relatos argentinos del
siglo XX. (Una antología alternativa)”[5]. Un compilado
del autor que reúne a los escritores más particulares del canon de la
literatura local. ¿Poesía, teoría o cuento? Bajo qué rótulo ubicaríamos “Cecil
Taylor” de César Aira, “Ser Polvo” de Santiago Dabove, “La Condensa Sangrienta”
de Alejandra Pizarnik o “Adagio para viola d’amore” de Néstor Sánchez, textos
incluidos dicho volumen. Quizás como lecturas
dispersas como él mismo las define en el prólogo del libro. Por otra parte,
cada paso de acción para la circulación de un libro desde la tipografía a la
comercialización son fragmentos de un recorrido. No hay unidad subyacente en la
construcción de un libro. Cada uno de esos dispositivos fragmentarios nos
recuerdan o rememoran un proceso en una fracción de la historia. Si nos detenernos
en el instante de la edición, tendríamos la sensación de estar mirando a través
de un telescopio, allí la cadena de la unidad ya se percibe desviada, sin
continuidad. Como editor y compilador Libertella fue un gran lector de la
historia de la literatura. En esa franja de manipulaciones que conducen al
libro, él logró transformar el hecho editorial en un ejercicio de escritura,
donde lo que se escribe es la propia lectura de la obra. Como actor de la
historia, el escritor tiene a su disposición la potencia de un momento en la
cadena de publicación y distribución, el escenario para la propia lectura de su
obra donde puede escribir en el vacío que la rodea, para acortar el abismo que
lo separa del lector.
El escritor para Libertella se ha
escrito a sí mismo leyéndose una y otra vez, así la historia de la literatura
es también el cuerpo de un fantasma mucho más impersonal aún. Cada escritor es
la sombra de sus lecturas y a la vez la máxima afirmación de ese espacio que ha
sido tomado por la materia. En ellos reside la fantasmagórica calidad de un ser
que se construye en el lenguaje. Acerca del proceso dicen Gilles Deleuze y Félix
Guattari:
…el capitalismo se ha servido y
se sirve de la escritura; no sólo la escritura
concuerda con la moneda en
tanto equivalente general, sino que las funciones
específicas de la moneda en el
capitalismo pasaron por la escritura y la imprenta,
y en cierto aspecto aún continúan pasando.[6]
La coincidencia entre moneda e imprenta, entre principio y final
del proceso es la homogeneidad superada por Moebius permitiendo un desvío del
proceso fuera de la estructura teleológica del capital. En un fragmento
denominado Mimesis en “El árbol de
Saussure” Libertella escribió:
La identificación amorosa en el mercado, esa
relación entre un artista
y un público se produce, sabemos, al
menudeo: más grande será la
devolución
económica cuanto mejor imite el autor la mayor cantidad de
pequeños clientes, cuanto mejor se anticipe
a ellos para devolverles
su voz –por eso al artista popular, en la
Aldea, se lo llama portavoz.[7]
La imposibilidad de concebir la literatura como una totalidad, similar
a la homogeneidad cartesiana y a la perspectiva clásica unidireccional, se
torna central para pensar la escritura de Libertella y de toda una tradición
desviada que el mismo reseñará. Como escritor se pensó a sí mismo como un
lector fuera de los márgenes, por eso su lector ideal es Jorge Bonino. Dice también en
“El árbol de Saussure” como si fuera un gran letrero luminoso La Letra del Loco No Genera Dinero, y a
continuación
¿Cómo entender un mundo sin signo donde, por
ejemplo, no hay dinero
que valga como símbolo? Antes de suicidarse en
el Hospital Neuropsiquiátrico
de Oliva, en la Provincia de Córdoba, el actor
Jorge Bonino explicaba así ese
régimen tan particular.” Los empresarios no
me pagaban; entonces yo dormía gratis
El espacio de representación de Bonino expandió las fronteras de
enunciación hacia un afuera de la vigilia. El lenguaje de su espectáculo teatral,
los vagidos inarticulados e irrisorios son una máquina generadora de gasto
innecesario y derroche, que por su misma falta de funcionalidad pierde interés
para los empresarios. Otro modelo de lector ideal es Oswald de Andrade con su
instrumento caníbal de los manifiestos vanguardistas o Augusto de Campos con
sus inscripciones y grafías desfasadas de la relación sentido y significado,
fuera de la correspondencia mediadas por la barra del signo.
El escritor
puede ser un fantasma, pero esa arquitectura adquiere espesor en una
particularidad específica. Cada fantasma con su autobiografía identitaria de su
no-identidad. Un fantasma que respira a través de la literatura y que como dice
Luis Chitarroni convierte a la escritura en pulmón y pensamiento. Quien también
escribió que,
Giorgio Colli, disertando sobre los estilos
opuestos de Hegel y Nietzsche,
llega a la siguiente conclusión: “El estilo
debe borrar el condicionamiento concreto,
el procedimiento material del individuo
racionante. El pensamiento debe
presentarse desprendido del modo en que ha
sido conquistado, como una
realidad
en sí misma, sin nada personal”.[9]
La autobiografía de Libertella fue diseñada en estos términos, el
libro “La arquitectura del fantasma. Una autobiografía”, son los avatares inconexos
de un yo que se dirige hacia su no-identidad, a la comprobación de la eficacia
y garantía de un yo provisorio. Una exegesis de sus propias desarticulaciones y
desvíos que como tales dejan de pertenecerles, es decir de comportarse como
atributos de un sujeto. Otro procedimiento fantasmagórico, cercano a las
vanguardias, separara el yo sufriente del yo creador y lo vuelve otro. Al
respecto expresó Eduardo Stupía,
La
actitud de vanguardia de Libertella es una actitud de revisión constante
de
límites inclusive de lo que es la literatura para as vanguardias, él ni
siquiera
se
apegaba a algún cargo de vanguardista. Creo que él lo era en el sentido más
natural de la palabra, un
tipo que no podía ser otra cosa, era un vanguardista en el
sentido de estar delante de
su propio sistema y volviendo hacia atrás para mirarlo.[10]
Otra posibilidad de pensar a Libertella en las vanguardias puede
ser la de situarlo como un vanguardista anti-epistemológico, alguien que trata
de evitar los prejuicios de la historia y la tradición para poder considerar la
materialidad del texto. Una estética escéptica que intenta vaciarse en su
propia reiteración anulando cualquier referente fuera de sí misma.
Una operación en dicha dirección es la catalogación
genérica del libro. El libro es genéricamente amorfo, la distinción entre poesía,
narrativa, crítica y ensayo conviven en la organicidad del texto, es la mente la
que proyecta sobre la pantalla del lenguaje las categorías que marcarían una
retícula con definiciones y diferencias. Entre Libertella, Bonino o Andrade la
escritura se ubica más cerca de un materialismo
bajo que de una estructura ideal de sentidos, significados o definiciones.
Una materia alejada de la matriz disciplinar. Lo que Georges Bataille
identificará con la negación de todo
idealismo y por lo tanto de toda filosofía.[11]
El árbol es
una imagen recurrente en Libertella, la idea de redes botánicas como potencias barrocas o vasos comunicantes. El árbol (de Ferdinand de Saussure) invertido
entre la raíz y la copa ilustran en sus libros una naturaleza intercambiada entre
lo alto y lo bajo. Un procedimiento de marginalidad y descentramiento de las secciones,
una operación de corrimiento. Su literatura se convierte en un laboratorio
donde el escritor se encuentra con las piezas sueltas de un mecanismo que no
podrá retornar nunca a su estado natural, pero a partir del cual se pondrán en
movimiento todas las variantes de un proyecto de restitución del vacío y del
fantasma. El lenguaje del autómata que balbucea y derrocha significados
cruzados y mezclados intentará restablecer el vagido inicial de la lengua,
aquel que permanece fuera de las esferas del mercado. Así, el lenguaje pierde
su condición de representación y se desvía de la única lógica representable: la
lógica del mercado.
Un conjunto de
escritores que Libertella retoma y cita forman parte de un corpus desplazado, desviado
que en el alejamiento de lo mismo se vuelven centrales, entre otros se
encuentran los cuentos sin autor de Felisberto Hernández, la acumulación de
prólogos de Macedonio Fernández, el estilo y los procedimientos de Osvaldo
Lamborghini y el género desplegado en la corporalidad de la literatura de
Reynaldo Arenas. También Enrique Lihn, Severo Sarduy, Manuel Puig, José Lezama
Lima y Juan Emar, entre otros. Escribir la tradición con lo diferente, una
tradición que en cada reiteración se aleja del centro, para crear una red, un
balbuceo, un intento de tradición, es decir, la condición de posibilidad del
vagido.
Los mecanismos de
construcción de un personaje de Puig, en que el montaje y la puesta en escena
de sus novelas reconstruye la fantasía propia generada en el cine de pueblo. El
fantasma de la fantasía es el personaje que no ha logrado habitar el cuerpo
real y entonces encarnar el personaje de la literatura, después por acción del
desplazamiento en el tiempo se confundirán en la novela collage. Como otros
autores, la matriz es revisitada operada y modificada para ser deglutida y
despedaza, en otros casos una sutil desviación de la continuidad. Libertella lo
llamó a estos procedimientos quirúrgicos, una matriz con lifting o los moldes del modisto Giorgio Armani. [12]
Otras de las
operaciones fuera de lo literario que intervienen la práctica escritural son
aquellas vinculadas al tránsito, al tráfico y la comercialización de productos.
El desplazamiento geográfico de un saber local en la manufactura y en la
arquitectura de un objeto artesanal, aquel que implica cierta destreza y
contaminación de cuerpo con las ideas, y de materia con los símbolos. En estas
fronteras impuras y paradójicas se construye la teoría. Dice Lamborghini,
Cuando Rimbaud dice “me voy”,
hay que entender que se viene; lo que
pasa es
con el afrancesamiento uno lee
que Rimbaud se va y por identificación uno se está
yendo con él. No. Vos no te vas
con él, estás esperándolo. Se va quiere decir que
se viene acá: África, las pampas
argentinas, todo es igual para Rimbaud.[13]
En una operación de desplazamiento similar Libertella encuentra
indicios de conocimientos acerca del lector de sí mismo o sea acerca del
fantasma que lo escribe en el desvío paradojal del lenguaje,
Si
la argentina es un país periférico en el mundo, su escritor más periférico
será entonces centralmente argentino.[14]
Libertella encontró en las operaciones del mercado un mecanismo de
tráfico para invertir las referencias entre centro y periferia, entre aparecer y
desaparecer pero también entre escribir y leer. El devenir de la literatura
argentina puede ser pensado como una historia yéndose, en constante movimiento
y capaz de subvertir ordenes inamovibles, por una cualidad plástica inmanente a
su propio derrotero. Dice de Borges que
fue prefigurando el de una práctica local, circuito cerrado pero siempre puesta
en otra parte. [15] Esta
capacidad de Libertella para advertir sutiles desplazamiento le permitieron afirmarse
con su pensamiento como uno de los escritores contemporáneos más audaces y
originales, entre la novela, la poesía y la teoría. Al pensar la historia de la
literatura se definió a sí mismo y a la inversa, poniéndose como objeto fuera
de los márgenes de su propia teoría que oscila entre las hojas y las raíces de
un árbol infinitamente reproducible, pero al mismo tiempo irreductible.
El fin de la historia y el fin del autor
son para Libertella, no el fin de los tiempos, sino el fin de una zona o un
lugar, ahora la geografía se encuentra en tránsito a través de barcos que
cruzan océanos y ofrecen cartografías del cielo nocturno. Escribe en el “El
árbol de Saussure” El futuro ya fue anunciando
con una diagonal en el presente la
continuidad de la escritura y la infinidad de lecturas que nos brinda su propia
obra. Anunciándose, como si aún no hubiese llagado a su lector que probablemente
acaba de nacer.
[1] Graciela Speranza. Fuera de
Campo. Literatura y arte argentino después de Duchamp, p. 110
[2] El árbol de Saussure, p.
72
[3] Fantasma, “objeto para el que
la vida es un plus, algo que se añade a lo que está privado de ella” (papelito
de Wittgenstein para Zettel). Héctor Libertella. Zettel, p. 21
[4] Héctor Libertella. Zettel,
p. 43
[5] Copi, Lamborghini, Wilcock y otros. 11 Relatos Argentinos del Siglo XX (Una antología alternativa).
Edición de Héctor Libertella. Editorial Perfil. Buenos Aires, 1997
[6] Gilles Deleuza y Félix Guattari. El Anti Edipo, p. 248
[7] Héctor Libertella. El Árbol de Saussure. Una utopía, p. 93
[8] Ídem, p. 85 y 86
[9] Luis Chitarroni. Mil tazas de
té. Editorial La Bestia Equilátera. Buenos Aires, 2008
[10] Entrevista a Eduardo Stupía por Mariana Robles. Revista Planta.
www.planta.com.ar
[11] Georges Bataille. La
conjuración Sagrada, p. 57
[12] El árbol de Saussure, p.
39 y 40
[13] Héctor Libertella, Las
sagradas escrituras
[14] Héctor Libertella, La librería
Argentina.
[15] ídem, p. 77
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