domingo, 3 de febrero de 2013


Entre la mirada y una flor, el paisaje
Las artes ópticas nacen del ojo y solamente del ojo.
Jules Laforge
Julia Romano presenta una nueva propuesta de paisajes, series de sorprendente complejidad visual, donde la fotografía se combina con el collage, el dibujo y la pintura. En esta ocasión la artista cita a través de sus imágenes e intervenciones fotográficas, diferentes pinturas y artistas paradigmáticos del arte, tanto de Occidente como de Oriente. Una particular concepción del paisaje se trasluce en los velos y ondulaciones de sus cuadros; una radical fusión entre su subjetividad artística y la naturaleza como matriz misteriosa de la representación paisajística. Su mirada abarca la totalidad del horizonte y entre las formas que escapan a la razón Romano recorre las fisuras irreductibles de lo real. Componiendo una escala y sintonía de diversas especies florales logra escapar a la retícula como escala única de lo visible, la cuadrícula que según Rosalind Krauss pervive desde el renacimiento hasta las vanguardias. La medida de su espacio comprende inmediaciones más barrocas y espiraladas como módulos incipientes para una ciencia de lo bello.
Fracciones, reductos, sombras, reflejos de una rugosidad ancestral, invaden sin descanso la extensión de un mundo sinuoso. Los paisajes prestados multiplican la realidad y la ficción mezclándola y al mismo tiempo advierten límites finísimos entre una y otra región.
Romano interviene un conjunto de pinturas entre las que se encuentran los autores Utagawa Hiroshige, Alessandro Magnasco, Claude Monet, Thomas Gainsborough y Henri Vinet. Un cumulo de obras no representativas del paisaje tradicional, por el contrario, cada una de ellas construye un universo con leyes propias. Las coordenadas espacio temporales proyectan la medida de cada subjetividad y no las reglas apriorísticas reguladas por el pensamiento científico. Recordemos que el origen del paisaje como orden estético del mundo circundante se encuentra ligado a la poesía y a la pintura, conjuntamente con los principios de observación científica . Mientras que la última presenta síntomas de objetividad y distanciamiento con la naturaleza, las obras recogidas por Romano, del período que va desde mediados del siglo XVI hasta principios del siglo XX, configuran un sistema de opacidad frente a los límites de la visión. En cada obra se encuentra esbozado un diagrama invisible que sustenta lo visual y que afirma la garantía de los sentidos frente a las incertidumbres de la filosofía y la ciencia. El hombre se encuentra estrechamente vinculado a la naturaleza y en ella encuentran proyectados sus propios sentimientos y emociones; en cada recoveco de un jardín, en cada vegetación marchita o en cada ola que el mar agita. Así el espíritu se eleva y se contrae con las manifestaciones delatoras del mundo de las flores y las hojas, de las piedras y las tormentas.
La contemplación es el espacio de reflexión que reúne la mente con la visión y a su vez con el mundo exterior. El artista es incapaz de dominar u ordenar la naturaleza, el se doblega frente a su majestuosidad y su infinitud, pero también se reconoce y se piensa en cada rama florecida y en cada montaña nevada. Romano contempla los paisajes en el archivo infinito del arte pictórico y con su intervención nos ofrece las imágenes que su experiencia proyecta. Cada experiencia es un catálogo y cartografía completa de lo visual, como las leyes ocultas que Monet buscaba en la luz o que Magnasco presiente en las ruinas como metáfora de lo humano.
Romano con esta serie de fotografías-collages escribe con líneas y planos el movimiento de su interioridad frente a la inmensidad, obteniendo una literatura de visibles emanaciones y profusas invenciones. Para comprender su visualidad hay que detenerse en las lejanías de la imagen y observar esa totalidad caótica pero también acercarse y focalizar en los detalles que configuran un jardín, un túnel o una barranca. Mínimas pretensiones de inmensidad que se reducen a las nervaduras de una hoja y al celeste inmutable de un cielo brillante.
La producción del espacio se potencia sobre la reproducción del espacio, acerca del primero las versiones son creativas y transformadoras a tal punto que también la reproducción se torna una vívida función de la mirada. Cada perspectiva cuestiona la óptica en su totalidad, cada fragmento individual se presenta como un modelo posible de la realidad.
Mariana Robles - 2011



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