domingo, 3 de febrero de 2013


Literatura del desvío (contra la transparencia comunicativa)
Una in-aproximación a Héctor Libertella


                     Me preocupan cosas muy difíciles de expresar,
cosas que no sé cómo decir. Por ejemplo, quisiera
construir mi propio corazón en tamaño diminuto…
Lorenzo García Vega


         Para Héctor Libertella la literatura puede convertirse en material lingüístico, en las hendiduras del revoque de Néstor Perlongher y las siluetas de un teatro de sombras dirigido por Bob Wilson. El lenguaje es también un cuerpo capaz de invadirse por un contorno indefinido diferenciándose de la representación tradicional y travestida del yo. Además de admitir la ausencia de toda centralidad discursiva se permite jugar descaradamente con los fantasmas que emana el cadáver de un ego extinto, se viste, desviste y superpone los disfraces de la lengua. Se expande hacia la profundidad, diminutas penetraciones del todo en las más inaccesibles dimensiones de la materia, al final se encontraría siempre cierto misterio que nos conduce de palabra en palabra y la ilusión del infinito como única opción de un orden existente que se fragmenta reiteradamente en su propio caos. Para Libertella existe una metáfora sobre la palabra y el vacío: una red hermética, una red de tejidos e hilados, líneas anudadas sobre las nada, las palabras que nos muestran la ausencia. La literatura sólo esta allí como evidencia del silencio. Podríamos callar, pero escribimos en el vacío, algunos grafismos en el sueño y otros sonidos en la vigilia.
         En muchos de sus libros Libertella piensa al escritor como un artesano. Un copista minucioso que trabaja los moldes de la tradición, traduce, recorta y pega los fragmentos temporales que se anuncian desde el pasado. El artesano reactualiza la lengua, pero también la modela, no la inventa, simplemente dispone de un diagrama actual a los fantasmas que regresan. Ejecuta coordenadas de ubicación y dispone las líneas que se entrecruzan entre tiempos dispares. El lenguaje es una materia que encuentra sus fuentes primordiales en los moldes tipográficos, en los mecanismos de reproducción del libro y en la impresión.
¿Qué es un libro? Quizás una técnica inverosímil de representación sobre el aire, las direcciones de una geografía que esconde y redobla la ausencia de todas las verdades. El libro es también una invención tautológica: escritura para que subsista la escritura.
         A partir de una heurística material de la lengua la obra de Libertella nos propone diferentes caminos de lectura, pero en todos los casos son recorridos diagonales que siempre nos desvían hacia los bordes. El lugar, si pudiéramos llamarlo de esa manera, donde se encuentra su escritura no es exactamente el centro, sino más bien los alrededores de un sentido que se nos pierde y lentamente se nos aleja. En principio, la escritura es una experiencia de la cual no pueden ofrecerse mapas exactos para su llegada, sólo mapas extraviados para su huída. En este sentido, propongo una lectura o un encuentro con Libertella que nos permita huir del autor para finalmente girar en torno a su literatura.
         La circularidad, el recorrido ambiguo de la cinta de Moebius, es el paradigma físico del universo de Libertella, como en “Un golpe de dado” de Stéphane Mallarmé en su escritura fue desapareciendo la geometría cartesiana que permanecía implícita en la literatura clásica, para dar lugar a una región con agujeros negros y pliegues del tiempo. La literatura no puede representar la realidad porque las ideas que sustentaban los principios fueron reemplazados por la propia realidad. Escribir es escribir el tiempo dentro del tiempo. El arte de la escritura carente de duración ha sido entregado a los estragos de lo finito, lo que se escribió no será actualizado, solamente reiterado y con ello desplazado de sí mismo. El modelo subsiste en la materia y no en la idea, la edición de un libro o la traducción de otro, serían no lógicas que anulan la historia, sino potencias de su actualidad, hilos breves que tejen una red en el vacío. No escribimos la historia de la literatura cuando la escribimos conscientemente, la escribimos cuando compilamos libros, editamos reseñas y también al diagramar índices. Escribir la historia es la novela del lenguaje, la red recogiendo las cosas.
             Pensemos en la cantidad de transcripciones que operan dentro de la obra de Libertella, momentos de un pensamiento que se repite con exactitud en otros libros, frases e ideas que han sido copiadas y reescritas para volverlas a imprimir. La letra concebida por el autor como caligrafía imaginaria que ubica a la escritura en las coordenadas de un atlas universal. ¿Es el mismo texto el que se repite? Graciela Speranza piensa en algunas prácticas de la literatura y el arte argentinos la influencia de la noción de infradelgado de Duchamp,
          “Separación infradelgada entre el ruido de la denotación de un arma (muy cerca)
          y la aparición del agujero de la bala en el blanco”;“Dos Formas producidas en
          mismo molde (?) entre sí, por una cantidad  “separativa” infradelgada”. Impulsado
          por los efectos de la reproducción masiva y pos sus propios experimentos estéticos,
          Duchamp investiga la diferencia infinitesimal entre copias aparentemente idénticas
          y señal la importancia del intervalo entre una y otra, la relevancia de la dimensión
         temporal la percepción del objeto o el concepto replicado.[1] 
Al igual que en “Pierre Menard, autor del Quijote” de Jorge Luis Borges, lo que ocurre es un desplazamiento temporal que configura una nuevo contexto para la obra y en consecuencia otro texto.[2] Un collages espacial que presenta otro escenario de sentidos para el libro, “igual y diferente al mismo tiempo” irrumpiendo y contrariando la lógica del principio de identidad.
Libertella se conduce en una operación similar, quizás sus últimos libros fueron escritos sólo para crear un párrafo que ya había escrito. Hasta podríamos afirmar que escribió libros y ordenó el vacío, sólo para tender una red que le permita actualizar aquel párrafo anteriormente escrito. Escribir todos los libros sólo para traducir una idea sobre el papel, para encarnarla una y otra vez en una hoja y en un molde tipográfico. Allí, en las fisuras de esa reiteración pareciera asomar el autor que, en la superposición de ausencias, logró el espesor vacuo de un fantasma[3]. Reescribir, traducir, copiar, es un plagio de la identidad dispersa en las páginas escritas donde circulan extraviados los argumentos.
         La literatura como invención espacial modifica sustancialmente la clásica relación figura y fondo, el binarismo desaparece, se mezcla el tiempo con el espacio. Los límites que se desvanecen es lo que le permite a Libertella pensar la novela y la poesía sobre un fondo teórico, o mejor dicho mezcladas con la teoría. Las figuras que se reiteran se anulan por afirmación. El fondo que ahora es otro se anula por negación del libro anterior, pero también por el futuro que ya ha sucedió. Entre estos desfasajes el autor-fantasma es el intersticio o nervadura material que se confunde con el tiempo. David Hume ya nos había alertado del problema de la continuidad, el yo cartesiano es el problema de una mente sin su cuerpo, de una letra descarnada que busca las garantías efectivas de su demiurgo-autor-dios. Si la unidad del mundo desaparece el autor-demiurgo debe aceptar su condición de fantasma. Libertella acepta afirmativamente esa condición de alguien que no puede garantizar en la fracción siguiente de tiempo y por la tanto la continuidad de la lengua. Reconoce, en última instancia, que si la historia de la literatura siempre se inscribe dentro de esta temporalidad fragmentada lo único que puede ordenarla es la artesanía del libro, la tipografía. Escribir bajo el mismo molde tipográfico escrituras de diferentes tiempos. La unidad del lenguaje, la única posibilidad de su supervivencia es nuevamente artificial, es en nuestra actual Time New Roman donde la cualidad material del siglo pasado se ve homogeneizada por el tipo de letra y por la grafía.
                   A los libros le gusta presentarse en sociedad con ropas de mujer
                   o de hombre: La Garamond en esta fiesta, el Univers en aquella otra.[4]
 La escritura no subsiste dada en el tiempo, no deviene en él con naturalidad prevista. Por el contrario, el tiempo se configura en la escritura. Cada libro, cada línea, cada palabra es una orientación por un universo que se surge con la escritura, supone una física del lenguaje y una ubicación del fantasma. En la obra de Libertella la brújula de la escritura contemporánea no nos conduce al abismo, pero si a la dispersión metafísica, a la creación del todo para ubicar en la gran feria del libro un pequeño fragmento.
          Lo llamativo es que si la ecuación se prolonga en la configuración de un canon temporal, la historia misma de la literatura se convierte en un gran desvío. En cierta práctica alternativa del lenguaje, que se construye como relato histórico en el momento en que es posible señalar, ya no la continuidad, sino más bien la deriva, a la que nos conducen algunos textos. Si pensáramos situaciones clasificatorias el mismo Libertella podría ser incluido dentro de dicha definición. La pregunta constante en su caso nos lleva a plantear un enigma ¿quien inventó a quien?:
Opción n° 1. Libertella se desvió de tal modo que al hacerlo logró poner en evidencia la pervivencia de un trasfondo represivo en la historia de la literatura. Los rastros de un fundamento metafísico que oprimen o limitan la creación a modelos antiguos.
Opción n° 2. Libertella jamás se movió de su sitio y con astutas y sutiles intervenciones, con la implementación de un situacionismo personal logró que el canon más importante de la literatura argentina se construyera su alrededor.
          En realidad, ambas opciones componen el territorio libertelliano, son la dialéctica de su obra que lentamente erosiona al autor para dar paso al fantasma. Si optáramos únicamente por la primera, aceptaríamos un margen fuera de la historia, un más allá del lenguaje al que Libertella objetaría diciendo no tengo idea como funciona la literatura fuera de la literatura. Con la segunda opción estaríamos considerando una especie de yo voluntarista capaz de modificar la historia. Sin embargo, una posible combinación libertelliana nos ofrece como resultado un territorio inacabado o ambiguo: la cinta de Moebius, un desequilibrio, torsión o fuga de la teleología del binarismo occidental.
           Una referencia que alude a este tipo de intervenciones aparece en “11 Relatos argentinos del siglo XX. (Una antología alternativa)”[5]. Un compilado del autor que reúne a los escritores más particulares del canon de la literatura local. ¿Poesía, teoría o cuento? Bajo qué rótulo ubicaríamos “Cecil Taylor” de César Aira, “Ser Polvo” de Santiago Dabove, “La Condensa Sangrienta” de Alejandra Pizarnik o “Adagio para viola d’amore” de Néstor Sánchez, textos incluidos dicho volumen. Quizás como lecturas dispersas como él mismo las define en el prólogo del libro. Por otra parte, cada paso de acción para la circulación de un libro desde la tipografía a la comercialización son fragmentos de un recorrido. No hay unidad subyacente en la construcción de un libro. Cada uno de esos dispositivos fragmentarios nos recuerdan o rememoran un proceso en una fracción de la historia. Si nos detenernos en el instante de la edición, tendríamos la sensación de estar mirando a través de un telescopio, allí la cadena de la unidad ya se percibe desviada, sin continuidad. Como editor y compilador Libertella fue un gran lector de la historia de la literatura. En esa franja de manipulaciones que conducen al libro, él logró transformar el hecho editorial en un ejercicio de escritura, donde lo que se escribe es la propia lectura de la obra. Como actor de la historia, el escritor tiene a su disposición la potencia de un momento en la cadena de publicación y distribución, el escenario para la propia lectura de su obra donde puede escribir en el vacío que la rodea, para acortar el abismo que lo separa del lector.
          El escritor para Libertella se ha escrito a sí mismo leyéndose una y otra vez, así la historia de la literatura es también el cuerpo de un fantasma mucho más impersonal aún. Cada escritor es la sombra de sus lecturas y a la vez la máxima afirmación de ese espacio que ha sido tomado por la materia. En ellos reside la fantasmagórica calidad de un ser que se construye en el lenguaje. Acerca del proceso dicen Gilles Deleuze y Félix Guattari:
               …el capitalismo se ha servido y se sirve de la escritura; no sólo la escritura
                concuerda con la moneda en tanto equivalente general, sino que las funciones
                específicas de la moneda en el capitalismo pasaron por la escritura y la imprenta,
                y en cierto aspecto aún continúan pasando.[6]   
La coincidencia entre moneda e imprenta, entre principio y final del proceso es la homogeneidad superada por Moebius permitiendo un desvío del proceso fuera de la estructura teleológica del capital. En un fragmento denominado Mimesis en “El árbol de Saussure” Libertella escribió:
                    La identificación amorosa en el mercado, esa relación entre un artista
                    y un público se produce, sabemos, al menudeo: más grande será la
                   devolución económica cuanto mejor imite el autor la mayor cantidad de
                   pequeños clientes, cuanto mejor se anticipe a ellos para devolverles
                   su voz –por eso al artista popular, en la Aldea, se lo llama portavoz.[7]
La imposibilidad de concebir la literatura como una totalidad, similar a la homogeneidad cartesiana y a la perspectiva clásica unidireccional, se torna central para pensar la escritura de Libertella y de toda una tradición desviada que el mismo reseñará. Como escritor se pensó a sí mismo como un lector fuera de los márgenes, por eso su  lector ideal es Jorge Bonino. Dice también en “El árbol de Saussure” como si fuera un gran letrero luminoso La Letra del Loco No Genera Dinero, y a continuación
                   ¿Cómo entender un mundo sin signo donde, por ejemplo, no hay dinero
                    que valga como símbolo? Antes de suicidarse en el Hospital Neuropsiquiátrico
                   de Oliva, en la Provincia de Córdoba, el actor Jorge Bonino explicaba así ese
                     régimen tan particular.” Los empresarios no me pagaban; entonces yo dormía gratis
                  en escena y tenía sueños que actuaba en público.” [8]   
El espacio de representación de Bonino expandió las fronteras de enunciación hacia un afuera de la vigilia. El lenguaje de su espectáculo teatral, los vagidos inarticulados e irrisorios son una máquina generadora de gasto innecesario y derroche, que por su misma falta de funcionalidad pierde interés para los empresarios. Otro modelo de lector ideal es Oswald de Andrade con su instrumento caníbal de los manifiestos vanguardistas o Augusto de Campos con sus inscripciones y grafías desfasadas de la relación sentido y significado, fuera de la correspondencia mediadas por la barra del signo.
      El escritor puede ser un fantasma, pero esa arquitectura adquiere espesor en una particularidad específica. Cada fantasma con su autobiografía identitaria de su no-identidad. Un fantasma que respira a través de la literatura y que como dice Luis Chitarroni convierte a la escritura en pulmón y pensamiento. Quien también escribió que,
                  Giorgio Colli, disertando sobre los estilos opuestos de Hegel y Nietzsche,
                    llega a la siguiente conclusión: “El estilo debe borrar el condicionamiento concreto,
                  el procedimiento material del individuo racionante. El pensamiento debe
                  presentarse desprendido del modo en que ha sido conquistado, como una
                  realidad en sí misma, sin nada personal”.[9]
La autobiografía de Libertella fue diseñada en estos términos, el libro “La arquitectura del fantasma. Una autobiografía”, son los avatares inconexos de un yo que se dirige hacia su no-identidad, a la comprobación de la eficacia y garantía de un yo provisorio. Una exegesis de sus propias desarticulaciones y desvíos que como tales dejan de pertenecerles, es decir de comportarse como atributos de un sujeto. Otro procedimiento fantasmagórico, cercano a las vanguardias, separara el yo sufriente del yo creador y lo vuelve otro. Al respecto expresó  Eduardo Stupía,
                   La actitud de vanguardia de Libertella es una actitud de revisión constante
                  de límites inclusive de lo que es la literatura para as vanguardias, él ni siquiera
                  se apegaba a algún cargo de vanguardista. Creo que él lo era en el sentido más
                   natural de la palabra, un tipo que no podía ser otra cosa, era un vanguardista en el
                   sentido de estar delante de su propio sistema y volviendo hacia atrás para mirarlo.[10]
Otra posibilidad de pensar a Libertella en las vanguardias puede ser la de situarlo como un vanguardista anti-epistemológico, alguien que trata de evitar los prejuicios de la historia y la tradición para poder considerar la materialidad del texto. Una estética escéptica que intenta vaciarse en su propia reiteración anulando cualquier referente fuera de sí misma.
         Una operación en dicha dirección es la catalogación genérica del libro. El libro es genéricamente amorfo, la distinción entre poesía, narrativa, crítica y ensayo conviven en la organicidad del texto, es la mente la que proyecta sobre la pantalla del lenguaje las categorías que marcarían una retícula con definiciones y diferencias. Entre Libertella, Bonino o Andrade la escritura se ubica más cerca de un materialismo bajo que de una estructura ideal de sentidos, significados o definiciones. Una materia alejada de la matriz disciplinar. Lo que Georges Bataille identificará con la negación de todo idealismo y por lo tanto de toda filosofía.[11]
               El árbol es una imagen recurrente en Libertella, la idea de redes botánicas como  potencias barrocas o vasos comunicantes. El árbol (de Ferdinand de Saussure) invertido entre la raíz y la copa ilustran en sus libros una naturaleza intercambiada entre lo alto y lo bajo. Un procedimiento de marginalidad y descentramiento de las secciones, una operación de corrimiento. Su literatura se convierte en un laboratorio donde el escritor se encuentra con las piezas sueltas de un mecanismo que no podrá retornar nunca a su estado natural, pero a partir del cual se pondrán en movimiento todas las variantes de un proyecto de restitución del vacío y del fantasma. El lenguaje del autómata que balbucea y derrocha significados cruzados y mezclados intentará restablecer el vagido inicial de la lengua, aquel que permanece fuera de las esferas del mercado. Así, el lenguaje pierde su condición de representación y se desvía de la única lógica representable: la lógica del mercado.
          Un conjunto de escritores que Libertella retoma y cita forman parte de un corpus desplazado, desviado que en el alejamiento de lo mismo se vuelven centrales, entre otros se encuentran los cuentos sin autor de Felisberto Hernández, la acumulación de prólogos de Macedonio Fernández, el estilo y los procedimientos de Osvaldo Lamborghini y el género desplegado en la corporalidad de la literatura de Reynaldo Arenas. También Enrique Lihn, Severo Sarduy, Manuel Puig, José Lezama Lima y Juan Emar, entre otros. Escribir la tradición con lo diferente, una tradición que en cada reiteración se aleja del centro, para crear una red, un balbuceo, un intento de tradición, es decir, la condición de posibilidad del vagido.
          Los mecanismos de construcción de un personaje de Puig, en que el montaje y la puesta en escena de sus novelas reconstruye la fantasía propia generada en el cine de pueblo. El fantasma de la fantasía es el personaje que no ha logrado habitar el cuerpo real y entonces encarnar el personaje de la literatura, después por acción del desplazamiento en el tiempo se confundirán en la novela collage. Como otros autores, la matriz es revisitada operada y modificada para ser deglutida y despedaza, en otros casos una sutil desviación de la continuidad. Libertella lo llamó a estos procedimientos quirúrgicos, una matriz con lifting o los moldes del modisto Giorgio Armani. [12]
          Otras de las operaciones fuera de lo literario que intervienen la práctica escritural son aquellas vinculadas al tránsito, al tráfico y la comercialización de productos. El desplazamiento geográfico de un saber local en la manufactura y en la arquitectura de un objeto artesanal, aquel que implica cierta destreza y contaminación de cuerpo con las ideas, y de materia con los símbolos. En estas fronteras impuras y paradójicas se construye la teoría. Dice  Lamborghini,
               Cuando Rimbaud dice “me voy”, hay que entender  que se viene; lo que pasa es
               con el afrancesamiento uno lee que Rimbaud se va y por identificación uno se está
               yendo con él. No. Vos no te vas con él, estás esperándolo. Se va quiere decir que
               se viene acá: África, las pampas argentinas, todo es igual para Rimbaud.[13]
En una operación de desplazamiento similar Libertella encuentra indicios de conocimientos acerca del lector de sí mismo o sea acerca del fantasma que lo escribe en el desvío paradojal del lenguaje,
                 Si la argentina es un país periférico en el mundo, su escritor más periférico
                 será entonces centralmente argentino.[14]
Libertella encontró en las operaciones del mercado un mecanismo de tráfico para invertir las referencias entre centro y periferia, entre aparecer y desaparecer pero también entre escribir y leer. El devenir de la literatura argentina puede ser pensado como una historia yéndose, en constante movimiento y capaz de subvertir ordenes inamovibles, por una cualidad plástica inmanente a su propio derrotero. Dice de Borges que fue prefigurando el de una práctica local, circuito cerrado pero siempre puesta en otra parte. [15] Esta capacidad de Libertella para advertir sutiles desplazamiento le permitieron afirmarse con su pensamiento como uno de los escritores contemporáneos más audaces y originales, entre la novela, la poesía y la teoría. Al pensar la historia de la literatura se definió a sí mismo y a la inversa, poniéndose como objeto fuera de los márgenes de su propia teoría que oscila entre las hojas y las raíces de un árbol infinitamente reproducible, pero al mismo tiempo irreductible.
           El fin de la historia y el fin del autor son para Libertella, no el fin de los tiempos, sino el fin de una zona o un lugar, ahora la geografía se encuentra en tránsito a través de barcos que cruzan océanos y ofrecen cartografías del cielo nocturno. Escribe en el “El árbol de Saussure” El futuro ya fue anunciando con una diagonal  en el presente la continuidad de la escritura y la infinidad de lecturas que nos brinda su propia obra. Anunciándose, como si aún no hubiese llagado a su lector que probablemente acaba de nacer.

Mariana Robles - 2009











































[1] Graciela Speranza. Fuera de Campo. Literatura y arte argentino después de Duchamp, p. 110
[2] El árbol de Saussure, p. 72
[3] Fantasma, “objeto para el que la vida es un plus, algo que se añade a lo que está privado de ella” (papelito de Wittgenstein para Zettel). Héctor Libertella. Zettel, p. 21
[4] Héctor Libertella. Zettel, p. 43
[5] Copi, Lamborghini, Wilcock y otros. 11 Relatos Argentinos del Siglo XX (Una antología alternativa). Edición de Héctor Libertella. Editorial Perfil. Buenos Aires, 1997
[6] Gilles Deleuza y Félix Guattari. El Anti Edipo, p. 248
[7] Héctor Libertella. El Árbol de Saussure. Una utopía, p. 93
[8] Ídem, p. 85 y 86
[9] Luis Chitarroni. Mil tazas de té. Editorial La Bestia Equilátera. Buenos Aires, 2008
[10] Entrevista a Eduardo Stupía por Mariana Robles. Revista Planta. www.planta.com.ar
[11] Georges Bataille. La conjuración Sagrada, p. 57
[12] El árbol de Saussure, p. 39 y 40
[13] Héctor Libertella, Las sagradas escrituras
[14] Héctor Libertella, La librería Argentina.
[15] ídem, p. 77

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